Son candidatas en veredas opuestas. Pero Michelle Bachelet y Evelyn Matthei comparten una historia: la profunda amistad entre sus padres -Alberto y Fernando, generales de la Fach- y una niñez marcada por los códigos que impone la vida militar y que duran para siempre. Los años 70 trajeron las primeras diferencias entre ellos y un final trágico: la muerte de Alberto Bachelet por torturas en la academia de la institución. Vino el desconcierto, el exilio, la distancia, el reencuentro y un proceso judicial que investiga esa muerte, donde organismos de DD.HH. piden el procesamiento del ex comandante en jefe. La familia Bachelet ha salido en su defensa. Aquí, la reconstrucción de dos vidas que se cruzan.
por Nancy Castillo y Rocío Montes - 28/07/2013 - 02:33
-Nadie tiene que defenderlo. Ante mis ojos, haberlo acusado de traición a la institución es grotesco, Gelo.
Fernando Matthei Aubel era coronel de la Fuerza Aérea. Gelo es Angela Jeria. Unas semanas antes, el 12 de marzo de 1974, su esposo, Alberto Bachelet, general de la Fach, había muerto en la Cárcel Pública tras ser sometido a torturas en la Academia de Guerra de la Aviación (AGA). La reunión entre Matthei y Jeria respondía a una petición que su marido le había hecho mientras estaba en prisión: que le llevara el argumento de su defensa en el juicio “Aviación contra Bachelet y otros” a Matthei y al comandante en jefe de la Fuerza Aérea, Gustavo Leigh. Alberto Bachelet quería que ellos dos, a quienes consideraba sus mejores amigos en la rama, supieran que él no había traicionado a la institución. Para este oficial, eso era de suma importancia.
La reunión entre Jeria y Matthei fue tensa. Aunque no tanto como la que tuvo con Leigh en el Edificio Diego Portales. Ni cuando Jeria lo volvió a encontrar en una ferretería. Ni siquiera hoy ella quiere hablar de esas dos veces en que vio al comandante en jefe de la Fach tras la muerte de su esposo. De la amistad con Leigh, Alberto Bachelet y Jeria se decepcionaron. Con Matthei, la historia fue distinta.
Treinta y ocho años después, dos ramos de flores decoran el departamento de Angela Jeria en Avenida Vespucio. Es agosto de 2012 y pocos días antes ella ha dicho a la prensa: “Siempre el general Matthei ha sido amigo nuestro, lo estimo mucho y yo tengo la certeza de que él no estuvo en la Academia de Guerra en el tiempo en que mi marido estuvo ahí”. Esas palabras las dijo en el marco de la querella por el homicidio de Alberto Bachelet que la Agrupación de Ejecutados Políticos había presentado el año anterior. Jeria y su hija Michelle Bachelet se hicieron parte de la causa, pero no han querido que su abogado pida el procesamiento de Matthei, como sí lo hizo la agrupación. En estos dos años, Matthei ha debido declarar en tres ocasiones y enfrentar un careo con ex detenidos en la AGA.
Luego de que Jeria enfrentó a la prensa, Matthei le agradeció con un ramo de flores por la valentía de salir públicamente a confrontar una posición que defienden organismos de DD.HH., mundo al que Jeria pertenece.
Angela Jeria sigue considerando a Matthei como uno de los amigos de su esposo dentro de la institución. Luego de que ambos se levantaran en veredas políticas distintas, Bachelet en el gobierno de Allende y, más tarde, Matthei en el de Pinochet, ella así lo ha expresado públicamente. Incluso hoy, cuando esos dos apellidos vuelven a cruzarse en la política nacional. Además del juicio que lleva Mario Carroza por la muerte de Bachelet y que podría tener novedades dentro de un mes, las hijas de ambos, Michelle Bachelet y Evelyn Matthei, se enfrentan como las candidatas más competitivas en la carrera presidencial 2013. Una, desde la oposición; la otra, desde el oficialismo.
