Prólogo: Alfonso Calderón
Recopilación: Pedro Pablo Zegers
Dirección DIBAM - Bibliotecas, Archivos y Museos
Centro de Investigaciones Diego Barros Arana
RIL Editores
(Santiago de Chile, 2000)
Prólogo
Fijar un texto para Eduardo Anguita
era un modo de volverlo sagrado.
Y, con ello, dar
-con mayúsculas como a él le gustaba-
una Primera Mirada.
Sabía muy bien que resultaba funesto
no aspirar de continuo a la perfección,
y odiaba la inconsistencia
y el apogeo de los espíritus convencionales,
sin descontar su enojo por la común
negligencia en el uso de los procedimientos.
Con punta seca se dirigía al aguafuerte.
Busca explicación
a la «gran aventura espiritual» de Rimbaud,
explora el alma de los místicos
y, sin apuros, pulía, retocando todo,
como dicen que Degas hacía,
aún con obras que ya estaban en el Museo.
Lejos de él la pura energía, el pasmo, el virtuosismo.
Miraba cada uno de sus poemas
por el revés y por el derecho,
como obra de Dios,
asombrándose a menudo
por estar lleno de la Presencia,
buscando el punto en donde
la Gracia deja atrás a la Pesantez.
Se observaba, aplicándose al texto,
como lo prueban también
sus ensayos y crónicas.
La veladura le inquietaba.
Porque con ella se podía
«ocultar» lo innecesario.
Muy disconforme,
hacía a menudo
reconvenciones a la Musa,
ya por la apatía de ésta,
en ciertos momentos,
ya por el envilecimiento
de la prisa y de la moda
que lo volvía todo engañifa.
Siempre había en él
una suma de actitudes
que le venían de vivir
zarandeado
por un yo exigente.
Era un hombre de Dios,
capaz de grandes iras
y de un humor negro
que lo llevaba a ser
un verdadero sismógrafo,
atento a la posible muerte
de las civilizaciones
y a los movimientos
de la tierra que pisaba.
Las «Memorias» de Anguita,
que hoy publicamos,
con el apoyo generoso y eficiente
del Centro de Investigaciones
Diego Barros Arana de la DIBAM;
del Archivo del Escritor
de la Biblioteca Nacional
y de Ril editores,
durmieron largamente
en las páginas de la revista Plan,
hasta que con Pedro Pablo Zegers,
y el apoyo de la familia Anguita,
así como la colaboración externa,
pero fundamental, en la lectura de los originales,
realizada con Ricardo Loebell, las hemos rescatado,
para que se incluyan en la serie «Escritores de Chile»,
del Centro de Investigaciones Diego Barros Arana,
sabiendo bien que existe un proyecto de secuencia,
el cual consiste en espigar en las páginas
de la revista Estanquero, en donde, al igual
que en La Nación y en El Mercurio,
dejó pruebas inolvidables de su tarea.
Precisemos que estas «Memorias»
prodigan un tiempo, el suyo,
y el de su generación, a manos llenas.
Y tienen un carácter urgente.
Logro recordar cómo Guillermo Atías,
Braulio Arenas o Juan Dérpich
debían colgarse del teléfono,
buscando sus textos semanales,
que Anguita estimaba como
trozos de soga de la casa del ahorcado.
Le decían siempre lo mismo:
que la revista ya iba «a cerrar»,
ahora mismo, en los próximos minutos.
El teléfono sonaba en la pensión
en donde el poeta vivía.
Respondía una empleada,
que él miraba, a veces como
la «Olympia» de la pintura
o como una Furia
que pretendía sacarlo de su sueño.
En ocasiones, el parlamento de la recadera
era acompañado por un zumbido feroz,
el de la enceradora.
Anguita, que había leído a Dostoievski
hasta las seis de la mañana,
con el fin no confesado de mejorar
el carácter y estilo de sus angustias,
anunciaba que, en los próximos minutos
todo iba a estar bien.
Esos «próximos minutos»
eran parte de la Eternidad.
Era preciso extender el plazo
de entrega para darle ánimo,
Quedaba en pie
el «hueco» para su texto.
Yo cometí una vez
el yerro mayúsculo:
llamé a ese espacio,
ante él, «nicho».
¡Horror!
¡La cólera de Yahvé
ante los amalecitas
era agua de borrajas!
Me dijo Eduardo:
«¡pésima palabra,
de mal gusto,
no la esperaba de ti.
Podrías haberme hablado
de 'coro', de 'baptisterio',
o decir algo clásico, 'túmulo',
por ejemplo, pero 'nicho'
te convierte en el
propietario de la indignidad».
En estas páginas
él busca a los demás,
pero sigue haciendo señas a Él,
tratando de fascinarse espiando
lo que estimaba como zona
del Pecado Original.
Quisiera, eso sí, no dejar atrás
un rasgo que no muchos conocieron:
su sentido del humor.
Era, a menudo, chaplinesco,
de la etapa del cine mudo,
y lleno de los toques de Bergson.
Hay unas crónicas sobre el chico Molina,
en La belleza de pensar, que exponen
este tono suyo, y que en las "Memorias"
aparece continuamente.
Lo más extraño es que todos
lo veían instalado
en la Desdicha de continuo.
Y él podía ser feliz,
como se estima en este texto suyo
sobre el Paraíso, escrito para el
único número de la revista David,
que él dirigió.
Es regocijo de místico:
«Me abandono
a una especie de percepción líquida.
Luego, la temperatura del aire
se hace más densa.
Verano. Zumba un abejorro.
Recorro en el aire
una vena invisible de espacio.
Zumbido, sangre del verano.
Quiero oír una cigarra,
su chirrido seco
de gavilla que se quiebra.
El nombre científico
de la chicharra de las viñas:
Ephippigera vittus.
Cielo puro.
Una nube se inunda
de oro en el poniente.
Mi ciudad termina
sobre el parque
de los García de la Huerta.
El cielo sobredorado vibra
justo encima del Renacimiento:
allí próximo a la calle Urmeneta.
Volantines. Viento hermoso.
La fucsia. Primer herbario.
¡Qué bella es la vida!».
En muchas páginas de mis "Diarios"
he mostrado escenas de la vida
(y pasión) de Anguita.
Ya en el trance de recomendar
el uso de la "pulsatilla";
de consultar
a su paño de lágrimas cotidianas,
el doctor Rojas Villegas;
de recordar al chico Molina
y a Mario Góngora,
ese hombre sabio
que nos hace tanta falta;
o lo oigo indignarse
con los fabricantes de artificios
o con quienes trafican con trucos
en modos de pensar mutilado.
Sé muy bien que odiaba
los libros mal hechos.
Ni el gran Pedro Lastra
-según él mismo ha recordado-
se libró de una culpa que no tenía:
lo de la "cola fría" usada
en la Antología (Editorial Universitaria),
y las hojas que se disparaban
sobre el lector en un perpetuo otoño.
Si pudiera decirlo hoy,
a despecho de los juicios de Stendhal
sobre el tema, habría elegido
un bello libro de sus "Memorias"
hecho por Bodoni, de Parma.
Temo que, entre los Justos,
siga soñando con un formato noble, in-quarto.
Me disculpo, una vez más,
por ser infiel a sus anhelos.
Alfonso Calderón
No hay comentarios:
Publicar un comentario
COMENTE SIN RESTRICCIONES PERO ATÉNGASE A SUS CONSECUENCIAS