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Leyendo la ciudad sobre la marcha...‏por AC





Obviamente, no es la perspectiva ideal
partir a ver a un cuñado que padece de diabetes
y que está internado en el Hospital San José
a la espera de que le amputen la segunda pierna.

A pedido de él y para animarlo le llevo lecturas variadas
y después de tomar la combinación del Metro
Línea 1-Línea 2, me bajo en la estación Cerro Blanco.

Camino hasta la iglesia la Viñita,
al parecer la primera iglesia de Chile
mandada a construir por doña Inés de Suárez.

Más tarde, en la Plaza de Armas,
recuerdo a doña Inés y me la imagino indignada
al contemplar la estatua ecuestre 
del gallardo don Pedro de Valdivia
prácticamente confinada a un rincón,
en el backstage de un enorme escenario
instalado frente a la Municipalidad de Santiago
y flanqueado por la retaguardia 
por una  instalación navideña
que ocupa casi completamente
el sector oriente de la plaza.

Vuelvo a mi relato.

Bajo por Santos Dumont,
a media tarde con un sol de diciembre
pegando fuerte en la cara.

Las pocas veces que circulo
por barrios antiguos de Santiago,
el pasado se me aparece
de las formas más diversas o insospechadas.

Contemplar paredes descascaradas,
fachadas continuas, colorinches algunas,
ornamentos y molduras varias,
la mayoría cubiertas por el polvo
y la contaminación atmosférica acumulada,
pero que igual hablan de alguna forma
de esta ciudad entrañable, 
más que muchos barrios nuevos que, 
a veces, especialmente si son arbolados,
resultan más agradables de recorrer,
pero que carecen de carácter
y no constituyen ciudad.

Puede ser que cada casa
esté habilitada para ser
un excelente refugio,
pero es poco lo que su presencia
contribuye a corformar
una verdadera atmósfera citadina.

Bajando por Santos Dumont,
pasando por un taller de reparación
de autos, escucho un bajo obstinado
y el seco sonido de una caja de batería,
cuya dinámica y sonido característico
extraen de un rincón olvidado de la memoria
una especie de pequeña eternidad
de fines de los años sesenta
-algo que ocurre también,  por ejemplo, 
con el sonido del órgano electrico de los Doors.

Se trata del tema de más de 17 minutos 
In-A-Gadda-Da-Vida de Iron Butterfly, 
improvisación en plena psicodelia, 
y cuya misteriosa nomenclatura
ha despertado todo tipo de interpretaciones:
El jardín de la vida; El jardín del Edén;
una gata con siete vidas, etc...

Al llegar a avenida La Paz,
las instituciones que alberga
no son muy esperanzadoras:
Clínicas Odontológicas,
varios Hospitales
y Clínicas Psiquiátricas,
El Instituto Médico Legal,
El Cementerio General.

El cuadro completo.

Como si fuera poco
uno lee, con horror, 
expresiones con leyendas 
como la siguiente
en un cartel frente a la Morgue:
«Sexología Forense
Atención las 24 Horas...»:
Eros y Tánatos
y todo lo inimaginable
entre esos dos polos.

Encontré a mi cuñado
más tranquilo y resignado
y, después de la visita,
prefiero caminar un poco
y recorro avenida La Paz
hasta Mapocho.

Al pasar frente al Hospital Clínico
José Joaquín Aguirre de la Universidad de Chile
me encuentro con un boliche con el siguiente cartel:
«Lucramos con los completos,
porque no tenemos la obligación
de educar a nadie.     La Gerencia»

Al interior del mismo puesto volante,
hay un cartel que dice «Hay Transexual».

Me pregunto ¿qué querrá decir 
esta expresión en el contexto de
un sucucho que vende completos y bebidas?

Infiero que, hay personas que andan 
con hambre y no les alcanza para
comprarse un completo, por lo que
«La Gerencia» ha decidido optar
por ampliar la oferta y proporcionar
un producto más barato que calme
el hambre de los parroquianos.

Siguiendo esta corriente de pensamiento,
la hipótesis que vendría a proveer
de una explicación para el cartel
sería que «Transexual» corresponde
al "Completo" sin vienesa,
es decir, que contiene
nada más que el pan y el aderezo,
chucrut-mayo, o algo de ese tipo.

A medida que me acerco a Mapocho
y me alejo de lo lúgubre de las instituciones
que ocupan el sector norte de avenida La Paz,
la cosa se anima más, aunque aumenta
la suciedad y lo cochambroso.

Unos parroquianos 
juegan brisca rematada en la calle,
hay un curadito durmiendo en el suelo
junto a un rodado de niño.
(Parece la escena de un peatón
atropellado por un autito infantil).

Paso frente a un terminal de buses
que llevan hasta Lampa y Batuco
entre otras localidades
del sector norte del valle de Santiago;
continúo caminando mirando de reojo,
cités inundados de sol, casas viejas
que albergan asociaciones y cooperativas varias,
con algún almacencito o fuente de soda,
una comisaría al frente...todo esto enmarcado
por una hilera de Palmas de las Canarias.

A medida que nos acercamos
al sector de la Vega Central, la Vega Chica 
y el nuevo Mercado de Abastos Tirso de Molina, 
comienzan a aparecer los carteles 
de las Comercializadoras, Importadoras, 
Compra y Venta de Productos;
Distribuidora a Mayoristas y al por menor;
Consignadoras de Productos Agrícolas;
Amasanderías,  Almacenes...

Son como las seis de la tarde,
una hora en que la mayoría de los locales
ya han cerrado y el día está concluyendo.

Ya no se contempla el trajinar
entre los estrechos pasillos,
los voceos de los vendedores,
las tallas de los cuidadores 
y ayudantes varios,
o el rumor de las conversaciones
en los comederos que expenden
pescado frito con papas fritas,
pastel de choclo, o bistec a lo pobre
y ensaladas surtidas...

En doce horas más, esto se comenzará
a animar nuevamente hasta convertirse
en un verdadero festival de olores y colores
-algo así como el alma misma de Chile-
los frutos del país, las hortalizas,
los encurtidos (aceitunas y otros alimentos
sumergidos en una solución salina
que fermenta por sí sola
y con la ayuda de un microorganismo
le aumenta la acidez del mismo
con el objeto de extender la conservación),
y una amplia variedad de locales
de venta de abarrotes, carnicerías
expendedoras varias de un cuantuay
con variaciones dependiendo de la estación.

Pero todo el entorno de La Vega,
desde Patronato al barrio Independencia;
el Mercado Central y el barrio Estación Mapocho
dan para otra exploración.

Como dice Alan Pauls:
el que tiene vocación de caminante
posee una mezcla muy rigurosa
de determinación y azar.

Veremos qué nos depara 
una futura incursión por estos barrios
en este caminar a ciegas 
que en definitiva no es otra cosa 
que una manera de leer sobre la marcha
los signos de una ciudad cambiante,
y por ende perpetuamente desconocida y ajena, 
aunque con un aire de déjà vu...

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