por Rolf Lüders
Diario La Tercera, viernes 8 de noviembre de 2013
Desde que se iniciaron
las transformaciones económicas
a mediados de los años 70,
Chile ha estado creciendo
-como tendencia-
a tasas significativamente mayores
que los países desarrollados.
En efecto, desde entonces,
el PIB per cápita de Chile
más que se duplicó como porcentaje
de aquel de Estados Unidos,
la pobreza disminuyó notoriamente
y, últimamente, incluso
la distribución del ingreso
ha tendido a hacerse más igual.
Ello ha generado
una clara sensación
de bienestar y riqueza,
al punto de que
en los recientes
debates presidenciales
casi todos los candidatos
-recogiendo ese sentir-
manifestaron que
la abundancia de recursos
permitiría implementar
una serie de ambiciosos
programas redistributivos.
Parece no existir conciencia
de que tal abundancia
es la consecuencia
de la aplicación
del así llamado modelo,
y que la falta
de prudencia y prolijidad
en materia económico-social
nos puede hacer caer en la trampa
de los países de ingresos medios.
Si lo hacemos,
podremos dejar de llegar
-como todos deseamos-
al pleno desarrollo
en el futuro previsible.
Se conoce como trampa
de los países de ingresos medios
el hecho empíricamente irrefutable
de que la mayoría de los países
que alcanzan un PIB per cápita
de alrededor de US$ 16.000, como Chile,
sufren una fuerte desaceleración
en su crecimiento, dejando de converger
hacia los ingresos de países avanzados.
Dos investigaciones recientes sobre el tema,
de Aiyar, Duval, Puy, Wu y Zhang (2013)
y de Eichengreen, Park y Shin (2013),
estiman econométricamente
las múltiples causas de la trampa.
Cabe destacar una serie
de esos factores de riesgo
que hacen improbable
una trampa en el caso de Chile:
la demografía,
las instituciones
(respeto por la ley
y la protección del derecho de propiedad),
un cambio de régimen político
de autoritario a democrático,
la composición de la producción,
crisis financieras,
una moneda subvaluada
y el sistema de comunicaciones.
Factores de algún riesgo significativo
podrían ser la calidad de la educación
secundaria y superior
(que dificulte el desarrollo
de actividades intensivas en tecnología),
la aún deficiente infraestructura
energética y caminera,
el porcentaje relativamente bajo
de comercio con nuestros vecinos
y la macroeconomía,
por nuestra dependencia
del precio de los recursos naturales,
especialmente el cobre.
Factores de riesgo obvios
son la relativamente alta tasa
de crecimiento económico previa,
las comparativamente elevadas tasas de inversión,
la regulación excesiva y el tamaño del Estado.
Los dos primeros factores son un riesgo
por el fenómeno de reversión a la media.
Los dos últimos lo son
porque el crecimiento se produce
cuando el sector privado tiene la capacidad
y el espacio para desarrollarse e innovar.
En este último sentido,
y a juzgar -implícitamente-
por las propuestas de la mayoría
de los candidatos presidenciales,
es preocupante la falta de conciencia
que tiene la ciudadanía
de que aún estamos lejos del desarrollo,
y que seguir creciendo
es una condición necesaria
para continuar con la mejora
del empleo y de los salarios.
Para lograr lo último,
debemos tomar las medidas
pertinentes y conocidas
para evitar caer en la trampa
de los países de ingresos medios.
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