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Los ojos de la memoria



 por Maro Valvovinos

Diario El Mercurio, Revista de Libros, domingo 1 de septiembre de 2013

Al misterio del acto de pasear los ojos sobre hojas de papel estampadas con palabras, Alberto Vega agrega con su ingreso en el arte literario la escritura de la mirada, en sentido literal y simbólico, puesto que, tras el accidente ciclístico que sufrió en 2006, quedó paralizado con la única alternativa de mover los ojos. Esta levedad le posibilitó escribir, auxiliado por MyTobii, su PC ultrasensible, y dejar este testimonio biográfico, redactado en el límite y en el cual pasa revista, de manera sucinta, casi con la forma de epigramas o aforismos, a los momentos más significativos de su existencia. Una vida ascética, con estudios musicales, literarios y teatrales. Vecino, además, del barrio Ñuñoa, académico de la Escuela de Teatro de la UC e intérprete dramático destacado.
De rostro y estampa bajados de una pintura del Greco, reconstruye con la memoria y los ojos, tal vez con los ojos de la memoria, un fragmento importante de la vida chilena -nació en 1951-, los parientes y sus rituales, infancia, juventud, adultez, la mano de Dios y la presencia de la fe en los hechos, el matrimonio y los hijos, el colegio religioso Calasanz, el Mundial del 62, la mitología de los barrios y los veraneos, el paso del tiempo.
El propósito es más testimonial que literario, la entereza de un artista inclaudicable, pues sigue en el presente pletórico de proyectos. Así, sin resentimientos ni blasfemias, con humildad y modestia, medita en las páginas de Mírame a los ojossobre la muerte, el teatro como una entrega de sus cultores a la otredad, el recibimiento del público, su extensa trayectoria teatral, televisiva y pedagógica, el abandono, la pérdida, la precariedad del cuerpo, el presente.
El estilo carece de toda retórica o adorno; un lenguaje declarativo, resignado, sutilmente nostálgico de su ser en otros momentos. No pide ni inspira piedad, sino admiración, asume su dolor y su estado, con fe y esperanza.
La diatriba contra el fátum, el destino tan arbitrario como implacable manejado por los dioses, habría sido previsible y válida. Está ausente. Su lectura recuerda el delicado soneto que Rubén Darío dedica al maestre Gonzalo de Berceo: "El barrote maltrata, el grillo daña/ que vuelo y libertad son su destino".
Como todo artista inquieto fue un atolondrado, es memorable su actuación en Art, de Yasmina Reza, pero en el interior de la palabra atolondrado hay una alondra y tal vez en ella ahora viaja su ser.

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