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Evolucionarios revolucionarios



De pronto el ataque a la teoría de la evolución de Darwin llegó a nuestras costas. Pero si vamos a importar semejante polémica, sería bueno que nos pusiéramos de acuerdo en cosas básicas, como qué plantea la mentada teoría. Y, por supuesto, de qué hablamos cuando hablamos de "teoría". 
Por Andrés Gomberoff y Gabriel León, académicos de la Universidad Nacional Andrés BelloRevista Qué Pasa 04/10/2012http://www.quepasa.cl/articulo/tecnologia---ciencia/2012/10/23-9562-9-evolucionarios--revolucionarios.shtml#note
    Hay teorías y teorías. Cuando el estado de Kansas, en EE.UU., decidió enseñar junto con la teoría de la evolución, la teoría “alternativa” creacionista o del diseño inteligente -que propone que el origen de la vida responde a las acciones deliberadas y racionales de un ser superior-, fundamentó su decisión diciendo que la evolución era “sólo una teoría” y que, en consecuencia, no se podían excluir otras explicaciones para el origen y evolución de la vida en nuestro planeta. En respuesta a esto, el físico 
estadounidense Bobby Henderson envió una carta al Consejo de Educación de ese estado explican que, según su propia teoría, el universo había sido creado por un Monstruo Espagueti Volador (adjuntó un dibujo) y que, por ejemplo, el calentamiento global se producía por el disgusto del Monstruo Espagueti debido a la disminución del número de piratas. Para respaldar su afirmación, incluyó un gráfico que mostraba la relación inversa que hay entre la temperatura del planeta y el número de piratas. Su teoría, explicó, era también una alternativa a la evolución, por lo que debía ser parte del currículo de Ciencias. 
En Chile, afortunadamente, las cosas no han llegado a esos extremos, aunque recientemente  un debate organizado por la Universidad de Chile gatilló una encendida discusión epistolar. Buen momento, entonces, para hablar de lo que es y de lo que no es la teoría de Darwin.

Hay vida antes de Darwin

Las ideas evolutivas son más antiguas que Darwin. Si miramos la naturaleza que nos rodea, rápidamente entendemos por qué. A simple vista, los organismos vivos parecen estar emparentados.  No parece que cada uno fuera una creación independiente, sino más bien cada uno una variación de algún otro. No es extraño entonces que muy tempranamente se comenzara a generar la idea de que la naturaleza es dinámica. Que evoluciona. Que especies similares (un chimpancé y un hombre, un caballo y una jirafa, una perdiz y una gallina) provienen de un ancestro común, de manera análoga a como las similitudes entre parientes se explican por sus antepasados comunes recientes.    

Cuvier, sin embargo, no creía en la evolución. Pero claro, aún Darwin no aparecía en escena.
Si las formas de vida en la Tierra evolucionan, cambian en el tiempo, esto significa que en el pasado debió haber organismos distintos a los actuales. Por eso, las ideas evolucionistas toman aún más fuerza cuando el francés Georges Cuvier, estudiando fósiles de mamuts y mastodontes, llega a la conclusión que se trata de animales extintos. En dos trabajos publicados en 1796, Cuvier abrió la ventana al cementerio de los antepasados de toda la vida que hoy inunda el planeta.
La teoría evolutiva más popular por esos años era la de Jean-Baptiste Lamarck, quien pensaba que la vida evolucionaba gradualmente, en la medida de las necesidades de las distintas especies. Así, en su ejemplo favorito, imaginaba una jirafa que en el pasado tenía un cuello pequeño, pero que en la medida que lo estiraba para conseguir su alimento en los árboles lo alargaba. Aunque este alargamiento fuese imperceptible, Lamarck creía que sería heredado a sus crías, quienes seguirían estirando el cuello, acumulando el crecimiento generación tras generación. No había evidencia alguna a favor del mecanismo propuesto por Lamarck. No lo había porque era incorrecto. Hoy sabemos que nuestro material genético no es modificado por las necesidades que nos impone el entorno. Salvo mutaciones, los genes que recibimos de nuestros padres son los mismos que entregaremos a nuestros hijos.

