Isabel Behncke - | |||
La reina de la selva por Muriel Alarcón Luco Diario El Mercurio, Revista Ya, martes 5 de noviembre de 2013 http://diario.elmercurio.com/2013/11/05/ya/revista_ya/noticias/88BCD160-7D35-4FC6-88EC-DEA086615578.htm?id={88BCD160-7D35-4FC6-88EC-DEA086615578} | |||
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Isabel Behncke Izquierdo, 36 años, chilena, primatóloga, candidata a doctorarse en Oxford, escribe, sin pensar, sin corregir errores de tipeo, porque la batería de su computador, que ha cargado con un panel solar, va a acabársele. Está en su choza de adobe techada con hojas de palmera, en Wamba, una aldea ubicada a poco más de mil kilómetros de Kinshasa, la capital de El Congo. Este es el campamento más antiguo para ver y estudiar a bonobos salvajes, una especie de simio en extinción, con una contextura similar a la de un niño de doce años. Este es su hábitat. Pero desde que ella llegó, eso hace unos días, no ha podido verlos. A eso vino: A observarlos.
Afuera se escuchan los tambores que tocan los nativos congoleses y las diminutas luces de las luciérnagas parpadean en la oscuridad.
Lo que siguen son anotaciones del 12 de marzo de 2010 que dicen frases como "¿qué pasaría si no los volvemos a ver?, ¿he recorrido este camino difícil e incómodo por nada?". El camino al que se refiere es el recorrido que ha comenzado días atrás en Kinshasa, a bordo de una vieja avioneta Cessna, que ha sobrevolado por cinco horas la selva verde, tan plana con el mar, y que ha aterrizado en un claro del bosque, en el pueblo de Djolu. La guerra civil -que finalizó en 2003, pero que ha continuado en algunos sectores del este- se comió los caminos y por eso en esta parte de El Congo no hay autos. Los niños ni siquiera los conocen. Isabel se ha subido a una moto manejada por un congolés. Se ha internado, por otras cinco horas, en el corazón africano, intercalando huellas terrosas, matizadas con navegaciones en una piragua (una barca hecha a partir de un tronco hueco) hasta llegar a Wamba.
Esa es su base de operaciones, un campamento fundado en 1973 por investigadores de la Universidad de Kioto, donde no hay electricidad ni agua potable ni sistemas de sanitización. Solo un teléfono satelital, que no siempre funciona. Son cerca de mil congoleses los que viven ahí y lo hacen tal como hace siglos: en chozas de barro techadas con hojas de palmera que, por las noches, iluminan las fogatas.
Para llegar hasta acá, Isabel ha dejado Inglaterra, donde hoy se doctora en Antropología Cognitiva y Evolutiva en Oxford y donde pertenece a un grupo de investigación sobre neurociencias sociales en la misma universidad. Eso la ha convertido en charlista para escenarios tan diversos y destacados como el de TED (fue la segunda chilena en dar una charla, después de Isabel Allende), el del Zeitgeist de Google, el del G-20 y el de una reciente conferencia para la revista Wired, que tuvo entre sus exponentes a figuras como Björk. En sus presentaciones, Isabel Behncke ha relatado a distintos públicos lo que ha observado del comportamiento de estos simios y que la ha hecho reflexionar sobre la especie humana, tras sumergirse en esta selva por tres temporadas consecutivas, en 2009, 2010 y 2011.
Su diario de terreno del 13 de marzo de 2010 comienza optimista: "Después de nueve horas en la selva ¡escuchamos vocalizaciones! ¡Los encontramos!". Isabel se refiere a los sonidos que hacen los bonobos, tan variados como un grito o una risa parecida a la de una guagua. Las anotaciones del 19 de marzo de 2010 siguen con una descripción del cielo, los truenos, los relámpagos, y de la "tormenta apocalíptica" que azota al campamento ese día, uno cualquiera: "El viento sacude los árboles, mientras empieza a diluviar con una furia tropical. Realmente he llegado a lo más salvaje".