La relación entre ambas está lejos de ser la que tuvieron sus padres. Pero ser hijas de general marca sus historias: se criaron en una tribu distinta a la de los civiles. Y ser hijas de esos dos generales en particular -grandes amigos, que cumplieron roles públicos desde espacios políticos enfrentados y en medio de una convulsión política de la que sólo uno sobrevivió- parece más que una broma del destino.
La primera hebra de esta historia aparece en el norte, hace 55 años.
Enero, 1958. El sol golpea la arena dura donde se levanta la villa militar de la Base Cerro Moreno de la Fuerza Aérea, 26 kilómetros al norte de Antofagasta. Aquí viven unas mil personas. El capitán Fernando Matthei, de 32 años, se acaba de instalar allí junto a su esposa, Elda Fornet, y tres hijos: Fernando (6), Evelyn (4) y Robert (1). Luego vendrían dos más.
A diferencia de su destinación anterior en el norte -Iquique-, la casa fiscal que les asignaron es más espaciosa y tiene una curiosa distribución: las ventanas miran al norte y el resto está sellado, como una fortaleza, para que la arena no ingrese cuando se levanta el viento. La casa es la número 13.
Los 60 oficiales del lugar viven casi aislados de la población antofagastina. En la base hay una escuela pública y la mayoría de las necesidades básicas se pueden atender sin salir de esa villa, como sucede siempre en las zonas militares. “Es un poco como en los guetos. La gente no se relaciona con los de afuera, todo gira en torno a la Fach”, describe Edith Pascual, quien conoce esa vida: es viuda del coronel Carlos Ominami, madre del ex senador y una de las mejores amigas de Jeria. Edith hace recuerdos sentada en su departamento, vecino al de la madre de Bachelet. Desde su ventana puede ver la Escuela Militar.
El mismo año que la familia Matthei llega a Cerro Moreno lo hace Alberto Bachelet Martínez, de 34 años, con su mujer, Angela, y sus dos hijos: Alberto (11) y Michelle (6). A este capitán de la Fach, encargado de las finanzas del enclave, le gusta romper el aislamiento de la base. Es sociable y suele organizar paseos a la playa los fines de semana con su familia. Está convencido de que hay que tener más contacto con la población civil. Así se lo comenta a Fernando Matthei, cuando comienzan a hacerse amigos en esos días en el desierto. Le cuenta también que es masón y lo invita a unirse. Matthei no acepta.
Angela Jeria también intenta escapar del aislamiento de la base y trabaja en el Centro Universitario Zona Norte, de la Universidad de Chile. Todas las mañanas se trasla desde Cerro Moreno a la ciudad junto a su hijo Alberto, quien estudia en el Liceo de Hombres de Antofagasta. Michelle asiste a la escuela básica de Cerro Moreno.
En ese colegio, la menor de los Bachelet coincide con Evelyn Matthei, que va unos cursos más abajo. Se ven también fuera de clases. Las casas de sus familias están una frente a la otra. Son las dos primeras viviendas de una vía larga. Muchos años más tarde, Angela Jeria aún recordaría cómo las dos niñas jugaban juntas en la calle. Corrían y andaban en bicicleta.
La amistad entre sus padres se hace cada vez más profunda, aunque a simple vista parecían tener poco en común. Matthei, descendiente de alemanes, es un tipo reservado, “reconocido como un oficial excepcionalmente culto, aplicado y disciplinado”, recuerda el coronel (R) Raúl Vergara, quien después del golpe también estaría preso en la Academia de Guerra de la Aviación, en Santiago. Bachelet, en cambio, es extrovertido, carismático, y organiza bingos y fiestas en Cerro Moreno, donde invita a las autoridades de la región. “Era muy amistoso”, dice Vergara.
Más allá de las diferencias, Alberto Bachelet y Fernando Matthei comparten intereses. Los dos son amantes del deporte, la literatura y la música docta. No es raro que en Cerro Moreno crucen la calle que los separa para prestarse discos y conversar durante horas.
Las familias Bachelet y Matthei no volvieron a coincidir en villas militares. Pero quienes conocen ese mundo dicen que de ese ambiente es difícil abstraerse. Que deja huellas. Las hijas de ambos generales no son la excepción. Raúl Vergara explica: “Ellas nacieron en el mundo militar, hay una impronta que te marca, una manera de mirar las cosas, una base común de responsabilidad y disciplina que inculcan las familias militares”.
