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El difícil petróleo por Patricio Lillo


Diario La Tercera  06/11/2013 


Un pozo petrolífero alcanzaba, en 1930, 
tres mil metros de profundidad. 

A comienzos de este siglo 
era ya común encontrar 
pozos de cinco mil metros. 

En septiembre del 2009, 
una plataforma petrolera 
en el Golfo de México 
perforó distancias 
imaginadas por Julio Verne: 
10 mil metros de profundidad. 

El nombre de la plataforma 
era Deepwater Horizon. 

Seis meses más tarde, 
un incendio causó la muerte 
de una docena de trabajadores 
y el mayor derrame de petróleo 
en la historia de Estados Unidos.

El consumo mundial de crudo 
ha aumentado 160 veces desde 1900 
y ocho veces desde 1950. 

El petróleo provee 
el 40% de la energía primaria 
demandada por la civilización moderna. 

Por otro lado, desde 1990 
el petróleo consumido cada año 
es mayor al petróleo descubierto; 
las reservas explotadas 
no logran ser restituidas. 

El petróleo es también 
la principal fuente de gases 
efecto invernadero antropogénico.

¿Es el actual precio del petróleo 
un estado permanente? 

Lo ocurrido con Deepwater Horizon 
esclarece otra de las aristas de esa pregunta: 
¿La época del petróleo fácil está llegando a su fin? 

Los nuevos yacimientos demandan adentrarse 
en las huracanadas aguas del Golfo de México 
o trasladarse hasta las contaminantes 
arenas bituminosas canadienses, 
o recientemente, cavar 
bajo las gruesas capas de hielo del Artico ruso. 

Y cuando el costo de extraer 
el petróleo sube, lo hace también su precio.

Frente a la escasez de reservas nacionales 
y un escenario de precios en aumento 
y sustitutos en ciernes (biocombustibles), 
son indiscutibles las ventajas de enfrentar 
la dependencia de hidrocarburos 
en vista a que la mitad 
de la matriz energética chilena es el petróleo. 

Hablar de políticas energéticas 
es hablar también de carreteras y puertos, 
de trenes y bicicletas, de buses y barrios; 
en definitiva, de ciudades. 

Por ejemplo, 
transportar un kilogramo de carga 
en camión requiere 10 veces más energía 
que hacerlo por tren o barco. 

O bien, transportar a una persona en tren 
requiere tres veces menos energía 
que hacerlo en bus y 10 veces menos 
que hacerlo en avión o en vehículo.

Los casos citados exponen 
algunas de las enormes oportunidades 
que Chile tiene entre sus manos. 

Sin embargo, pareciera 
que la subordinación al petróleo importado 
no ha gozado del protagonismo que se merece, 
tanto por su ausencia en el debate político 
como por la falta de correspondencia de políticas públicas. 

Así, con distintos nombres, 
Chile ha implementado -y financiado- 
mecanismos para reducir el impacto 
del aumento del precio de los combustibles, 
a la vez que aplica un impuesto específico 
de $ 260 por litro (impuesto que por lo demás 
grava sólo al 35% de los hogares chilenos 
que poseen un vehículo particular.)

Hablar de políticas energéticas 
es también hablar de petróleo 
y del Transantiago: 
un sistema de transporte público terrestre 
de una ciudad de siete millones de habitantes, 
que exige subsidios de cientos de millones 
de dólares al año, pero que a la vez 
no tiene ni la capacidad ni la voluntad 
de garantizar frecuencias a sus usuarios. 

Una política energética trastabilla 
con un sistema de transporte público 
inaugurado en su momento 
sin siquiera una marcha blanca apropiada 
que -¿aún confundido?- no se atreve a ser público.

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