En Palo Alto hay un ecosistema en que se valora el fracaso...
El viaje de Francisco Larraín desde el valle central a Silicon Valley ha tenido muchas escalas. Su gran salto llegó, al fin, con el proyecto Zappedy, que recientemente compró Groupon en más de diez millones de dólares.
Por Juan Pablo Garnham13/10/2011
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Nada de portarretratos hechos con palos de helado. Era el cumpleaños de su mamá y él, en esa época de cinco años, le regalaría otra cosa: en un Atari 800 XL programó la canción "Cumpleaños feliz". Desde chico, Francisco Larraín siempre supo manejarse con computadores, aunque sólo en los últimos dos años su vida ha estado centrada en ese negocio, desde que comenzó a trabajar en un proyecto que Groupon compraría por más deUS$ 10 millones.
"Zappedy" se llamó el sitio hasta la adquisición por parte de la firma con base en California. Antes de esta iniciativa su carrera transitó por la ingeniería eléctrica, la física y las finanzas en Bancard, la ex empresa de Sebastián Piñera. Más que el dinero, lo que le importaba era crear proyectos, según explica: "para mí era importante sentir que había hecho algo por mis propios méritos".
Su madre trabajaba en Conicyt y por su casa pasaban todo tipo de científicos. "Eran mucho más entretenidos que los otros adultos, que hablaban de temas serios, de la política", recuerda Larraín. Estos personajes conversaban de las estrellas. O de biotecnología. En cuarto básico y sin entender de qué se trataba en verdad, él jugaba a crear una empresa en este rubro. "Lo que me gusta es desarrollar un proyecto interesante", dice Larraín, "el gallo que vendía paltas era otro de mis compañeros de curso. Yo era más el científico loco".
Entró a la Universidad Católica, en Santiago, y dejó la zona de Los Andes, donde creció. Se decidió por Ingeniería Eléctrica, donde fue el mejor promedio de su generación. Al mismo tiempo realizó un magíster en Física Teórica. "No tenía claro lo que iba a hacer después", dice Larraín, "me las daba de científico". De a poco, en la universidad fue descubriendo lo que lo motivaba más: "era entretenido sentarse a conversar de problemas difíciles con gente y tratar de resolverlos".
En 2003, cuando egresó, el teléfono no se demoró en sonar. "Hola, te habla Sebastián Piñera", dijo la voz del actual presidente en su celular. Por un momento, Francisco pensó que se traba de una grabación, de propaganda política. Pero no, era su futuro jefe, que quería reunirse con él ese mismo día. Al poco tiempo estaba trabajando en Bancard, desarrollando el área de estudios.
"Quedé impresionado. Sentí que ahí iba a estar en un ambiente en que podía resolver problemas entretenidos", recuerda Larraín, "Piñera tiene fama de ser inteligente y dije 'bueno, esto de las finanzas va a ser algo interesante'. Y la verdad es que lo pasé súperbien".
Por tres años y medio, Larraín trabajó en las oficinas del piso 17, en Apoquindo 3000. Cuando llegó, su área no estaba muy desarrollada en Bancard. "Ayudé a que las decisiones se tomaran de manera más sistemática, analizando más las empresas", dice.
Ahí pudo ver cómo Piñera de a poco estaba menos presente en la empresa. En los primeros años iba casi todos los días, pero paulatinamente se le fue viendo menos. "En Bancard lo que más aprendí es a ser práctico. Tú no puedes llegar con una idea muy teórica. Hay que ejecutarlo y sacarlo adelante", dice. "Sebastián Piñera siempre me comentaba: 'tienes que aterrizar las cosas'".
Larraín dice no ser de derecha y hace énfasis en que no se identifica con el sector empresarial. Sin embargo, cuando su jefe comenzó a trabajar en la campaña presidencial de 2005, él se ofreció como voluntario. Ayudó en labores ejecutivas: contratar gente, hacer presupuestos. Fue la primera vez que se sintió emprendiendo. "Fue interesante partir de cero, algo de lo que no existía nada, y hacer algo que terminó siendo una campaña presidencial", explica. Colaboró dos meses y, cuando vio que la cosa ya estaba andando, volvió a sus labores en Bancard. Pero no por mucho tiempo.
Destino: Silicon Valley
A pesar de la buena experiencia, Larraín sabía que las finanzas no eran su campo. "Yo tenía muchas ganas de emprender. Necesitaba crear algo", dice. Empezó a ver posibilidades de posgrados. En Bancard, la influencia de Harvard y de la costa este era fuerte. Sin embargo, en una conversación con José Cox, el socio histórico de Piñera lo convenció de mirar hacia el otro lado de EE.UU.
"Me dijo que hay algo que tiene California que no tiene el resto del mundo", recuerda Larraín, "es lo que hace que empresas como Apple, HP o Google nazcan, me dijo. Él creía que tenía que irme para allá a descubrir qué era ese algo", recuerda Larraín.
