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El fin de la terapia...apelar a la filigrana que los desfamiliariza.

El fin de la terapia
por Pedro Gandolfo
Diario El Mercurio, Revista de Libros,
Domingo 2 de Octubre de 2011
http://diario.elmercurio.com/2011/10/02/al_revista_de_libros/revista_de_libros/noticias/3B7FCFD1-B9C5-422E-A2F8-F1FF81E7337B.htm?id={3B7FCFD1-B9C5-422E-A2F8-F1FF81E7337B}

Reseña Crítica a la última novela 'Diez mujeres' de Marcela Serrano

Una destacada siquiatra sicoanalista, Natasha, invita a nueve
pacientes mujeres a reunirse en una parcela cercana a Santiago con el
propósito de que cada una de ellas -que antes no se conocían- cuente
en público sus vidas en una suerte de acto final de apaciguamiento y,
de ese modo, dar por concluida la terapia con una "sanación" -en la
medida en que las complejidades de la psiquis lo permitan- que tiene
un cierta convergencia en la propia Natasha. Hay también una "undécima
mujer", una argentina que Natacha conoció de joven cuando estudiaban
en la Universidad en Buenos Aires, que es, desde hace largos años, su
asistente y entrañable amiga.

La percepción, que aparece señalada en el epílogo, de que "el valor de
los humanos es su capacidad de separación, de ser independientes, se
pertenecen a sí mismos y no a la manada" y que ese camino de
individuación y autonomía pueden ser llevado a cabo con la ayuda
esencial del terapeuta, son los presupuestos antropológicos y
sicológicos del relato, que jamás se cuestionan y más bien son axiomas
o tesis de las cuales la novela es corolario o demostración.

La estructura narrativa de la novela es bastante simple: un prólogo y
un epílogo relatado por un narrador autoral, focalizados en la
interioridad de Natasha, que observa desde una ventana la llegada y
partida de sus pacientes, y diez capítulos -titulados con el nombre de
cada una de las mujeres- en que ellas cuentan, cada una a su modo, sus
respectivas vidas. Entre estas también el lector puede enterarse de la
vida de Natasha, contada no por sí misma, sino por su fiel y amante
asistente.

Serrano se impuso un desafío creativo enorme, porque, en su esfuerzo
por mostrar la diversidad de lo femenino, escoge diez vidas (casi
once) y personalidades diversas entre sí, y para ello va combinando
las distintas variantes de manera que ninguno de sus personajes tiene
que ver con el otro: estrato social y económico, oficio o profesión,
estudios, edad, preferencia e identidades sexuales, lugares de origen,
etcétera, cambian llamativamente en cada historia. En esta novela, una
paciente no se distingue de otra por la edad, sino que también tiene
que ser lesbiana, medio cuica, haber estudiado informática, vivir en
otra parte. Usando un símil manido, son como un bello y abigarrado
manojo de distintas flores. Desde lo alto de la ventana, el narrador
autoral que toma la voz de Natasha presenta, con humanidad, a cada una
esas distintas flores que conoce por su consulta ya muy bien. Es
difícil construir diez (u once) historias con protagonistas
deliberadamente diversos hasta este extremo, cuyo único elemento común
es que son mujeres y pacientes de Natasha. A su vez, como el grueso de
la novela está narrado en primera persona por diez narradores
distintos, Marcela Serrano se esfuerza por traspasar al lenguaje, a la
superficie del texto, las marcas que permiten identificar a cada una
de esas monadas femeninas. En ambas operaciones, la novela actúa con
eficacia pero con simplificación excesiva y, por ende, sólo en algunos
casos sus personajes logran plena verosimilitud y, paradójicamente, a
contrapelo de su total diferenciación exterior, sus vidas se parecen a
otras historias de mujeres y sólo en algunos capítulos alcanzan la
total individuación del personaje.

Marcela Serrano construye la relación con el lector en base a la
"empatía", un recurso literario por completo legítimo y de uso muy
frecuente. El disfrute estético obedece, en buena medida, a que el
lector pueda lograr ponerse en el lugar del personaje, sentir que hay
aspectos en él que le son íntimamente pertinentes. Ese contacto es el
buscado aquí. Es bastante difícil que entre el público no se produzca
algún tipo de empatía con alguna (o con varias) de las mujeres que
integran este verdadero tarot femenino propuesto por la autora.

Hay que señalar que Serrano tiene buena prosa, simple y clara, que se
lee con facilidad. La novela, con todo, parece fracasar en su intento
de retratar diez vidas distintas en 300 páginas. Son diez biografías
diferentes en una sola novela, biografías que únicamente tienen en
común lo señalado: ser mujeres, pacientes de Natasha y ser "algo
neuróticas". El arte de la biografía breve (y estas son breves) es un
arte mayor, en extremo complejo, que implica una gran habilidad en la
selección de los hechos narrados. El relato literario de una vida no
se parece al relato histórico-biográfico y, a veces, Diez mujeres cede
hacia una retahíla de hechos, que como las fechas de los reinos, van
jalonando estas vidas. Así, las sensibilidades, imágenes y detalles
concretos se pierden en el recuento desnudo, superficial y acelerado
de los hechos. Contar el otro lado de éstos, en un relato breve, exige
menos informar que apelar a la filigrana que los desfamiliariza.

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