El próximo sábado el Festival In-Edit estrena George Harrison: Living in the material world.
por Pablo Marín
Diario La Tercera, domingo 4 de diciembre de 2011
Cuando se pregunta por títulos representativos de Martin Scorsese, invariablemente asoman emblemas comoTaxi driver, Toro salvaje o Buenos muchachos. Como si su estatus y las expectativas a él asociadas no dejaran lugar a sus más de 40 años lidiando con la no ficción.
Y de hecho no hay sólo un Scorsese documentalista. Está, por de pronto, el que registró a sus cercanos en los tiempos de juventud (Street scenes, Italianamerican). También el que, no conforme con tributar en películas, ensayos y entrevistas sus variados influjos fílmicos, sistematizó tal interés en piezas como Un viaje a Italia y Una carta a Elia. Pero falta la música. Estaba desde el comienzo en sus soundtracks rockeros (Calles peligrosas) y agarró vuelo con la despedida de The Band enEl último rock (1978), pero cobraría otro sentido con su lograda incursión en la primera etapa de la carrera de Bob Dylan (No direction home). Algo de este espíritu, entre homenajeador y exploratorio, tiñe los 208 minutos de George Harrison: Living in the material world.
Estrenada mundialmente en Liverpool, el pasado 2 de octubre, la cinta que hurga en la vida y los azares del más misterioso de los Beatles llegará el próximo sábado a Santiago, como exhibición estelar del Festival In-Edit. Una obra que puede resultar más convencional que la consagrada a Dylan, y acaso con menos dosis de controversia, dado que las riendas de la producción estaban en manos de la viuda del músico, Olivia Harrison. Pero sus momentos de arrojo e inspiración, así como sus ocurrencias montajísticas y la calidez asociada al material sonoro, traen de vuelta a una figura siempre más valiosa y necesaria de lo que uno estaba pensando.
Todos los George
Es el autor e intérprete de Something, My sweet Lord, While my guitar gentil weeps y un puñado de otros títulos que lucen entre lo más granado y emocionalmente arrasador de la historia del rock, género al que aportó además su exploración en la música de la India. Sin embargo, tanto en su época como en la mirada retrospectiva, George Harrison (1943-2001) ha quedado a la sombra ominosa de Lennon y McCartney. Y el documental se hace cargo de este opacamiento, así como de la imagen del místico engrupido con los mantras y la meditación o, más tarde, del misántropo comparado con Howard Hughes.
En efecto, el jovencito de mejillas rosadas que se preocupaba de que las guitarras estuvieran afinadas, de que el fiato no se perdiera o de darle el riff distintivo a And I love her, es visible con nitidez en la medida que se reconstruyen los años de la banda más popular de todos los tiempos. Ello, entre otras cosas, gracias a la recolección de un asombroso material de archivo: fotos, audios, cartas o imágenes en 8 mm. jamás vistas por el gran público, aportan cuotas de asombro y hacen inteligible el desarrollo artístico y personal de Harrison.
Pero lo anterior se asocia al modo de jugar con las imágenes y de relacionarlas con la música. Scorsese, que ha declarado su interés "en el viaje que [Harrison] efectuó como artista", hace un recorrido más bien engañoso de la cuna a la tumba. Va de la A a la Z, es cierto, pero introduce quiebres, giros, saltos temporales y otros recursos que hacen moverse el piso.
Así, para retratar la dolida Gran Bretaña de los años inmediatamente posteriores a la II Guerra, no ilustra las imágenes de época con música ad hoc, sino con los acordes desgarradores de All things must pass (1970), para que el anacronismo le aporte a la emoción. Y cuando tiene en pantalla a un envejecido McCartney dando testimonio sobre el camarada desaparecido, se le ve iniciando la imitación de George con la guitarra: pues bien, Paul sigue en pantalla haciendo muecas y ademanes, mientras se escucha el mismo audio que está evocando.
Las pausas para examinar una foto o escuchar una canción, además de los recursos señalados, se prueban útiles a la hora de exhibir el tránsito del chico tímido en la sombra al compositor maduro que ya había sacado un par de discos antes del quiebre de los Beatles y que después conocería el éxito y las desventuras en solitario. También al hijo de católicos que con singular intensidad acogió las aventuras mentales prometidas por las drogas lisérgicas y la trascendencia del alma ofrecida por el misticismo indio (para no ahondar en las migas que hizo con los temidos Hell's Angels). Y, para rematar, al filántropo que organizó el primer recital rock solidario (Concierto por Bangladesh, 1971) o al productor fílmico que hizo posible La vida de Brian, una de las sátiras más jocosas de Monty Python.
Yoko Ono, Eric Clapton, Pattie Boyd (su primera esposa), el productor Phil Spector y Ringo Starr, son algunos de los que entregan en cámara su visión y su recuerdo. Como toda elaboración oral, las selecciones de la memoria informan y deforman, pero a la larga resultan un complemento de interés. Es cierto, también, que la película se "salta" momentos embarazosos, como la querella por plagio a raíz de My sweet Lord o cuando Harrison despidió por fax a la gente de su productora. Téngase presente.
George Harrison murió a los 58 años, más o menos la edad que tenía su madre al fallecer. Cuenta su viuda mexicana que a la pieza en que yacía su cuerpo no le hacían falta muchas luces. Que él iluminaba el lugar. Puede haber sido o puede que no, el hecho es que Scorsese consigue que el músico en la sombra ilumine la pantalla.
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