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Yerko sin maquillaje


Daniel Alcaíno, el actor que representa a Yerko Puchento -el más irreverente del programa Vértigo-, hizo escuela en la población de Cerro Navia donde se crió. Su madre tenía una botillería clandestina en la casa y su padre, ex jugador de fútbol profesional, era bodeguero de supermercado. Ahí aprendió a defenderse a golpes, a memorizar chistes y a sobrevivir.
por Juan Cristóbal Peña. 




Recién se ha sentado en un café de Plaza Brasil, en el centro de Santiago, cuando un hombre mayor se le acerca con la mano estirada.
-Lo felicito, muy bueno su trabajo.
Daniel Alcaíno es popular y despierta admiración y simpatías. Pero también, en algunos casos, hostilidades. De hecho, antes de ser interrumpido, el actor ha empezado a contar que días atrás, mientras caminaba por el centro, un hombre de su edad lo pasó a llevar con el hombro y, en vez de disculparse, lo provocó:
-Hueco.
Alcaíno pudo haberlo dejado pasar. Pero ese no había sido un buen día, y sin pensarlo respondió:
-¿Cómo que hueco?
-Hueco.
-¿Te vái a parar?
-Estoy parado.
-Ah, soy choro, conchatumadre.
Entonces comenzó un intercambio de palabras que fue subiendo de tono. Alrededor de ellos se formó un círculo de curiosos. Más de alguno reconoció al actor y atizó el fuego.
Después de pasar algunos días con Alcaíno, uno podría verlo en cualquier cosa menos en un pleito callejero. Más parece un hombre tímido, de buen genio, incapaz de matar una mosca. Pero lo que cuenta es distinto. De niño, su mamá lo mandaba a comprar vinos y cervezas para la botillería clandestina que funcionaba en su casa, y él, de vuelta con una carretilla cargada, tenía que defenderse de quienes creían tener derecho a cobrarse una botella como peaje. Su mamá le decía que debía hacerse respetar. Y su padre, que era bueno con los puños, uno de los mejores en su barrio, solía decir que “los combos no matan”, lo que es un decir, porque en la población de Cerro Navia donde se crió vio gente muerta a golpes de puños. De puños y estocadas.
-Ya, poh, ¿te vái a parar o no?
Daniel Alcaíno pudo haberse parado. Pero de un tiempo a esta parte, desde que comenzó a ser un actor popular, sabe que no puede andar trenzándose a golpes en la calle. Por eso, después de reflexionar unos segundos, dio media vuelta y siguió caminando. Al alejarse, escuchó que alguien pronunciaba a viva voz:
-Es choro el Yerko Puchento.
Cuando termina de contar la historia, en el café de Plaza Brasil, dice haberse sentido avergonzado: ahora tiene un hijo y una imagen que cuidar. Dice eso, pero luego esto otro:
-Claro, tengo que cuidarme, pero tampoco cualquier huevón me va a pasar a llevar así como así.
La casa está en lo que antiguamente era la población Barrancas: Salvador Gutiérrez con Neptuno. Los primeros en llegar ahí fueron Reinaldo Cuevas y María del Rosario González. Una lavaba ropa para familias del barrio alto y el otro era panadero. Luego vinieron los hijos, que cuando crecieron y formaron familia se acomodaron en el patio de la casa. Seis familias que se identificaban por sus apellidos. Los Alcaíno Cuevas se instalaron a comienzos de los 70. En 1972, cuando nació el primer hijo, Cristina Cuevas enfermó de tuberculosis y fue internada en un sanatorio. María del Rosario, la abuela materna, tuvo que hacerse cargo del niño. En eso el padre ayudaba poco. Había sido futbolista en Colo Colo y Santiago Morning y se ganaba la vida como bodeguero de supermercado. El resto del tiempo se lo pasaba en juerga con amigos.
Desde Plaza Brasil, Daniel Alcaíno Cuevas dice:
-Mi papá tomaba mucho, era alcohólico, bueno para la pelota y mejor para los combos y los chistes.
Cuando a mediados de los 70 su madre fue dada de alta y regresó a la casa, ya había una sobrepoblación de primos que crecían en torno a un parrón. Los fines de semana se organizaban fiestas con boleristas y cuequeros que se retaban a competencias de payas y chistes temáticos.
Esa fue una primera escuela para el actor. La segunda vino con los amigos del barrio y, especialmente, con su vecina Estela Salinas. La “Guatona” Salinas, como la llamaban, era de sentarse en un banco afuera de su casa a echar bromas a los que pasaban. Estaba horas en eso. Fue la primera del barrio en tener teléfono y era de hacer pitanzas y bromas, como llamar a una radio para hacerse pasar por una vecina y dedicarle una canción de amor a un vecino casado.