 La evolución de la ensalada

La teoría de la evolución de Darwin, como la de Lamarck, nos dice que la acumulación de pequeñas variaciones, generación tras generación, ha creado toda la diversidad biológica. La gran contribución de Darwin fue la propuesta sobre el mecanismo que provocaba esta evolución: la selección natural. Dicho en los términos que hoy son aceptados, la cosa es más o menos así: los organismos se reproducen, y normalmente en cantidades mucho mayores de los que podrán sobrevivir. Éstos no siempre reciben la herencia de sus padres de manera perfecta, ya que se pueden producir pequeños errores o mutaciones, que dan origen a nuevas características, las cuales se transmitirán a sus descendientes.
La gran novedad es que las mutaciones en esta teoría son azarosas. La gran mayoría de las veces o no provocan ningún rasgo nuevo en el individuo o tienen consecuencias mortales para éste. Sin embargo, en un pequeño número de casos,  la mutación tendrá consecuencias beneficiosas para el individuo. Esto implicará que estará mejor adaptado para el medio externo, y tendrá mayor éxito reproductivo. A la larga, esta mutación dominará a la especie.
Lo crucial de esta idea es que la evolución aquí no requiere de ningún propósito que la empuje.
Su libro El origen de las especies parte mostrando ejemplos de evolución por “selección artificial”, en que el hombre ha sido capaz de crear nuevas especies de plantas y animales. Ésta se distingue de la natural porque los individuos no compiten por la reproducción, sino que es el hombre el que selecciona o desecha a los individuos según su interés.
Un ejemplo  cercano para nosotros es el del tomate. Hace unos ochenta años, los agricultores seleccionaron un tipo de tomate que maduraba de manera homogénea. Este tomate -que era mutante en algún gen desconocido- facilitaba enormemente la cosecha a gran escala y, por lo tanto, se convirtió en el tomate más cultivado. Sin embargo, algo se perdió. Todos sabemos que esos hermosos tomates, que parecen sacados de un casting, saben a cartón. Este año, un grupo de investigadores descubrieron que los tomates que maduran de manera homogénea son mutantes en un gen que regula el desarrollo de cloroplastos en los frutos. Los cloroplastos les permiten a las células de las plantas generar sus propias moléculas orgánicas usando la luz delsol como fuente de energía. Al ser mutantes en este gen, los tomates producían menos cloroplastos y, por lo tanto, sintetizaban menos compuestos como azúcares y  flavonoides, responsables del sabor y aroma del tomate. Al seleccionar una característica deseable para los agricultores -maduración homogénea para facilitar la cosecha- se perdieron atributos deseables por los consumidores, como sabor y aroma. Así como ése, hay una enormidad de ejemplos. De hecho, hoy en día casi todas las plantas que nos comemos han sido modificadas y seleccionadas por el hombre según su interés y no se parecen en nada a lo que la naturaleza originalmente nos dio. La mano del hombre ha dirigido la “evolución” en este caso para generar nuevas variedades y especies de plantas que sean aptas para el cultivo y consumo humano.
Lo sobrenatural, que durante toda la historia tuvo el monopolio sobre estos temas, comienza con Darwin a ceder terreno a la ciencia y a la razón.La selección natural hace algo similar, pero es la capacidad de adaptación al medio, la competencia por el alimento,  lo que definirá si una mutación se impone sobre el individuo original. Lo interesante de este proceso es que a partir de formas muy primitivas de vida (si es que aceptamos llamar “vida” a moléculas apenas capaces de catalizar su propia síntesis, es decir, reproducirse) se generan formas cada vez más sofisticadas, organismos unicelulares primero, hasta llegar, en miles de millones de años, a producir animales complejos como el ser humano. Aunque aún no sabemos cuál es el origen de esta “vida” primigenia, no es difícil pensar en mecanismos físicos y químicos que pudiesen generarla.

Hechos vs. Teorías

Para entrar al debate que ha generado la teoría de la evolución es bueno dejar en claro qué es una teoría. Esto es necesario, ya que uno de los más curiosos argumentos que utilizan algunos para ningunear las ideas de Darwin es que se trata de “sólo de una teoría”.
En el hablar cotidiano, una “teoría” suena a hipótesis, esto es, una idea provisional. En el lenguaje científico, en cambio, una teoría es una construcción final: un conjunto de ideas capaces de explicar cierto conjunto genérico de fenómenos. La técnica de quienes batallan contra las ideas darwinianas es burda. Consiste simplemente en confundir las dos acepciones de la palabra.

En todo caso, es importante notar que en ciencia no existe la verdad. Nada se puede demostrar cierto, pues basta un solo experimento que muestre que la teoría es incorrecta para que deba ser desechada. Una teoría exitosa (atómica, relatividad de Einstein, evolución) es aquella que ha sido confrontada durante mucho tiempo y en circunstancias diversas con experimentos. Una que ha sido democráticamente validada por muchos. La evolución ha sido validada en observaciones ecológicas, en el registro fósil, en biología molecular y en modelamientos matemáticos e informáticos. Ha explicado y predicho una enorme cantidad de fenómenos. Es, de este modo, una verdad científica tan sólida como la misma teoría atómica.
Por supuesto, hay muchas cosas que desconocemos aún, como el origen de las primeras moléculas replicantes o la naturaleza de la conciencia. Pero esto no debe confundirnos. No debe hacernos llenar estas lagunas con explicaciones sobrenaturales. No al menos en clases de ciencia. Hay una frase de dos sílabas que ha sido la fundación y el motor de la ciencia en toda su historia. Una frase que esconde el misterio, la alegría y la curiosidad de la actividad científica. Es una frase maravillosa: “No sé”.

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