Aldo Schiappacasse
Lunes 14 de Noviembre de 2011
Lunes 14 de Noviembre de 2011
Sigo sin entender lo que quiso hacer Claudio Bravo. Cuando salió a cortar ese centro en el Centenario, por cierto. Pero más aún cuando habló después del partido. Hace exactamente una semana opinaba que la reafirmación del arquero como titular y símbolo de este equipo lo obligaba a no cometer más errores, por cierto, pero sobre todo a ejercer un liderazgo claro y rotundo a todo evento.
Esta selección anda en busca de un liderazgo claro, rotundo, contundente. Las confusas declaraciones tras el escándalo no sirvieron para reafirmar la confianza de la gente, que aparentemente apoya la medida de Borghi, pero requiere de señales que le permitan creer que un nuevo orden ha emergido. Y para eso, tiene que haber más que una sanción o un compromiso interno. Se requiere de una voluntad que sea lo suficientemente explícita para que no queden dudas.
Si, efectivamente, había señales de hastío en varios de los seleccionados ante la disciplina relajada, es el momento de hacerlo saber. Porque eso significa una crítica a los que fallaron, pero además una expresión de deseo hacia la continuidad del proceso. Si hay un nuevo compromiso, debe ser también hacia la gente, porque como está dicho desde el momento mismo en que Bielsa decidió dar un paso al costado porque no le gustaban los dirigentes que llegaban, lo fundamental para construir un nuevo ciclo era, con otras condiciones, construir la misma mística.
La esperanza era clara: que efectivamente, una vez producida la traición de los cinco separados hubiera una reacción de rabia de parte de sus compañeros. Lucha verbal, manotazos, ira por el daño que se provocaba. ¿Alguien lo expresó? Por el contrario, se han empeñado en desmentirlo, en ocultarlo, en relativizarlo. De hecho, parece doler más "el silencio" de Vidal. Y se enfatiza la "valentía" para dar la cara de quienes enlodaron al técnico y basurearon a todo el plantel.
A este equipo le falta épica y compromiso, y eso pasa no sólo por la manera de pararse en la cancha o asumir los riesgos, sino en la construcción de una identidad. Quienes hablan, como lo hacen, en qué momento y con cuánta honestidad también forman parte de esa construcción. Hasta el bautizo, por ejemplo, la defensa era fácil: es culpa de los periodistas que quieren torpedear el trabajo. Ahora, que existe la certeza de la traición, es hora de que el discurso cambie, porque se requiere de un doble propósito: cicatrizar las heridas internas (sobre todo del entrenador) y reconquistar la fe pública.
Es ahí donde está el desafío. Y eso pasa por encontrar a un abanderado claro, un líder renovado y a un vocero que dé confianza. Tarea dura para un capitán que está muy inseguro, no sólo bajo el arco, sino también en los gestos públicos. Antes era fácil: ayudaban el ostracismo del cuerpo técnico y el blindaje de Mayne-Nicholls.
Después del pleito contra Paraguay anhelamos tres cosas: que el esquema de local se haya validado; reformular lo que haremos fuera de casa (en el proceso anterior se ganó en Bolivia, Venezuela, Perú, Paraguay y Colombia) y tener una expresión cabal de lo que piensa y siente este grupo. ¿Habrá alguien capaz de decirlo?
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