-A ella le debo todo, la chispa, los chistes, todo -dice el actor.
Con ella aprendió a memorizar chistes y a inventarlos sobre la marcha, uno tras otro, sin tiempo para dudar. En Taltal, donde pasaba vacaciones, ganó un festival de humor. Y más tarde, en la calle o en la televisión, escuchó chistes que él había inventado. Chistes que salieron a caminar, dice, y que tienen origen en historias y personajes del barrio.
El barrio, de cualquier modo, ya no es lo que era. Desde comienzos de los 90 la pasta base hizo de las suyas y las casas se poblaron de rejas y cerraduras. Fue la época en que las calles comenzaron a pavimentarse y la botillería de su mamá tuvo patente y nombre: Botillería Cristina. Gracias a la botillería, Cristina Cuevas González pudo educar a sus hijos una vez que se separó de su esposo, en 1979. Pero también trajo pleitos con vecinos. El más memorable se inició el Año Nuevo de 1996, a partir de una cuenta impaga, y se extendió por semanas con una familia vecina.
El primer round lo ganó el actor, que se había dado a conocer en la teleserie Rosabella. En el segundo ya tuvo que vérselas con dos a la vez. De no ser porque arrancó a su casa, y su papá se encontraba de visita, las cosas pudieron ser muy distintas. Padre e hijo salieron a la calle y resolvieron el asunto de una buena vez.
Los vecinos no volvieron a molestar a la dueña de la botillería. Y es más: a pesar de la paliza -o debido a ella-, el actor dice que hasta el día de hoy el muchacho que inició todo lo saluda cuando lo ve pasar por la antigua población Barrancas:
-Hola, Danielito, lo vi en la tele el otro día, ¿todo bien?
La situación está fuera de control. Es el segundo recreo de la tarde en el Liceo Miguel de Cervantes y al ex alumno Daniel Alcaíno lo rodea una turba de escolares de básica que reclaman un autógrafo. El rector Esteban Squicciarini intenta llamar al orden y sus palabras se pierden en un chillido de escolares sobreexcitados. Después de un segundo intento inútil, Squicciarini cuenta que lo que se está viviendo en los patios de básica del liceo del centro de Santiago no fue ni parecido a lo ocurrido un par de años atrás, cuando el futbolista y ex alumno Jorge Valdivia llegó de visita. Entonces la convulsión terminó con una alumna lesionada por el quiebre de un ventanal. Esto aún no llega a ese punto, pero se le acerca.
Para el actor, que ha llegado a una sesión de fotos, no parece haber otra solución que abrirse paso a empellones hacia la salida. Pero él tiene una mejor ocurrencia: cantar en voz alta el himno de su colegio.
Los escolares se suman al canto. Y como el flautista de Hamelin, con una batuta imaginaria que bate en el aire, el actor avanza hacia la salida, seguido por una hilera de escolares que cantan con él.
Daniel Alcaíno llegó en sexto básico a este liceo, que por entonces era particular subvencionado y no tenía el carácter combativo de hoy. Este martes, los estudiantes de media protagonizan una toma que cada tanto deriva en enfrentamientos con Carabineros.
Si bien su liceo no tenía el activismo de otros, fue ahí donde tomó conciencia y una posición política que hoy lo ubica a la izquierda de la Concertación y lo ha llevado a participar de actos en favor de ex presos políticos y causas mapuches.
En la casa de sus padres la política no era tema. Eso surgió con profesores y compañeros de curso. Uno de ellos era Alfredo Canales, teólogo y militante del MIR, que hoy cumple condena de 30 años por el secuestro del publicista Washington Olivetto en Brasil. Fue su compañero de banco y de fechorías escolares, aunque entonces Alcaíno no dimensionaba en lo que andaba Canales ni menos cómo terminaría. A diferencia del otro, Alcaíno era un estudiante tranquilo y de buenas calificaciones. “Uno de los mejores del curso”, dice él mismo, y el rector Squicciarini lo reafirma:
-Era buen alumno, no hacía problemas. Aunque en esa época eran pocos los que hacían problemas, no como ahora.
Alcaíno es de esos memoriosos insufribles, capaz de recitar guiones de obras de teatro y teleseries que representó hace años. También fragmentos de libros y letras de canciones o poemas. En un café del barrio Lastarria me recita parte de la obra con que Yerko Puchento llegó al teatro. Y días después, en el casino de Canal 13, me repetirá el libreto de Malabia, la obra donde en estos días interpreta al amante del agente DINA Enrique Arancibia Clavel.