Francisco apostó por MBAs en distintas universidades del oeste. Postuló a Stanford sin pensar que quedaría -le apostó su auto a su mujer-, pero fue aceptado. Y pudo encontrar ese "algo" del que le habló Cox: "Hay un pensamiento poco convencional que hace este lugar tan especial. Sobre todo la gente y cómo colaboran. La manera en que la gente comparte ideas. No hay mezquindad en eso. Uno siempre cuenta lo que está haciendo; nadie se preocupa por contratos de confidencialidad o cosas así.
Enfocó sus estudios al emprendimiento y a temas de psicología organizacional. Durante todo el segundo año estuvo planeando modelos de negocios con amigos.
"Era lo mismo que hacía en cuarto básico -la empresa de biotecnología- pero ahora con algo que tenía lógica", comenta. Tuvo profesores como Eric Schmidt, en esa época CEO de Google, lo que le sirvió nuevamente para darse cuenta de sus posibilidades. "Uno los endiosa, pero son gente normal y uno puede hacer cosas como ellos", dice.
Una vez titulado recibió ofertas para volver a Chile, pero prefirió sus propios proyectos. Colaboró en Tapjoy, una plataforma para desarrollo de aplicaciones para celulares. Ahí conoció a Evan Macmillan, un diseñador estadounidense que estaba cerrando su propia empresa que no había funcionado. Él lo ayudó a hacer su producto funcional a cualquier persona. "Los ingenieros estamos en nuestra burbuja con las matemáticas. Yo pienso todo el día en sistemas. Evan tenía sus propias ideas y, además, era capaz de dibujar las mías", dice Francisco.
Comenzaron a trabajar, pero sin ver resultados durante los primeros meses. Sus amigos en Chile le preguntaban cuándo se iba a aburrir e iba a volver a Chile. Esa actitud era algo que, para él, revela lo difícil que es replicar Silicon Valley en Chile. "En Palo Alto hay un ecosistema en que se valora el fracaso. Fallar se ve como un valor positivo y eso es un primer paso que hay que tomar, porque el talento ingenieril en Chile está", dice Francisco. De los empresarios chilenos con los que habló, ninguno quiso invertir en su proyecto: "Muy riesgoso, decían. Pero ¿qué significan US$ 100 mil para alguien que tiene 500 millones? Hay que apostar y confiar más en nuestra gente", comenta.
Quién sí lo apoyó fue Wenceslao Casares. Mientras tanto, junto a Macmillan empezaron a pensar en las pequeñas empresas y cómo éstas no tienen formas concretas de medir el impacto de su publicidad en internet. Conversando, decidieron enfocarse en los sistemas de fidelización que tienen las grandes empresas. Por seis meses trabajaron en la casa de Francisco en Palo Alto, la misma en que vive hoy, a seis cuadras de la de Steve Jobs pero que, según Larraín, no es muy distinta a una casa promedio en Ñuñoa. A pesar del éxito que vendría, hoy sigue viviendo ahí: "después de la venta, mi vida no ha cambiado en nada, nada más que hoy tengo un colchoncito". Eso y el puesto de director of Engineering en Groupon.
Una punto com con estilo chileno
En enero de 2010 partieron con el desarrollo y en julio de 2011 Groupon compraría su proyecto. Zappedy, como lo llamaron, pasaría a ser Groupon Rewards. Debido a que la empresa está saliendo a la Bolsa, Larraín no puede explicar muchos detalles, pero parte de la información de la transacción y del proyecto se ha hecho pública. La oferta fue de, al menos, US$ 10 millones.
Su producto es parte esencial de la estrategia actual de la empresa y busca democratizar la fidelización al cliente. Si una compañía debe gastar US$ 2 millones para poder tener un sistema de puntos (como, por ejemplo, Nectar), con Groupon Rewards cualquier pequeño empresario podrá ofrecer promociones para motivar a sus clientes a seguir comprándole. Y en vez de usar puntos, tarjetas con timbres o cupones, todo funciona automáticamente al pagar con tarjeta de crédito. Incluso, al usuario le llega un mensaje por celular en el que le avisa cuánto más tiene que gastar para desbloquear premios.
Todo esto se ha hecho con un equipo de diez chilenos y dos estadounidenses, que incluye a dos cofundadores que trabajaron desde Santiago, Ricardo Zilleruelo y Daniel Pérez. Con ellos trabajan Sebastián Kreft, Cristián Sepulveda, Michael Mac-Vicar, Pablo Bustos, Gastón L'Huillier, Francisca Gil, Natalia Corominas y Carlos Andrade. De hecho, en la oficina que tienen en la sede de Groupon en Palo Alto se habla en español y los "gringos" se han tenido que adaptar al "cachái". "Para mí era súperimportante poder demostrar que se puede armar una organización de ingeniería en Chile de primer nivel", dice Larraín, "a tal punto que una empresa tecnológica gigante norteamericana te quiera comprar".
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