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Mucho antes de desaparecer...‏



Mucho antes de desaparecer,
los partidos languidecen o se desvirtúan
hasta hacerse irreconocibles.
Es el sino de los que buscan crecer en número 
al costo de la declinación en las convicciones.

Hay partidos con suficiente historia
como para que se les pida coherencia hacia atrás,
y con la fundamental y necesaria doctrina como 
para que se les exija consecuencia hacia adelante.


La última oportunidad de la UDI
por Gonzalo Rojas 
Diario El Mercurio, Miércoles 11 de Julio de 2012 
http://blogs.elmercurio.com/columnasycartas/2012/07/11/la-ultima-oportunidad-de-la-ud.asp

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Mucho antes de desaparecer, los partidos políticos languidecen o se deforman. Es una lección de la historia de Chile que seguramente algunos dirigentes importantes ignoran.
A muchos fundadores de la UDI les han preguntado reiteradamente en los últimos años: ¿por qué no te vas de tu partido si es hoy tan distinto de cuando Jaime Guzmán le dio forma en 1983? La respuesta generalizada ha sido que no se irán. Pero esa negativa no tiene que ver con el exitoso tamaño que exhibe la UDI después de cada elección, sino más bien con una esperanza. No se trata ciertamente del eslogan del partido, "Esperanza popular", sino de aquella otra intuición que aún conservan muchos fundadores y que podría resumirse así: nadie puede echar a perder fácilmente un trabajo tan notable como el que Guzmán puso en marcha.
Cuando Pablo Longueira afirma que ese proyecto está vigente, mucha gente se reencanta; cuando Jovino Novoa sostiene que la UDI es un partido de definiciones, la esperanza sigue abierta. Pero ellos mismos saben que no es cuestión de una o dos declaraciones, que para que esa esperanza cuaje, hay que despejar dos incógnitas: la del pasado y la del futuro, porque todas las agrupaciones humanas se mueven en un eje histórico y en un eje de proyectos. Y ciertamente la UDI ya tiene suficiente historia como para que siempre se le pida coherencia hacia atrás y, a su vez, tiene suficiente doctrina como para que se le exija consecuencia hacia adelante.
Hacia atrás, las heridas están abiertas. Abiertas, porque han lesionado gravemente a la UDI quienes se arrepienten de su colaboración con el gobierno del Presidente Pinochet. ¿Por qué Chadwick, Lavín y Dittborn no han renunciado a una colectividad que nunca ha renegado de la notable obra fundacional del gobierno militar? ¿No son conscientes de cuánto importa el pasado reciente en la vida pública chilena? Esa presencia ambigua desconcierta a muchos y hiere a otros.
Fui testigo presencial de una situación concreta dos días después de las agresiones en las afueras del Caupolicán. En la sede central de la UDI, un viejo militante, un amigo personal de Jaime Guzmán, pedía indignado que alguien lo recibiera para manifestar su molestia. El domingo anterior había sido golpeado en la calle por defender sus convicciones, pero un ministro de su partido había hecho causa común con quienes lo habían agredido. No entendía nada, porque nada tenía sentido. ¿Qué podía consolar a ese hombre en su profunda desilusión?
Y hacia adelante, las preguntas son también muchas. ¿Alguien conoce bien a la UDI real de hoy como para asegurar que el partido es éste o aquél? ¿O la colectividad ya no es más que una de esas tantas agrupaciones de variopintos rasgos? ¿Está viva y operativa la Declaración de Principios de la UDI como para que ella sea el fundamento del programa de gobierno de Longueira o de Golborne? ¿Sabe de verdad el partido fundado por Guzmán qué es intransable y qué es accidental, o se deslizó ya hacia esa cómoda posición en que todo vale si logra atraer electores? ¿Es consciente de que cada uno de los candidatos que escoja para las municipales y parlamentarias dará el tono y el nivel de los próximos años, o confía en que los porcentajes lo arreglan todo? ¿Ha logrado captar que los desafíos electorales de 2012-2013 son su última oportunidad de autoexigirse coherencia y que, en caso de renunciar a ella, después simplemente será un dato más en la historia partidista de Chile?
Desde finales de los años 90, la UDI comenzó a crecer en números y a declinar en convicciones. En una de ésas, los electores le señalan justamente el rumbo contrario. Pero reconocerlo y aceptarlo no será fácil.

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