Entre el menor esfuerzo y la eficiencia energética.
Soy muy perezoso y no me gusta trabajar inútilmente.
La ley del menor esfuerzo también tiene su límite.
El hacerle siempre el quite al esfuerzo puede llegar a ser agotador.
El trabajo como se le concibe hoy en día, eso sí,
lo considero una intromisión en la vida privada.
Una cosa es la plata y otra que te pongan la pata encima.
De acuerdo que haya correlación entre remuneración y productividad.
Pero no es necesario llevar las cosas al extremo de lo insufrible.
Una cosa es la eficiencia productiva y otra es la apariencia productiva.
Mi currículum parece una combinación de prontuario y chiste
y en el mejor de los casos contiene el conjunto de cosas que no me gusta hacer.
Cuando soy la persona indicada para determinado trabajo,
es porque estoy consciente de todas las cosas desagradables que contiene.
Hay personas cuyo trabajo consiste en mantener ocupados a otros.
Es una labor muy demandante, estresante y agotadora.
Hay otros que llegan a gerentes, encumbrados en su habilidad
para encontrar culpables más que soluciones. Por lo demás,
la mayoría de los trabajos más productivos no son remunerados.
Hay una gran cantidad de personas que reciben el crédito
por una idea y un trabajo que nunca concibieron ni realizaron.
La fama y el prestigio suelen ser el producto de un malentendido.
Casi todos están muy preocupados por las cosas importantes,
cuando el mundo funciona con los que están ocupados
en los detalles que la mayoría considera menores o sin relevancia.
En un mundo en que la velocidad más que el rumbo
es lo que cuenta, no sería extraño que nos estemos
dirigiendo rápidamente en dirección al despeñadero.
Mientras en el Salón de Honor o en el Aula Magna
las autoridades pronuncian pomposos discursos
sobre la innovación, la investigación
y los desafíos de la Patria y el Mundo,
en el último rincón de una biblioteca de provincia
o en un sótano perdido de un edificio ruinoso,
en un laboratorio mal equipado,
o en un garage o taller prestado de los suburbios,
alguien o unos pocos locos, sin pretensiones mayores
tratan de entender algo, o intentan hacer que su prototipo funcione.
Entre que eso ocurra, si es que llega eventualmente a suceder,
y la larga cadena de ensayo y error, de frustraciones
y mejoras, hasta lograr integrarse a la compleja
cadena productiva y establecerse como un producto competitivo
pueden pasar muchas cosas...y lo más probable es
que otros se queden con las ganancias del invento.
El futuro no es del que lo ve primero
ni de los que lo construyeron a continuación,
sino del que se apropió de él,
logró las patentes, los contactos
y el financiamiento, para hacer
finalmente un producto visible y atractivo,
convertirlo en marca y eventualmente
hacerlo que forme parte de nuestra cultura.
Hay que buscar lo mejor de los demás
dando lo mejor de sí mismo.
El trabajo dignifica cuando es significativo,
por modesto y marginal que sea su aporte.
Es como el picapedrero medieval
que mientras trabajaba de sol a sol
estaba consciente que estaba construyendo
una magnífica catedral gótica
que nunca iba a ver terminada...
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