es una extraordinaria profesión de fe.
Los brasileños cultivan
el arte del exceso y de la buenaventura;
creen que la existencia es bella
como una forma fundante y profunda
de ver la vida, incluso en la desgracia,
en la pobreza, en el dolor familiar.
Y que si la vida no es bella
hay que inventarla bella,
hay que forzarla a la belleza
como se fuerza a una mujer gorda
a que entre en el metro.
Lo que más me gusta de Brasil
es ese modo vascular de habitar la alegría,
la capacidad de estar de buen humor
no sólo en los Carnavales
sino también y sobre todo,
en el pliegue intrascendente de los días,
en el peso que a veces significa estar vivo.
Es sentirse feliz por nada, por todo.
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Adaptado de una columna de Josefina Licitra
publicada en la Revista del Domingo
del Diario El Mercurio de Santiago, 28/07/2013
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