La propia Evelyn Matthei lo reconoce: “La Fuerza Aérea es pequeña, y se da algo que no se da en ninguna otra rama. Existe un espíritu más abierto, más de equidad, sin tanto protocolo. Si el piloto es teniente y el que va detrás como pasajero es general, el que decide si se devuelve, si aterriza o no, es el teniente y no el general. La jerarquía ahí no es rígida. Por otro lado, la vida del piloto depende de la labor de su mecánico. Eso enseña fuerte lo del trabajo en equipo”. Y agrega el vínculo emocional: “Lo otro que une mucho son los accidentes, que no son ajenos a esta rama. Recuerdo haber llorado a muchas personas que trabajaban con mi padre y murieron en ejercicios”.
Carlos Ominami, quien conoció a Michelle Bachelet de joven por la amistad de sus padres, resume así la marca que dejó en ella este mundo: “Es como un sistema Fuerza Aérea. En ese sentido, Michelle se siente parte del mundo militar, como yo. Le gustan los temas de defensa. Eso genera un cierto universo de orden. Hay rigor para hacer las cosas, disciplina”.
La amistad que nació en Cerro Moreno siguió en Santiago en los 60. Michelle Bachelet ya hablaba del “tío Fernando”. Para Evelyn Matthei, Alberto Bachelet era “el tío Beto” y hasta hoy recuerda sus visitas a la casa familiar.
Nunca se frecuentaron con sus esposas: Angela Jeria tenía una personalidad muy diferente a la de Elda Fornet, seca de carácter y más anclada en las tradiciones del mundo militar. Pero la señora Bachelet -no le gustaba que la llamaran así- tenía gran aprecio por Fernando Matthei. Muchas veces se unió a las tertulias de los dos amigos.
Las hijas también seguían derroteros distintos. Evelyn estudiaba becada en la Deutsche Schule. Michelle iba a un establecimiento público: el Liceo 1. Pero entre los padres, la amistad no se alteraba. Había confianza. Cuando Matthei viajaba por períodos largos fuera de Chile -estuvo en misiones en Suecia, Estados Unidos, Israel- le pedía a Bachelet que fuese su apoderado en asuntos comerciales: que se hiciera cargo de su casa, de las ventas y compras a su nombre, de autorizar distintos trámites.
El general Bachelet hacía lo mismo. Mientras Matthei estaba en Londres -de 1971 a 1973-, él compró un departamento en Vespucio, donde todavía vive su viuda. En la escritura había una cláusula de arbitraje en caso de cualquier dificultad. “Hace unos cuatro años, cuando surgió un problema y hubo que revisar el contrato, Angela Jeria se dio cuenta de que el árbitro era ¡Fernando Matthei! ¡El me había nombrado árbitro en la compra de su departamento! Me sentí honrado”, recordó Matthei en 2009.
A fines de los 60, la familia Bachelet vivía en una casa en Domingo Bondi, en Las Condes. En el patio tenían varios olivos de Bohemia, que Matthei admiraba cuando iba de visita. Alberto Bachelet se acordó de este detalle en 1967, cuando su amigo terminó la construcción de su vivienda en Vitacura. Llegó con dos olivos y un ciruelo en flor, de regalo. Los plantaron juntos frente al living. Los olivos siguen hoy en el mismo lugar. La casa, eso sí, cambió de dueño: pertenece a su hija Evelyn.
El comandante Matthei era profesor de la Academia de Guerra en 1969 y Bachelet, jefe de Finanzas de la Fach. En su oficina en el Ministerio de Defensa, el general recibía a su amigo para charlar, como lo hacían en los años de Cerro Moreno, cuando hablaban de cultura, de filosofía y del destino del país. A fines de los 50, ambos consideraban que el Estado debía cumplir un papel crucial y ninguno se consideraba derechista. Matthei admiraba el modelo sueco. Bachelet, la Revolución cubana. Pero Chile había cambiado en una década. Por eso, en aquellos encuentros de fines de los 60, hablaban casi exclusivamente de política. Abiertamente y en confianza.
