Prescindiendo de los propensos
excesos del desengaño,
el portaaviones a vela Cittá Felice
que transportaba los Sea Harrier
de Diego Maquieira
se desplazaba a más nudos
que el viento que lo impulsaba;
navegando sobre suficiente vino blanco
como para fundar el Mar Tirreno
y con el mar soltando amarras
volando como un mar mareado...
Hundida ya la ancha flota,
nos quedamos sobre la carcaza del Cittá Felice
llenos de amor y de desastres del corazón
volando sobre las aguas para la anunciación de la luz
en fulgurante seguimiento de las estrellas
y curvando la dura rampa del horizonte...
Mientras pasábamos delante de una belleza
que ninguna madurez podía compensar
vivíamos en la holgazanería más desprejuiciada
sólo impulsados por el amor:
espíritus magníficos que sólo existen
para la fragua de las almas...
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