Estos "Diarios de la selva" -como ella los llama- son el resultado de horas de silencio y de todo lo que se le cruza por la mente. Ni siquiera los relee, solo los envía a través del correo electrónico, para que su familia y amigos en Chile sepan que en el lugar que Joseph Conrad bautizó como "el corazón de las tinieblas", ella encuentra la felicidad. Estos textos confirman que aunque en El Congo, considerado en rankings mundiales como el peor lugar para vivir; bautizado como "la capital de la violación sexual"; donde los niños mueren de infecciones antes de los cinco años; donde si no son los ataques de jabalíes, de cocodrilos y de hipopótamos, el peligro más común es el del desprendimiento de las ramas de los árboles que pueden pesar hasta cincuenta kilos; donde las mordeduras de serpientes y las picaduras de abejas venenosas significan la muerte porque llegar a un puesto de salud puede demorar días; donde circula la malaria, el ébola y la filiarasis, ahí, donde pasa todo eso, ella ha descubierto un espacio sin conflictos ni agresión, ni peligros ni tinieblas.
De eso se dio cuenta una vez, cuando en medio del silencio de la selva, escuchó a unos bonobos que agitaban las copas de los árboles, a cuarenta metros de altura, riéndose, en una carcajada tan contagiosa que a ella también la hizo reír.
-Esa vez, cuando estaba mirando ese árbol, me di cuenta de que hay que entrar al corazón de las tinieblas para descubrir el corazón de la alegría. Es como ese concepto arquetípico de que hay que adentrarse en la noche para encontrar la luz. Tú estás mirando para arriba y desde ahí, desde adentro de las copas de los árboles, salen risas. Un árbol baila y se ríe -dice Isabel.
Ese y otros juegos que ha observado en los bonobos la han animado a regresar y a estudiarlos, convirtiéndose en la única occidental en hacerlo en las últimas dos décadas en Wamba. También la única mujer de piel blanca que, blindada por congoleses pisteros o trackers y junto a un grupo de investigadores japoneses, ha estado empeñada en entender la evolución en el lugar más involucionado del mundo.
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Isabel tenía ocho años cuando leía "Colmillo Blanco" y "La llamada de lo salvaje", ambos clásicos de Jack London. Le pedía a su mamá meterse a su cama, porque le daba miedo leerlos sola en su pieza. Pese al temor que sentía al imaginarse las historias, a Isabel le eran adictivas.
La única hija del matrimonio entre Rolf Behncke -ingeniero civil en minas, estudioso de la neurobiología evolutiva junto a Humberto Maturana- e Isabel Izquierdo -socióloga- creció en medio de animales. Sus padres se separaron antes de que cumpliera dos años. Ella se fue a vivir con su madre, pero siguió visitando a su padre, que entrenaba águilas y criaba avestruces y pájaros, como tordos y loicas, que entraban a la casa.
-Mientras entrenaba a águilas, ella, a los nueve, se ponía el guante y recibía a las que se tiraban de un kilómetro de altura. Las camas de los niños en mi casa estaban apoyadas contra acuarios que tenían peces enormes -recuerda Rolf, el papá.
Si no eran viajes de navegación a los canales del sur viendo ballenas, focas y aves junto a su madre y su marido, Bernardo Matte, Isabel pasaba los veranos en Los Vilos.
-No había mucho que hacer. Nos levantábamos temprano, íbamos los tres, Bernardo, la Isabel y yo a arrear ovejas a los cerros. Eran vacaciones solitarias y la Chabe era puro libro -recuerda su madre, Isabel Izquierdo.
Por todo eso, no sorprendió que Isabel se decidiera a estudiar Biología en la UC. Pero al segundo año abandonó la carrera, cambiando el estudio por las reflexiones y las chinchillas que se fue a criar a la casa de su padre al interior de Ovalle. Fue ahí que intentó comprar un tigre en el zoológico, pero su padre lo encontró peligroso y ella tuvo que contentarse con un monito brasileño, que se robaba los huevos del refrigerador.
A la mamá de Isabel la crió el fallecido arquitecto Christian De Groote, y fue él quien le aconsejó a Isabel viajar a Inglaterra.