Con la elección de septiembre de 1970 comenzaron las primeras discrepancias. Matthei votó por Jorge Alessandri. Bachelet, por Allende. Esas diferencias no afectaron la amistad: ninguno era dogmático y ambos se consideraban constitucionalistas.
Angela Jeria aún recuerda que, después del triunfo de Allende, Matthei llegaba todas las noches a buscar a su marido para realizar un recorrido por las unidades aéreas, para prevenir cualquier intento de golpe militar.
Durante la UP, el distanciamiento político se hizo físico: Matthei asumió en noviembre de 1971 como agregado aeronáutico en Inglaterra. Un año más tarde, Bachelet comenzó a liderar la Dirección Nacional de Abastecimiento y Comercialización (Dinac): un cargo político en el gobierno socialista, con rango de ministerio, cuya función era luchar contra el mercado negro y el acaparamiento de productos.
Matthei piensa que su amigo nunca debió aceptar ese cargo.
11 de septiembre de 1973. El coronel Matthei, que está con su familia en Londres, mira de lejos lo que sucede en Chile. No es parte de los uniformados que planearon un golpe de Estado contra Allende.
Alberto Bachelet, en Santiago, tiene en común con Matthei estar aislado de los golpistas. En agosto del 73, Leigh conversa con el general para que renuncie a la jefatura de Finanzas de la Fach, cargo que mantenía en paralelo al de Dinac. “Bachelet acepta, sin captar inmediatamente que con ello queda automáticamente marginado de las reuniones del alto mando institucional, donde ya se trazan planes para derrocar a Allende”, dice el libro Bachelet, la historia no oficial. El uniformado consideraba a Leigh su amigo: habían hecho juntos el servicio militar y luego ambos habían entrado a la Fuerza Aérea.
Bachelet se levanta temprano el 11 de septiembre y se va al Ministerio de Defensa. Allí lo detienen, pero en la noche lo dejan ir. Al día siguiente se preocupa de ir a buscar a su hija Michelle, a quien el golpe la encuentra en la Facultad de Medicina de la Chile. El sabe que ella milita en la Juventud Socialista.
Tres días después, dos generales lo van a buscar a su casa. Angela y Michelle desconocen dónde lo llevan, hasta que la tercera semana de octubre Bachelet sufre una isquemia, lo trasladan al hospital institucional y, tras recuperarse, queda en arresto domiciliario. Su hijo Alberto vive en Australia. El padre le escribe: “Estuve 26 días arrestado e incomunicado. Fui sometido a tortura durante 30 horas (ablandamiento) y finalmente enviado al Hospital Fach (…). Me quebraron por dentro, en un momento, me anduvieron reventando moralmente”.
En diciembre es nuevamente detenido y lo llevan hasta la Cárcel Pública. Bachelet no regresará a su casa. Un nuevo episodio cardíaco lo deja en el Hospital Fach en enero de 1974. Tras la recuperación, lo devuelven a la cárcel.
Meses antes, por el 17 y 18 de septiembre de 1973, según recuerda Raúl Vergara, “los oficiales y suboficiales que fuimos procesados empezamos a llegar a la Academia de Guerra de la Aviación (AGA), que tras el golpe se constituye en lugar de detención y tortura. El lugar de la prisión masiva era en los subterráneos. Después se hizo fatídicamente conocida la capilla. Era el lugar de las torturas”.
Bachelet comenzó a ser llevado a la AGA a principios de marzo del 74 para sesiones de interrogatorio. Para ese tiempo, el director en lo formal de esa academia era el coronel Fernando Matthei. Ese es el episodio más complejo en la relación entre ambos uniformados. Por este capítulo, las agrupaciones de DD.HH. han pedido su procesamiento en el caso que lleva el juez Carroza.
Gustavo Leigh decidió nombrar a Matthei como director de la Academia de Guerra en diciembre de 1973, mientras éste aún estaba en Londres. En el libroMatthei. Mi testimonio, él cuenta que para ascender a general “me faltaba cumplir un requisito reglamentario: un año de mando”. Y eso se lo daría la nominación en la AGA. “Habría sido un puesto soñado en tiempos normales”, remata.
