Diario La Tercera 06/11/2013
Un pozo petrolífero alcanzaba, en 1930,
tres mil metros de profundidad.
A comienzos de este siglo
era ya común encontrar
pozos de cinco mil metros.
En septiembre del 2009,
una plataforma petrolera
en el Golfo de México
perforó distancias
imaginadas por Julio Verne:
10 mil metros de profundidad.
El nombre de la plataforma
era Deepwater Horizon.
Seis meses más tarde,
un incendio causó la muerte
de una docena de trabajadores
y el mayor derrame de petróleo
en la historia de Estados Unidos.
El consumo mundial de crudo
ha aumentado 160 veces desde 1900
y ocho veces desde 1950.
El petróleo provee
el 40% de la energía primaria
demandada por la civilización moderna.
Por otro lado, desde 1990
el petróleo consumido cada año
es mayor al petróleo descubierto;
las reservas explotadas
no logran ser restituidas.
El petróleo es también
la principal fuente de gases
efecto invernadero antropogénico.
¿Es el actual precio del petróleo
un estado permanente?
Lo ocurrido con Deepwater Horizon
esclarece otra de las aristas de esa pregunta:
¿La época del petróleo fácil está llegando a su fin?
Los nuevos yacimientos demandan adentrarse
en las huracanadas aguas del Golfo de México
o trasladarse hasta las contaminantes
arenas bituminosas canadienses,
o recientemente, cavar
bajo las gruesas capas de hielo del Artico ruso.
Y cuando el costo de extraer
el petróleo sube, lo hace también su precio.
Frente a la escasez de reservas nacionales
y un escenario de precios en aumento
y sustitutos en ciernes (biocombustibles),
son indiscutibles las ventajas de enfrentar
la dependencia de hidrocarburos
en vista a que la mitad
de la matriz energética chilena es el petróleo.
Hablar de políticas energéticas
es hablar también de carreteras y puertos,
de trenes y bicicletas, de buses y barrios;
en definitiva, de ciudades.
Por ejemplo,
transportar un kilogramo de carga
en camión requiere 10 veces más energía
que hacerlo por tren o barco.
O bien, transportar a una persona en tren
requiere tres veces menos energía
que hacerlo en bus y 10 veces menos
que hacerlo en avión o en vehículo.
Los casos citados exponen
algunas de las enormes oportunidades
que Chile tiene entre sus manos.
Sin embargo, pareciera
que la subordinación al petróleo importado
no ha gozado del protagonismo que se merece,
tanto por su ausencia en el debate político
como por la falta de correspondencia de políticas públicas.
Así, con distintos nombres,
Chile ha implementado -y financiado-
mecanismos para reducir el impacto
del aumento del precio de los combustibles,
a la vez que aplica un impuesto específico
de $ 260 por litro (impuesto que por lo demás
grava sólo al 35% de los hogares chilenos
que poseen un vehículo particular.)
Hablar de políticas energéticas
es también hablar de petróleo
y del Transantiago:
un sistema de transporte público terrestre
de una ciudad de siete millones de habitantes,
que exige subsidios de cientos de millones
de dólares al año, pero que a la vez
no tiene ni la capacidad ni la voluntad
de garantizar frecuencias a sus usuarios.
Una política energética trastabilla
con un sistema de transporte público
inaugurado en su momento
sin siquiera una marcha blanca apropiada
que -¿aún confundido?- no se atreve a ser público.
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