Entonces Isabel se decidió y partió. No llegó sola. Lo hizo con Tuk, un loro argentino, su mascota de entonces, que se ponía en el hombro y que la acompañaba a todos lados.
En Inglaterra supo que sus inquietudes por los animales, por la exploración y por la evolución podía combinarlas en una carrera. Entonces, estudió Zoología en el University College de Londres. Y como fue una de las mejores de su generación, egresada con distinción, pudo optar al máster en Conservación Ambiental, en la misma universidad.
En el verano de 2001, a los 25 años, hizo su primer viaje a África. El viaje iniciático. Allí comprobó que lo suyo era la investigación. Esa que se hacía en terreno, ensuciándose las manos. Trabajó en un proyecto de conservación de mamíferos cerca del Parque Selous, en Tanzania, antes de continuar el viaje por Kenia con su padrino, el ex candidato presidencial y economista Hernán Büchi, amante, igual que ella, de las conversaciones sobre la neurociencia, el comportamiento animal y la evolución. Fue ahí, también, cuando leyó a Jane Goodall y visitó Gombe, donde la primatóloga inglesa, décadas atrás, había estudiado a los chimpancés.
Tiempo después Isabel regresó a Cambridge a estudiar evolución humana. Pero no todo fue como ella quería.
-Yo diría que todo este proceso fue un lento transitar. A Isabel le costó dar con lo que realmente le gustaba. En Cambridge le asignaron una profesora guía que la puso a trabajar con tordos. La Isa estaba furiosa porque encontraba que los tordos no le decían nada, no tenían expresiones. Era lo más aburrido que había. Ella quería más emoción -recuerda su madre.
Fue, entonces, que apareció la posibilidad del doctorado en Oxford, e Isabel eligió a los bonobos como objeto de investigación. No quería estudiarlos en cautiverio. Quería hacerlo en El Congo. Para eso, tenía que conseguir un permiso en la universidad, pero que costaría. El gobierno británico desaconsejaba viajar porque ese país vivía una guerra civil crónica. Isabel no hizo caso a la advertencia y preguntó a su tutor, el científico Rubin Dunbar, si podía firmar la autorización. Él le dijo que para qué hacerlo, si no volvería con nada. ¿Para qué arriesgar la vida? Pero Isabel no desistió. Quería ver a los bonobos en su hábitat. Los únicos estudios que había de la especie eran en cautiverio. Quería conocerlos de verdad. Y lo logró.
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A pesar de las guerras civiles que han azotado a El Congo, el trabajo científico en Wamba, aunque suspendido por algunas temporadas, ha sobrevivido en el tiempo. A diferencia de otros centros de investigación en el mundo, allí los bonobos tienen nombre, porque han sido estudiados por décadas. Isabel conoce sus historias personales, los parentescos, y sabe, por ejemplo, que si alguna hembra es aprensiva, es porque ha perdido crías. No es que interactúe con ellos. Los observa a aproximados ocho metros de distancia, en silencio.
-Los bonobos, con los chimpancés, son nuestros primos más cercanos y con ellos compartimos un ancestro común. En la línea de la parentela que no está extinta, son nuestros parientes más próximos. Observarlos te permite entender el origen de ciertas características y patrones de conductas humanos -dice Isabel.
Cuando los observa, se fija en su comportamiento: cómo se miran, cómo se tocan, los lazos que generan, cómo juegan, cómo se ríen.
Los días de Isabel comienzan a las 4:00 de la mañana. Le gusta descubrir a los simios cuando aún duermen en sus camas nido. Los sigue desde que despiertan hasta que se acuestan. Por eso, también, el cansancio. Cuando está en la selva, duerme poco: cuatro horas diarias en promedio.
Su hermano Ragnar Behncke, que la acompañó en su segundo viaje a El Congo filmando a los bonobos, dice que a pesar del poco tiempo que pasaban en el campamento, Isabel había generado muy buenas relaciones con los locales. Tan buenas, que era frecuente que a su pieza llegaran congoleses a preguntar por ella buscando asistencia médica o sencillamente una conversación.