Matthei regresa a Chile el 28 de enero de 1974, según su declaración judicial. Ya sabía de la detención de su amigo Bachelet; se había enterado en Londres por los diarios. “Me disgusté mucho. Me sentí sumamente contrariado”, dijo en una entrevista a La Tercera en 2009.
Unos días después, el 2 de febrero, Matthei se presenta en la academia. Va de uniforme. La Fiscalía de Aviación que operaba en ese edificio de calle La Cabaña, en Las Condes, estaba a cargo del general Orlando Gutiérrez. “O sea, el director tenía menor grado que el hombre a cargo de los subterráneos”, explica el ex prisionero Raúl Vergara.
En su libro, Matthei recuerda que “el amplio subterráneo (…) estaba rígidamente custodiado, siendo ‘off limits’ para toda persona ajena a la Fiscalía de Aviación”. Según su versión, el poco personal a su mando estaba a cargo de la seguridad exterior y del casino, y no administraba el lugar en su calidad de centro de detención y de los consejos de guerra.
Ese 2 de febrero, Matthei pide un libro a la biblioteca. Baja al subterráneo escoltado por un miembro de la fiscalía. Al bajar, declaró, ve a los detenidos. Dice que no volvió durante años. Hasta 1991, cuando devolvió ese libro sobre la invasión alemana de Noruega.
¿Podía Matthei hacer algo por su amigo?, es la pregunta que ronda entre algunos. En la entrevista que dio en 2009, dijo que una vez le planteó a un general cercano que quería intermediar por Bachelet ante Leigh. “El me dijo que no me metiera en las cosas que no me correspondían”. Raúl Vergara agrega que, además, hay que tener en cuenta el ambiente de la época: “Hubo un oficial que por razones humanitarias nos fue a ver a la cárcel y a las dos semanas estaba preso con nosotros”.
Criticar o pedir por Bachelet era renunciar a la institución. Matthei no dio ese paso. Y no le ha sido fácil vivir con ello. “Confieso que nunca lo fui a visitar ni al subterráneo de la academia ni a la cárcel, hecho del cual me avergüenzo. Tal vez en esa oportunidad primó la prudencia por sobre el coraje”, dijo en el libro de 2003.
Alberto Bachelet murió el 12 de marzo de 1974. Michelle acompañó a su madre al Servicio Médico Legal. “Fuimos dirigidas hasta el lugar preciso donde permanecía su cuerpo sin vida, donde procedí a reconocerlo”, cuenta Angela en su declaración. Michelle no pudo quedarse en el lugar. Dice su madre: “Me señala que debido a lo doloroso que era para ella, no estaba en condiciones emocionales de permanecer allí”.
Fernando Matthei no fue al funeral. Días antes de la muerte, había sido enviado a una misión por 15 días a Londres. Su hija Evelyn dice que la muerte de Bachelet la impactó: “Para mí fue una pena y un golpe muy fuerte”.
-¡Cuánto has sufrido, Gelo, cuánto has sufrido! Tú no sabes cuántas veces me siento en el jardín de mi casa, debajo de los dos olivos que Beto me ayudó a plantar, y le converso y le pido consejo.
Con esas palabras se reencontró Fernando Matthei, en el verano de 1979, con Angela Jeria, según contó ella en una entrevista en 2005. La viuda de Bachelet y su hija habían logrado retornar a Chile tras cuatro años de exilio. El encuentro, pedido por Matthei, fue en el edificio de las Fuerzas Armadas de calle Zenteno. Un año antes, el general había asumido como comandante en jefe de la Fach.
Jeria tiene al principio una actitud a la defensiva, pero Matthei la desarma al abrazarla. Además, él había intercedido a favor de ambas para eliminar la prohibición de ingreso a Chile que pesaba en contra de ellas desde 1975. Fue el garante de su retorno ante el régimen de Pinochet.
