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El país que yo quiero Y Sergio Melnick


Ya entrado el siglo 21, parece sorprendente ver que la mayoría de los candidatos siguen atrapados en ideologías más o menos obsoletas del siglo 20. Ideologías que simplemente no dan respuesta a los desafíos de este siglo como por ejemplo las nuevas formas humanas de reproducción tecnológica que se nos vienen, la manipulación genética y clonación inminente, los transgénicos, la enorme revolución económica que proviene de la nano tecnología, la nueva mente tecnológica colectiva en formación que será la web 4.0, el lenguaje post simbólico (clave en educación), la irrelevancia de la distancia y la explosión mundial del turismo, las nuevas formas de globalización y de gobierno mundial en ciernes, los problemas planetarios de la ecología, los nuevos y diversos conceptos de familia, el inminente ascenso al poder de la mujer, y tantos otros asuntos de esa naturaleza.
En estos temas nadie posee “la verdad” y necesitamos debatirlos con altura. En paralelo, la discusión sobre el mercado versus el Estado es casi patética. Hoy ya nada es realmente privado, todo es público más allá de la propiedad. Los estados son lentos, burocráticos, ineficaces e ineficientes, quitan libertades esenciales, y son presa habitual de la corrupción. La empresa privada también. A su vez, la complejidad es tan grande que prácticamente todos los mercados requieren hoy de regulaciones. Se imponen nuevos estándares a nivel mundial que se deben aceptar y nuevos tipos de relación público privado. El mundo opera a velocidad de internet, es ya una sola gran red de valor en la economía, los aeropuertos del mundo están atochados, las ciudades atoradas de autos y contaminación y todo ello será cada vez peor por la enorme afluencia que trae consigo la tecnología actual.
Esa es la base de los descontentos que reclaman pero no proponen, y los políticos tampoco, paralizados mirando al pasado. En ese contexto, en general, las propuestas de los candidatos parecen vacías y casi todas mirando por el retrovisor.
La intolerancia campea en nuestra política y parece que se ladran en vez de escucharse, incapaces de ponerse de acuerdo, que es esencialmente su trabajo y responsabilidad. No hay en la mesa ideas novedosas, caen en populismos de diversa especie ofreciendo soluciones milagrosas en sólo un par de años. Hasta hay candidatos que plantean modelos asambleístas en pleno siglo 21, y que por cierto algunos estudiantes empujan como si fuese la gran novedad o panacea. Un famoso historiador que se quedó en el pasado los torea en ese sentido tan añejo.
Yo quiero un país en que los políticos sepan ponerse de acuerdo, que sepan transar en caminos intermedios que satisfacen a la mayoría. Los fundamentalistas no deben tener mucho espacio real en la política, lo mismo las religiones que por definición no pueden transar nada a partir de sus dogmas. Es decir, quiero un país tolerante y con respeto por el pensar del otro.
Un país en que la libertad humana sea el norte, y la diversidad, un mérito; no un pecado. Un país donde el Estado sea regulador y controlador, no ejecutor, salvo raras excepciones. Cuando éste administra pasa a ser juez y parte y lo hace entonces muy mal en general. Quiero un país sin encapuchados ni violentos, con alto respeto cívico.
Quiero un país con un sistema educativo diverso y ejemplar, propio del siglo 21, no anquilosado, menos ideologizado y controlado por el Estado. Quiero un país con igualdad de oportunidades, no con igualdad de resultados, que incentive el esfuerzo y la responsabilidad de todos. Quiero un país de personas que piensan por sí mismas, que no sigan puras consignas y slogans.
Quiero un país sin pobreza extrema, sin grandes concentraciones de poder, sea éste económico, geográfico, político, social, religioso, intelectual. Quiero un país con gran capital social, es decir con confianzas reales. Quiero un país que desafíe como un todo a la delincuencia y la erradique. Un país que acoja a sus viejos, que respete sus leyes, que tenga buena televisión y calidad de entretención, transporte público decente, poca burocracia, mucho emprendimiento y cada vez más personas independientes en su trabajo.
La Nueva Mayoría está anclada en el pasado, hoy arrinconada por el PC, y basada en el resentimiento, la venganza, promueve la polaridad como ya lo hicieron antes. Es cosa de escuchar a los Andrade, Carmona, Quintana, Girardi, Pizarro, Elizalde, Navarro, que son quienes realmente gobernarían detrás de Bachelet. La derecha a su vez está desarticulada y sin rumbo. Sabe gestionar, pero no sabe encantar ni comunicar, elementos clave en este siglo.
Necesitamos mirar al futuro con nuevas ideas, nuevos líderes, y más amistad cívica para lograr otros 30 años de progreso como los que tuvimos hasta aquí.

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