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Buhardillas, hoteles, constituciones políticas por Jorge Edwards


Diario La Segunda, Viernes 12 de Julio de 2013
http://blogs.lasegunda.com/redaccion/2013/07/12/buhardillas-hoteles-constituci.asp
Quiero hacer un comentario de acentos chilenos sobre el incendio del Hotel Lambert de París, ocurrido hace un poco más de 24 horas. En los años sesenta y comienzos de los setenta, el hotel perteneció al barón de Redé, amigo cercano del chileno Arturo López Huici. Se contaba que Redé administró la herencia millonaria de López, que esa administración le permitió formar una fortuna propia, y la historia seguía por esos rumbos.
Viví algunos meses en la Isla San Luis, en el quai de Bourbon, en un departamento señorial que pertenecía a la madre de un viejo amigo casado con una chilena. La señora había tenido un accidente y no podía subir las escaleras, de manera que pude residir en ese lugar a cambio de un alquiler simbólico. Me asomaba a mis dos altas ventanas y contemplaba las aguas del Sena en el atardecer. Cruzaba el puente y llegaba hasta una pequeña e inolvidable trattoria en que todo era italiano auténtico, desde el cocinero, el dueño, la muchacha que servía, hasta los vinos y las pastas. Si caminaba hasta la punta extrema de la Isla, pasaba delante de un edificio donde residió Charles Baudelaire. Ahora he sabido que el poeta de Las flores del mal sólo ocupó una pieza de empleada en el entretecho, pero su fantasía lo llevó a inventar un supuesto Club del Haschich. El Club, formado por algunos de los grandes artistas de ese tiempo, se reunía en la buhardilla del poeta, fumaba hierbas diversas y soñaba.
En las fiestas del Hotel Lambert de la época de Redé, celebradas en los salones y en un jardín artificial, participaba gente como Jean Cocteau, como el Marqués de Cuevas, como Arturo López y Raimundo Larraín. En el jardincillo del frente, Julio Cortázar colocó el escenario de su cuento Las babas del diablo, llevado al cine por Antonioni como “Blow up”. Conocimientos inútiles, dirán ustedes, o dirán algo todavía peor: memorias reaccionarias. Si uno tiene muchos años y tiene, además, memorias de cosas ocurridas en diferentes tiempos y lugares, está perdido. ¿Cómo hablar de estos asuntos anacrónicos cuando hay huelgas de estudiantes y de sindicatos, cuando hay elecciones presidenciales, cuando se plantea con urgencia un tema que por naturaleza exige tiempo: la reforma de la Constitución Política?
Redé le había prestado un ala de su hotel del siglo XVII, cuyo arquitecto fue Le Vau, cuyo pintor y decorador, autor también de la galería de los espejos de Versalles, fue Charles Le Brun, a la magnífica Michelle Morgan. ¿Se acuerdan ustedes de Michelle Morgan, de Jean Gabin, de Louis Jouvet? Traer estas antiguas figuras a la memoria, en los tiempos que corren, es una especie de provocación. Llega a verme un periodista de los Estados Unidos, me pide que me asome a una de las ventanas de este “mausoleo” de la Motte-Picquet y después aparece en la calle del frente, en un cruce, entre automóviles, motos, bicicletas, y me saca unas fotos. Le hago gestos para que tenga cuidado, en medio de los pitazos de protesta, y el periodista, aspirante a profesor, se limita a levantar su mano libre. Me pregunto si vale la pena arriesgar la vida por una foto, y me imagino que mi pregunta sólo merece un rechazo burlón, desdeñoso.

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