Tareas pendientes
por Gustavo Santander
Diario El Mercurio, Martes 06 de Diciembre de 2011
http://blogs.elmercurio.com/ya/2011/12/06/tareas-pendientes.asp
El ruido sordo de la puerta cerrándose a sus espaldas y luego un silencio avasallador. Antonia ha evitado que Carola suba, ofreciéndole el café en un lugar nuevo cerca de su departamento. Los pliegues de la cama, como cicatrices de la noche anterior, se esparcen desordenadamente, formando un mapa de lo acontecido. Quizás estuvimos esperando esto por años, dilatando lo que terminaría siendo inevitable, haciendo que este larguísimo intermedio que disfrazamos de amistad se rompa de una vez por todas. Aunque resulta imposible llevar la cabeza hacia el otro lado y lamentarnos por haber roto todo esto que nos unía, tirando por la borda tantísimos días de vociferar que somos amigos, que nunca nos pasaría esto que ya nos acaba de pasar, enfrentándonos a la crueldad inevitable de los hechos, de lo que ya no podremos cambiar así queramos.
El ruido sordo de la puerta cerrándose a sus espaldas y luego un silencio avasallador. Antonia ha evitado que Carola suba, ofreciéndole el café en un lugar nuevo cerca de su departamento. Los pliegues de la cama, como cicatrices de la noche anterior, se esparcen desordenadamente, formando un mapa de lo acontecido. Quizás estuvimos esperando esto por años, dilatando lo que terminaría siendo inevitable, haciendo que este larguísimo intermedio que disfrazamos de amistad se rompa de una vez por todas. Aunque resulta imposible llevar la cabeza hacia el otro lado y lamentarnos por haber roto todo esto que nos unía, tirando por la borda tantísimos días de vociferar que somos amigos, que nunca nos pasaría esto que ya nos acaba de pasar, enfrentándonos a la crueldad inevitable de los hechos, de lo que ya no podremos cambiar así queramos.
"Hablemos más tarde de esto", dijo Antonia antes de salir, pero creo que no sabía bien qué quería decir. La noche anterior no nos dijimos nada, sólo nos dejamos caer dentro de nosotros mismos, no hubo declaraciones de amor ni nos rasgamos las vestiduras lamentándonos de tanto tiempo perdido, no, solo nos encontramos en la plenitud del instinto, en ese espacio donde no hay frenos de mano ni aceleradores y ninguna palabra es más fuerte que el propio deseo. Seguro que, como niños que colorean figuras desnudas, podremos llenar con colores o palabras eso que ahora aparece sólo como una forma delineada, esperando coincidir en lo que meteremos dentro.
Lo cierto es que nos hemos quedado al borde de algo que tendremos que cruzar, de una u otra manera, pero que inevitablemente habrá que atravesar. "Nada más fácil para destruir una amistad que acostarte con tu amiga", escuché decir una vez a alguien, que se jactaba, o resignaba, de un acontecimiento similar. Y entonces pienso que probablemente todos estos años de terca cercanía sólo fueron un pretexto, un mecanismo para no aceptar el rechazo de aquella vez en que me dijo que no, que estábamos bien como estábamos, una noche postergada por años que yo busque cada día.
El timbre del celular me despierta de esta suerte de sueño confuso, de estas explicaciones interminables que buscan redactar un discurso coherente. Qué ejercicio más inútil el que nos impulsa la culpa. El tiempo ha pasado como años de perro, como si la densidad de cada minuto hubiese aumentado, duplicando o triplicando su duración. En la pantalla aparece su nombre como el recordatorio de una tarea pendiente. "Gustavo, ¿sigues ahí? La Carola se fue porque tenía que ir a buscar unas cosas a casa de su papá y yo me vine al Parque de las Esculturas a caminar un rato. ¿Quieres que hablemos?"
Una vez Antonia me dijo que no había nada mejor para pensar u olvidar que ducharse con agua caliente, que cada vez que algo la superaba se metía por un buen rato bajo el chorro vaporoso y todo parecía obtener claridad, a situarse nuevamente en su justo espacio, a adquirir la distancia necesaria, la que nos hace ver las cosas en su tamaño real. Como tantas veces, vuelvo a seguir sus consejos y hago justamente eso, me ducho por buen rato para tratar de aclarar la cabeza. Hay algo calmante en el agua, en el sonido que produce al golpear el cuerpo, el suelo, en esa burbuja de intimidad que genera y que propicia la tranquilidad para pensar, para darme cuenta que las cosas son menos irreductibles de lo que quisiéramos que sean, que nuestras acciones pueden cambiar el destino inmediato de nuestra vida pero que esos actos terminan caducando, rindiéndose frente a otros que llegarán y que volverán a dar giros de timón, llevándonos a otros momentos que nuevamente aparecerán como insalvables. Al salir de la ducha con una toalla atada a la cintura la veo sentada en la cama, mirándome con esa sonrisa especial, ese gesto tan suyo que la distinguiría entre miles de mujeres, y siento que las cosas pueden ser mejor de lo que pensamos
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