Habla atropellado, a velocidad de la luz, jactándose de una memoria de niño genio que ha sido decisiva en su vida y su carrera. En 1999, días después de terminar las sesiones de quimioterapia y ser operado por un cáncer testicular, fue visitado por el actor Willy Semler. Este le contó que en esos días se encontraba montando Los Bufones de Shakespeare y le ofreció un reemplazo de fines de semana. Semler pensaba en semanas, pero días después de la visita, Alcaíno se levantó a duras penas y fue a ver la obra. Una, dos, tres veces, hasta aprenderse de memoria los movimientos y diálogos del actor al que reemplazó en las siguientes funciones.
Memoria, agilidad y oficio. Esos atributos explican también su éxito televisivo.
Desde principios de la década pasada, cuando Yerko Puchento comenzó a perfilarse como un personaje incisivo y polémico, los invitados al programa Vértigo fueron cada vez más esquivos. Cancelaban o confirmaban a última hora. Así las cosas, los libretos tenían que ser escritos y reescritos sobre la marcha, y memorizados en un par de lecturas.
A esto se sumaba otro problema. A medida que el personaje se hacía más popular y punzante, Canal 13 imponía más cortapisas. Alcaíno lo llama censura: cambios en los libretos a horas y minutos de salir al aire. Las relaciones con el canal se tornaron tan tensas, que se negó a salir en pantalla en dos capítulos.
-Fue tenso -dice-. Los que estaban a cargo del programa me decían: “Entiéndeme, Daniel, vengo de una reunión donde hay gente de la Iglesia que está cabreada con tu personaje”. Reconozco que en ese entonces yo era más joven, más altanero, y defendía a muerte la rutina.
-¿Y ahora?
-Ahora estoy más grande, más viejo, y el ambiente en el canal es distinto. Esa misma gente con la que me peleé en el canal ahora me saluda.
Después de cuatro años fuera de pantalla, a comienzos del primer semestre de 2013 Yerko Puchento volvió a marcar pauta y puntos de rating gracias a una polémica fuera de libreto. Ante las alusiones a su persona, el periodista de farándula Andrés Caniulef acusó al actor de racista y homofóbico. El canal respaldó al actor y le dio una nueva muestra de confianza al programar la siguiente temporada de Vértigo, que comenzó el jueves último.
Alcaíno dice que en ese apoyo no sólo influyó que Andrónico Luksic haya comprado a la Iglesia Católica dos tercios del canal. El personaje que creó con el guionista Jorge López “ha ido cobrando vida propia, ganándose el derecho a la irreverencia y el riesgo”.
-El personaje impacta porque en este país no se dicen las cosas de frente, nadie se atreve, y al que se atreve, lo critican y lo chaquetean. Este país es así: cobardón, en la medida de lo posible.
-¿Crees que con Yerko Puchento haces crítica social?
-Sí, claro. Con Jorge López fuimos mostrando cómo eran los chilenos. Es muy típico de nosotros que te digan: “Hola, Juan Cristóbal, qué bien te ves, muy linda tu bufanda, muy bueno tu trabajo”, pero a tus espaldas esa misma persona comente: “Este periodista pichiruchi, ¿qué se cree? ¿A quien le ha ganado? Sus libros son una lata. Y la bufanda que se puso parece cortina de baño de Casa&Ideas”.
-Y a ti, ¿te chaquetean?
-Como siempre ganamos, al día siguiente en los otros canales se encargan de decir: “(Yerko) es cruel, es misógino, el guionista le sopla todo al oído”. Todo eso me halaga y me tensa. No me interesa salir a aclarar las cosas. Es tensionante, pero no pesco.
Podría pasar inadvertido, de no ser porque Daniel Alcaíno Cuevas camina rumbo al casino de Canal 13 con la bata y el pijama con que acaba de grabar una escena de la próxima temporada de Los 80. Responde con humor a las bromas con que los funcionarios celebran su tenida. Es miércoles al mediodía y el humor es el mismo desde las primeras horas.
A una vestuarista que le extendió una bata roja le ha dicho que más parece Hugh Hefner que Exequiel Pacheco, el taxista que interpreta en Los 80. Y más tarde, tras pasarse horas grabando una escena breve junto al actor Daniel Muñoz, mantendrá en alto el ánimo del equipo, al entonar una canción de Alberto Plaza: Había esperanza,/ rondaba el amor./ Vendiendo sus alas/ quería evitarle a los hombres el dolor.
Un asistente de cámara comenta que Alcaíno “es siempre así: un huevón divertido que bromea todo el día”. Bromeará en el casino, almorzando de bata y pijama, y en las grabaciones que tiene días después para promocionar la nueva temporada de Vértigo. Pero esa imagen podría llevar a engaño. Días atrás, mientras conversaba en un café, vio pasar al periodista Andrés Caniulef. El actor comentó que no entendió la actitud del periodista y llegó a lamentarse de la polémica. Pero luego, como si entrara en razón, levantó los hombros y dijo:
-¿Qué tanto?

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