Y eso ella había podido hacerlo porque además de suministrar las medicinas que había llevado al campamento, había aprendido, con libros y el iPod, el francés y el lingala, la lengua franca de África Central. Así había conocido sus historias. Así también, dice Ragnar, se había convertido en algo parecido a una autoridad del campamento. Su hermano recuerda que cuando llegaron desde Djolu a Wamba, a Isabel la recibieron como si fuera la Presidenta.
-Había una cantidad de gente impresionante y ella saludaba a todo el mundo. Estaban todos alegres. Le daban la bienvenida como si estuvieran recibiendo al ganador de las Olimpíadas. Ya en la aldea, un anciano de la tribu que era muy importante, porque había protegido el campamento de los japoneses durante la guerra, le decía "usted tiene que ser la localité", que es como la alcaldesa del lugar. Un día estábamos sentados y de repente se paró, enérgico, y escupió encima de la mesa. Después dijo que eso era un gesto en honor a alguien. Eso significaba que a Isabel la reconocía como alguien de toda confianza -dice Ragnar riéndose.
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A Isabel le han caído ramas del porte de una mesa a metros de distancia y la han atacado dos veces los jabalíes. Uno la embistió, pero con el hombro y no con el colmillo, y ella sobrevivió. Isabel se ha encontrado con serpientes venenosas en su ducha y en su pieza. Una vez una la mordió, pero ella tenía puestas sus botas Hunter y los colmillos no traspasaron la goma. Otra vez la atacó un grupo de avispas venenosas en un ojo, que la hicieron perder la vista un par de días. Por eso ella, en cada rutina de observación, además de su GPS, los binoculares, una cámara de video, una grabadora, una linterna, una epipen para alergias extremas, un cuaderno, un lápiz, un iPod -con música tan diversa como la de Bob Dylan y Strauss-, charqui y mucha agua, anda con una bengala electrónica y un cuchillo garra de oso. En todo caso, dice que en la selva no sirven las armas, más sirve el olfato, el de los locales, que la resguardan ante los ataques de la naturaleza. Después de sus viajes, Isabel dice que el miedo no ha disminuido ni acabado. Ha cambiado.
-El miedo continúa, pero se transforma. La primera vez no tenía idea con qué me iba a encontrar. Era miedo a la incertidumbre, a lo que no sabemos. Después la incertidumbre baja, pero lo que sube es la certidumbre de las cosas que sabes que pueden pasar. Cuando sabes de qué se trata, sabes que estás expuesto a mordeduras de serpientes, a enfermedades, a ataques de jabalíes y sabes perfectamente, porque ya viviste el viaje, que no hay evacuación, por lo menos, en tres días -dice.
-¿A qué se ha aferrado cuando ha sentido miedo? ¿Alguna vez se ha deprimido?
-Los episodios de la cercanía a la muerte han sido muy rápidos. Es diferente a vivir con una enfermedad crónica terminal. Tienes más tiempo para pensar en eso. De una manera bien terrenal, no hay mucho tiempo para pensar. El ambiente manda. Tu cuerpo reacciona con terror, sudas helado, pero tienes un deseo y un apego a la vida mucho mayor. No podría haberme permitido lujos como el de la ansiedad o el de la depresión. La combinación de estar en la naturaleza, con la actividad física y desafiándote constantemente, te convierte en un animal muy vivo. Yo no me deprimo en esas circunstancias. Me es más fácil deprimirme en la vida rutinaria, cuando no sé cómo llenar papeles ni quiero pagar una cuenta.
Del costo de sus viajes a El Congo, ella reconoce el de su quiebre matrimonial. A eso, también, se debió su ausencia en la selva el año pasado.
-El trabajo en terreno siempre cobra su precio en la vida personal. Me divorcié cuando llegué de mi tercer viaje. Se me fue un año en eso, en el que te dedicas a recluirte en un rincón a lamer tus heridas. Me casé entre medio de una de estas idas. Con la sabiduría que te da mirar para atrás, fue un error gigantesco. Había mucho de lo que yo me sentía responsable, de pensar que lo estaba dejando solo. Me sentía culpable porque no había mucha comunicación.