En los años siguientes no se produjeron más encuentros. En 1981 hubo un intento fallido. Jeria acompañó a su amiga Edith Pascual a la casa de Matthei para interceder por su hija María Soledad Ominami, quien estaba detenida en un cuartel de Investigaciones, controlado por la CNI. No tuvieron suerte: sólo las recibió la esposa del general, Elda Fornet, desde el otro lado de la reja y no hubo mayor ayuda, según recuerda Pascual.
Angela Jeria ingresa a la Comisión Chilena de Derechos Humanos. Michelle, casada entonces con Jorge Dávalos, ya tiene a su primer hijo y retoma sus estudios de Medicina. En privado, a mediados de los 80, comenzó una fase clandestina para combatir al régimen, según relata el libro Bachelet: historia no oficial.
En esa época, su antigua compañera de juegos, Evelyn Matthei, era una ingeniera comercial titulada en la Universidad Católica, que se desempeñaba como subgerente de Bancard, de propiedad de Sebastián Piñera.
Las dos familias no tuvieron contacto en los últimos años del gobierno de Pinochet. Hasta el plebiscito. El rol del general Matthei de ser el primer integrante de la Junta Militar en reconocer el triunfo del No fue valorado por Angela Jeria. Años más tarde, se lo encontró y lo felicitó por su actuación. “Creo que tus palabras desencadenaron el reconocimiento del resultado”, le dijo.
La democracia sorprendió a Michelle y a Evelyn nuevamente en caminos lejanos. La hija del general Bachelet tenía entonces una militancia discreta y poco activa en el PS, y nadie presagiaba su fulminante carrera política, que comenzó el 2000, como ministra de Salud y Defensa, y que terminó seis años después con ella instalada en La Moneda. La hija del general Matthei inició en 1990 una carrera política como diputada de RN por Las Condes, Lo Barnechea y Vitacura. Poco antes, durante esa campaña, ambas se reencontraron por primera vez. Y, según recuerda Matthei, hablaron de las violaciones a los derechos humanos.
-Tío Fernando, me cuesta decirle de otra manera.
Michelle Bachelet, ya como presidenta, sorprendió con esas palabras a Fernando Matthei en un acto oficial en Cerro Moreno, en septiembre de 2009. El ex comandante en jefe de la Fach estaba al final de la fila junto a otros uniformados, cuando ella, que no lo veía hacía años, se acercó a saludarlo. Emocionado, al terminar la ceremonia, Matthei dijo que el “especial afecto que le expresó” la presidenta “también es de mi parte, hacia ella y hacia su madre”.
El aprecio se mantiene en esa primera generación, la de Matthei y Jeria. En las hijas, el asunto tiene matices. Evelyn Matthei dice: “Siento cariño por el general Bachelet, por Angela Jeria y Michelle”. Pero entre ellas no hay una cercanía especial. Varios episodios dan cuenta de eso. Uno fue la visita que en 2009 Bachelet realizó a la India como presidenta. En la comitiva de senadores iba Evelyn Matthei. Los otros pasajeros de esa gira recuerdan un emotivo paseo por la tumba de Gandhi, una visita al Palacio de Gobierno, otra al Taj Majal y tertulias distendidas al final de las jornadas, en las que solía estar la presidenta. En la comitiva no recuerdan que esas dos mujeres hayan protagonizado un diálogo más privado. La relación siempre fue formal.
Pero ellas sí se provocan. Evelyn Matthei fue quien logró romper la estrategia de campaña de Bachelet, en abril de este año, de no responder a los emplazamientos del gobierno. Cuando la entonces ministra del Trabajo acusó a la candidata de la Nueva Mayoría de que “la orden de liquidar a Beyer viene o de Bachelet o de alguien cercano a ella” (por la destitución del titular de Educación por parte del Congreso), Bachelet no pudo mantener el silencio: “Me sorprende de la ministra Matthei, porque ella me conoce bien y conoce a mi familia”.
Claro que se conocen. Ocho meses antes de ese altercado, Evelyn Matthei había agradecido las declaraciones de Angela Jeria en defensa de su padre, frente a las acusaciones de organismos de DD.HH. El segundo ramo de rosas que la madre de Bachelet tenía en su departamento el pasado agosto se lo había mandado la actual candidata de la Alianza.
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