Su talento, (el de Steve Jobs) no fue la invención.
Fue ver la promesa
en una tecnología temprana y torpe,
y puliéndola, refinándola y simplificándola
hasta convertirla en un componente estándar.
Como el mouse, los menús, el CD-ROM o el Wi-Fi.
Una y otra vez, nos quitó las cómodas frazadas.
Tomó nuestras unidades de disquete,
nuestros módems, nuestras conexiones de cámaras,
nuestras pantallas, nuestros Flash, nuestros DVD,
las baterías removibles de los portátiles...
Con el tiempo, de hecho,
la sociedad adoptó
un ciclo de reacción ante Apple
que llegó a ser tan predecible,
que podría haber sido un sketch.
Fase 1: Steve Jobs sube al escenario
para presentar un nuevo producto.
Fase 2: Los blogueros techies lo destruyen.
("El iPad no tiene mouse,
no tiene teclado, tampoco GPS ni USB.
No hay ranura de tarjeta,
no trae cámara, no tiene Flash.
¡Está muerto de entrada!".)
Fase 3: El producto sale,
el público se vuelve loco,
los detractores desaparecen bajo tierra.
Fase 4: El resto de la industria
da saltos a toda velocidad
tratando de hacer lo que hizo Apple.
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