Richard Sullivan, su ex marido, médico inglés, le había dicho que por qué mejor no estudiaba elefantes en Asia donde había turistas y le había confesado que sentía pánico de que le pasara algo en la selva. Pero Isabel no canceló sus viajes a El Congo e incluso una vez él la acompañó. Era eso, su gusto en común por la aventura, una de las razones por las que estaban juntos. Pero cuando Isabel lo hizo parte de su travesía más preciada, todo empeoró. Él, en El Congo, se quejaba del "maldito infierno verde", recuerda Isabel.
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"Acabo de volver de un lugar donde las mujeres llevan la batuta, practican sexo para decir hola, y donde el juego es la orden del día. Y no. No es el festival Burning Man o San Francisco". El público se ríe y la aplaude. Esas son las primeras palabras con las que Isabel inicia su charla TED y con ellas se refiere a sus viajes a El Congo. Esa es, también, una reacción común en sus conferencias. La gente se ríe. Sus hallazgos en las comunidades de los bonobos podrían ser complejos de entender, pero Isabel los explica de manera simple.
Tras investigar la evolución de la sociabilidad y de la cognición, ha resumido su hipótesis con una carta de juego: el joker o comodín. En sus charlas dice que una de las maneras en que los individuos se relacionan es a través del juego, y que una carta como el joker permite entender la flexibilidad conductual y la cognitiva. Una carta como esa se adapta a todo juego. Las otras, no.
-Como vivimos en ambientes altamente cambiantes, la inteligencia está medida por la capacidad de cambiar de estrategias según los contextos. En el fondo, de ser adaptable. Una estrategia será exitosa en un contexto, pero no en todos. Entonces se necesita la flexibilidad adaptativa. El comodín adaptativo me gusta como analogía porque enfatiza la importancia del contexto y la importancia del carácter interactivo de los seres humanos. Cuando tú decides emplear el comodín es porque hay un contexto que lo requiere, no es uno absoluto.
-¿Eso la identifica a usted?
-Soy un ser muy adaptable. Me ha permitido existir en contextos muy distintos, y eso es muy enriquecedor. También creo que me ha enseñado humildad; me doy cuenta de que hay muchas maneras de "ser" en la gente. Las estrategias de comportamiento no son intrínsecamente buenas de por sí, sino que dependen del contexto.
Isabel Behncke dice que la cohesión social caracteriza a las comunidades de bonobos y que eso es el resultado de una estructura matriarcal. Son las hembras quienes forman coaliciones. Lideran el grupo y lo hacen en forma pacífica. Al reproducirse lentamente, lo peor que puede pasarles es perder a sus crías. Por eso se empeñan tanto en generar lazos con su comunidad.
-Con su ritmo de vida, ¿ha pensando en ser madre?
-Obviamente es un tema en el que pienso y en el que mi mamá también me hace pensar (ríe). Me gustaría, pero no inmediatamente. Todo en la vida tiene costos y beneficios. Primero tengo que terminar la tesis. Además, yo creo que si estuviera en Chile, sería más fácil. Vivimos en familias extendidas. Tenemos nuestra red de soporte. En cambio acá, estás completamente solo. No está la mamá, la hermana, la abuela. Y es súper difícil porque te restringe el presupuesto del tiempo.
Isabel luego explica que el "presupuesto del tiempo" también ha sido una lección reciente.
-(Así como en las finanzas existe un presupuesto financiero), el tiempo también tiene un presupuesto fijo, que es igual para todos. Observando bonobos me di cuenta que ellos calibraban muy sofisticadamente su presupuesto del tiempo, adecuándolo según sus prioridades. Como gastan un 75 por ciento de su día en actividades de mantención como comer, desplazarse y descansar, les queda solo el 25 por ciento disponible para las actividades sociales. Una especie para la que los lazos son importantes debe decidir muy bien cómo y con quién pasa el tiempo.
