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La finalidad de la memoria... por A.C.

Comentario previo:

El domingo pasado,
segundo de Adviento,
la segunda lectura en
una parte del Salmo 84 se lee:

«El Amor y la Verdad se encontrarán,
la Justicia y la Paz se abrazarán;
la Verdad brotará de la Tierra
y la Justicia mirará desde el cielo.»

La mirada inteligente
contempla todos los ángulos,
todas las perspectivas,
desde cerca y desde lejos,
si no no comprende.

La Justicia y la Paz
nos hablan de arrepentiminto,
reparación,  perdón y reconciliación.

Pero la verdad tiene que ser
iluminada por la mirada del amor,
de lo contrario esa mirada gélida y aséptica,
de corazón de piedra e inmisericorde 
no nos hará más sabios
y nos derivará más temprano que tarde
hacia un ideologismo 
ciego, implacable y absoluto
que llegado el momento
alentará los nuevos monstruos
que impondrán el horror y el terror 
que la humanidad ha experimentado 
y experimenta constantemente
a lo largo de su historia.

Tal vez por ello, mi oración preferida
y que me ayuda a mantenerme alerta
-lo que no significa que triunfe
ni mucho menos, en cada una
de las cotidianas batallas- es:
«Todo lo temo de mi debilidad,
todo lo espero de Tu Misericordia.»

Dolor banal
por Eugenio Tironi
Diario El Mercurio, Martes 06 de Diciembre de 2011   

Eugenio-Tironi.jpg
La psicoanalista francesa Marie Balmary dice que "volver a creer en lo que separa al bien del mal requiere de tres generaciones". Está pensando en lo ocurrido en los campos nazis. "Los que los vivieron directamente, o toleraron o ignoraron o negociaron sobre ellos, o simplemente no se escandalizaron en su momento, prefirieron callar, porque no podían resistir el dolor y la vergüenza. Sus hijos, los herederos directos, prefirieron respetar ese silencio y no indagar sobre algo que ellos mismos no habían vivido. Son los nietos, la tercera generación, la que ha querido saber, porque ya tienen más distancia hacia el horror y pueden mirarlo frente a frente".
En Chile entramos a la tercera generación. Son los jóvenes, ahora, quienes ponen de actualidad lo ocurrido en los años de la dictadura y, con ello, la memoria se ha venido tomando espacios a los cuales no estaba invitada. Basta con observar la televisión: desde "Los archivos del cardenal" a "Los 80", pasando por "Prófugos", ella se esparce como bomba de racimo. Lo mismo ocurre en la literatura y el cine. Quienes se hunden en los sótanos del pasado no son ya quienes los habitaron, y lo hacen con una crudeza y desde una mirada que para ellos habrían sido imposibles.
Hoy salen a la luz dimensiones que cualquiera que vivió esos tiempos no se atrevería a develar. Como la tortura. Por pudor o vergüenza, nadie que fuera torturado, o que temió serlo y se preparó para afrontarlo, o que supo cómo lo eran sus compañeros, o que fue indiferente a lo que estaba pasando y prefirió refugiarse en la ignorancia; ninguno de ellos habría podido recrear las escenas de "Los archivos". Es demasiado doloroso y perturbador. Lo mismo vale para la traición o la colaboración. Pero los nietos abordan estas situaciones sin contemplaciones.
La mirada de ellos acerca del pasado no está centrada en sus protagonistas. El foco está colocado en los personajes secundarios; en aquellos que recibían, sin saber por qué, las esquirlas provocadas por el heroísmo de aquéllos. Emerge así un dolor que no estaba registrado en el inventario de los horrores. Un dolor banal, seco, ininteligible. Un dolor que aún no ha podido reconocerse ni exorcizarse, pues carece de relato, de épica. Este dolor -quizás el peor de todos- sigue penando en la memoria de los chilenos. Esto explica por qué "Los 80" bate récords de audiencia cuando muestra el sufrimiento de la familia Herrera ante la huida de Claudia a Mendoza, y el de ella misma, desgarrada entre su amor por Gabriel, el revolucionario, y el compromiso con sus padres. Para quien vivió esa época, Claudia se había salvado de la tortura o de la desaparición, y lo que le sucediera a ella en el exilio, o a su familia aquí, por duro que fuese, era infinitamente mejor que lo que le esperaba. Su historia, por ende, no era digna de atención; pero esta generación la ha puesto en primer plano.
Lo que parte como una guerra entre dos familias de narcos con policías corruptos de por medio, en "Prófugos" se transforma de pronto en el despliegue del enfrentamiento aún no consumado entre torturadores y torturados en los tiempos de Pinochet, ambos con sus vidas destruidas por el papel que ejercieron. La memoria, aquí, surge como una fiera que huye de su jaula, para abalanzarse sobre el presente.
La historia reciente, esa que tantas veces hemos dado por clausurada, ha vuelto a irrumpir, ahora de la mano de los jóvenes, que sacan a la luz padecimientos que sus padres y abuelos no estaban en condiciones de procesar. Ellos miran el pasado desde los patrones morales de hoy, y para responderse a sus preguntas, no a las de sus antepasados. Pero al hacerlo, reponen con ellos un vínculo profundamente reparador. ¿No es ésta la finalidad de la memoria?

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