Diario El Mercurio, Martes 09 de julio de 2013
Alzamiento de las masas
"El desafío de una verdadera política para el Chile que se avecina es saber distinguir y elegir entre aquello que grita por una injusticia o una reforma necesaria y aquello que es 'por si pasa', porque sí..."
Lo sucedido en Brasil, ¿es signo de un malestar profundo? La respuesta nos la espetan de manera rotunda: es el grito colérico de los condenados de la tierra que, por medio de sus actos de rebeldía, quieren expresar lo inexpresable, ya que las vías normales y oficiales estaban clausuradas. Los brasileños estallaron de indignación por la frivolidad de un Mundial de Fútbol, pero tienen un largo rosario de quejas fundadas frente a las iniquidades en el país.
Así reza una teoría en boga, pero cuando uno trata de cuadrar la tesis, las piezas no entran. Suena demasiado a hagiografía sobre las masas alzadas, henchidas de ira real o alimentada con artificio. En un país muy diferente respecto del de hoy, el Chile que había tenido que asumir la reconstrucción del terremoto de Valdivia de 1960 no habría entendido si Jorge Alessandri se hubiese opuesto a gastar la suma millonaria en el Campeonato de 1962. Por don Jorge mismo, la hubiera utilizado en el Teatro Municipal, pero como Presidente no podía ignorar la identificación nacional que hubo con ese campeonato. Sigue siendo el momento en que las almas de Chile palpitaron más al unísono.
No cabe duda de que en Brasil las protestas han tomado el Mundial como pretexto de males persistentes y extendidos, algunos exagerados y otros un tanto fantaseados. Para entenderlas, es interesante observar que existe analogía en muchos países. Los casos de Brasil, Chile y Turquía -y otros que se puedan asemejar- muestran paralelismos, a pesar de las evidentes disparidades. Son tres países en los cuales el mejoramiento general de las cosas desata, precisamente por eso mismo, exigencias saturadas de furia, debido a las frustraciones con el sistema público y la indiferencia de muchos actores privados. No deja de existir en todo este asunto, en ese estallido de los derechos y de las exigencias desaforadas, una cuota de picaresca. Suele confundirse con masas delirantes, surgidas de un carnaval venido a menos, desprovisto del culto de una verdadera fiesta. Allí no existe huella de ciudadanía republicana.
El desafío de una verdadera política para el Chile que se avecina es saber distinguir y elegir entre aquello que grita por una injusticia o una reforma necesaria -que no es poco- y aquello que es "por si pasa", porque sí, o por el ruinoso e injusto "lo quiero todo". Dentro de sus límites, no hace mal. En muchas partes del mundo las instituciones van a tener que sobrevivir a las manifestaciones, coexistiendo con ellas, aunque también muchas veces poniéndoles coto (lo que en Chile debe ser el caso de la enseñanza media).
Un testimonio de las protestas brasileñas deja flotando un desasosiego: sostenía que Brasil podía organizar un campeonato de país desarrollado, con estadios bien organizados que nada tienen que envidiar a los mejores del mundo, pero cuyos servicios públicos desfallecen a pesar de lo que se invierte en ellos. En educación, Brasil gasta una cantidad significativa del PGB, pero para la gran masa nada mejora. Un caso típico de los muchos a lo largo del mundo, donde el mayor gasto no proporciona mayor calidad. Uno se pregunta, ¿no es este un dilema latinoamericano? Podemos hacer una sola cosa bien, o emprender un sinnúmero de proyectos imaginables para, al final, volver a encallar. Nos cuesta dar una jerarquía a varios de ellos -ya que no se pueden emprender todos a la vez-y poner la máxima energía en ellos, de manera que se potencien entre sí, y después, poco a poco, empujen al resto hacia arriba. ¿Dónde están los líderes que puedan interpelar a los ciudadanos (no a las masas) con la correspondiente combinación de sobriedad y propósito de futuro?
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