-¿De qué forma aplica el presupuesto del tiempo en su rutina?
-Estoy súper consciente de con quién gasto mi tiempo. En Inglaterra se acostumbra a ir a un pub. Antes estaba mucho más dispuesta a pasar tiempo con gente que me invitaba porque sí. Y ahora realmente tengo la sensación muy nítida de que estoy invirtiendo dos horas que podría estar ocupando en otra cosa. Tiene que ver con la mortalidad. Te das cuenta de que no eres un ser que tiene infinitas posibilidades ni infinito tiempo. Cuando uno es joven no piensa en la muerte y piensa que el tiempo es infinito, cuando, en realidad, es lo más finito que hay. Eso te hace valorarlo. Tengo amistades que decidí no mantener porque me di cuenta de que hay otras personas y actividades que son mejores inversiones. Yo creo que las mujeres tenemos una tendencia a invertir socialmente. Es difícil decir que no. Para mí, por ejemplo, es súper importante mantenerme conectada con mi familia en Chile. Con un modelo intensivo, es decir, baja frecuencia y alta intensidad (cuando voy a verlos), en vez de alta frecuencia y baja intensidad.
Si no es investigando en la universidad, hoy Isabel, emparejada con un fisiólogo de Berkeley, doctor en neurociencias, pasa sus días preparando su tesis doctoral en su casa en Oxford, acompañada de Akila, su "perra loba", a la que pasea por las tardes en un parque -de verdes planicies y un humedal-, donde a veces, también, hay caballos, aves migratorias y desde donde se ve un pedazo del Támesis. Una vez que se doctore, planea volver a Chile. Quiere participar en un think tank, compartir sus ideas, enseñar, visitar los bosques templados del sur de Chile.
-¿Ha influido el factor suerte en su carrera o todo ha sido planificado?
-Yo creo que hay rangos para influenciar a la suerte. La suerte siempre va a ser un poco traviesa. Uno tiene que estar preparado y saber exponerse a las situaciones donde las cosas te pueden pasar. Es una inversión que es costosa y que al principio puede ser ineficiente. No ves resultados inmediatos. Pero luego puede salir algo más importante que todo lo anterior. He estado consciente de exponerme a situaciones donde me pueda favorecer la suerte. Pero eso toma mucho trabajo y energía dirigida. Intento entender racionalmente que hay inversiones que son más largas, sobre todo si son distintas. Para abrir un camino nuevo, literalmente hay que hacerlo con machete. No está la carretera hecha y no se puede ir a 120 kilómetros por hora. Tienes que ir a dos kilómetros por hora. Eso lo tengo en el cuerpo. Es así como se camina en la selva.
"(A Isabel) le daban la bienvenida en Wamba como si estuvieran recibiendo al ganador de las olimpíadas", Recuerda su hermano, que la acompañó a El Congo.
"El primer miedo era a la incertidumbre. Después la incertidumbre baja, pero aumenta la certidumbre de lo que puede pasar. A lo que estás expuesto".
Jane Goodall en Chile
Isabel Behncke dice que para cualquier persona que haga primatología y que tenga una pasión por los animales, la naturalista y primatóloga Jane Goodall, conocida en todo el mundo por sus estudios sobre chimpancés en África, es un referente.
-En mis inicios fue una gran influencia, sobre todo, porque estando en Chile, no tienes idea del tema y tampoco sabes por dónde partir. Por lo mismo, leer sus libros, y visitar Gombe, el lugar donde ella estudió los chimpancés, fue fundamental -dice Isabel.
Dedicada a las charlas para promover el cuidado del medio ambiente, Goodall visitará Chile las próximas semanas. Durante su paso, ofrecerá una conferencia en el Centro de Extensión de la UC, el 23 de noviembre, y se reunirá con un grupo de jóvenes líderes de la revista "Sábado" por la conmemoración de sus quince años.
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CLASE DEL 70 SGC
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El miedo continúa, pero se transforma. Hay que adentrarse a machete en la noche para encontrar la luz. Un árbol baila en la copa y se ríe..
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