por Pbro. Patricio Astorquiza Fabry
Diario El Mercurio, domingo 9 de 2013
Narra San Lucas en el Evangelio de hoy
la pregunta de los saduceos sobre la resurrección.
Ponen el ejemplo de una mujer
que se casó con siete hermanos,
y no se sabría de cuál sería esposa
en la resurrección de los muertos.
Ellos, como dice el texto, "niegan la resurrección".
Jesús afirma la resurrección,
agrega que los fieles resucitados no se casan,
y termina diciendo que nuestro Hacedor
"no es Dios de muertos, sino de vivos".
Se trata de un pasaje altamente dogmático;
por eso, el comentario también lo será.
Es fácil recordar
que los judíos contemporáneos de Jesús
no concordaban ni siquiera
sobre la inmortalidad del alma humana.
El énfasis en la inmortalidad es paulatino,
y más explícito en los libros sapienciales.
Es pues explicable que una parte del pueblo elegido,
incluyendo a muchos miembros del Sanedrín,
tuviesen una visión más bien geopolítica de la Alianza con Yahvé.
Este grupo, narran los Hechos de los Apóstoles,
no creía en espíritus de ningún tipo, ni tampoco en los ángeles.
Los fariseos, en cambio,
afirmaban la inmortalidad del alma,
la existencia de los ángeles, y además la resurrección.
Conviene recordar que no es lo mismo
creer en la inmortalidad del alma
y en la resurrección de los cuerpos.
La inmortalidad del alma
es una intuición general de la humanidad,
con un sólido fundamento filosófico.
Es la convicción de que el Yo humano
no se puede reducir solo a materia orgánica.
La resurrección
es en cambio una aspiración gratuita,
imposible de alcanzar o demostrar.
Es un regalo del Cielo,
porque el alma separada del cuerpo
no puede fabricarse para sí misma
otro cuerpo, por mucho que lo desee.
Los cristianos sabemos
que la resurrección de los muertos
es una consecuencia
de la resurrección gloriosa de nuestro Salvador.
No hay claridad en el Antiguo Testamento
sobre una resurrección universal,
sino que es en el Nuevo Testamento
donde está asociada con la segunda venida de Jesús.
Nosotros lo afirmamos con seguridad,
y mantenemos el testimonio
que nos transmitieron
los testigos presenciales de Jesús resucitado.
La resurrección es un campo abierto
a futuros avances teológicos.
Por ejemplo, si en el cielo resucitado
no hay matrimonio, ¿en qué forma
perviven las relaciones familiares?
Entretanto,
esta certeza es una esperanza firme,
que permite dar una dimensión más amplia
a nuestro modo de ver la vida entera.
El Evangelio de hoy nos anima
a prepararnos para llegar bien dispuestos
a la eternidad resucitada, y para encaminar
hacia ella al máximo de personas posible.
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