por Gustavo SantanderDiario El Mercurio, Martes 13 de Diciembre de 2011
http://blogs.elmercurio.com/ya/2011/12/13/exactitud-de-las-formas.asp
A veces el amor parece ser un régimen totalitario en el que nos sentimos responsables de todo pero a la vez insignificantes frente al otro. Así me sentía yo cuando vi a Antonia sentada en la cama, mirándome con esos ojos que durante años esperé ver despertar conmigo al lado. Mientras la miraba recordé su divorcio y sus fallidas relaciones posteriores, sus ganas frustradas de tener niños, su miedo a que el tiempo pase y todo siga igual. "¿Te vas a quedar callado mirándome con una toalla amarrada en la cintura? -me preguntó intentando ser sarcástica-. Mejor ponte algo y conversemos". Ahora tocaba morder la parte real de la manzana, así es que me vestí y fui a la cocina para poner agua y preparar un café. Me dijo que eso le otorgaba cierta gravedad a nuestra conversación que ya de por sí tenía tintes de que no sería ligera, así es que propuso que mejor abriéramos un vino blanco que estaba en el refrigerador y que tan bien le venía a este mediodía caluroso. Su tono parecía relajado, pero el movimiento de sus manos reflejaba una tensión encubierta. El sonido del corcho abandonando la botella dio el inicio.
Antonia habló mucho aquella tarde, prendía cigarrillos, rellenaba su copa y, de repente, sin ninguna explicación, se quedaba en silencio por unos minutos, para luego continuar como si ese espacio vacío no hubiese existido nunca. Como si se tratara de un aluvión que arrastra de todo un poco, sus palabras traían temores y explicaciones pero también algunas frases cariñosas y recuerdos entrañables. Yo la escuchaba con atención intermitente, pues de rato en rato me quedaba mirándola y todo lo que decía pasaba a segundo plano. De pronto me preguntó varias veces por qué habíamos complicado nuestra amistad de esta manera, por qué habíamos hecho las cosas de esta forma, por qué había sido todo tan de golpe, tan brusco. Obviamente no existía ninguna respuesta para dar. "El destino es algo que se debe mirar volviéndose hacia atrás, no algo que deba saberse de antemano", escuché decir a Murakami alguna vez, y en ese momento la frase cobraba más sentido.
Fue entonces cuando volví a centrarme en sus palabras. "No estoy segura de lo que siento por ti", me dijo, orientando los ojos hacia el suelo, como si se entristeciera de lo que acababa de decir. "Sé que te quiero, pero no sé de qué forma exactamente". En mi cabeza, como si fuera un deja vú, corrió una vez más la cinta con aquella escena vivida años atrás, cuando me rechazó por primera vez. Durante casi toda la conversación yo la había dejado hablar, casi sin participar de esa suerte de monólogo que ella iba desarrollando, brincando de un tema a otro, hasta que dijo esto, que probablemente era lo único que realmente había venido a decir. En ese momento me pregunté si alguien puede saber con exactitud de qué forma querer. Un calor inesperado subió por mi corriente sanguínea, una vez más la culpa y la molestia se apoderaban de mí. Ya tenía suficiente: inexplicablemente llevaba buen rato escuchando un catastro de su vida y sus miedos, como si no la conociera, como si el haber hecho el amor me hubiese borrado de toda nuestra historia anterior.
Me levanté de la mesa y le dije que sería mejor parar acá, que se estaba complicando esgrimiendo explicaciones innecesarias y que por mi parte sólo restaba decir que lo sentía y que respetaría cualquier decisión que ella tomase. "No te vayas", dijo mientras recogía las llaves y mi billetera. Vi que tenía los ojos húmedos, como si estuviese a punto de ponerse a llorar. "Es mejor que pienses bien qué es lo que quieres Antonia. Yo tengo claro lo que eres para mí", le susurré agachándome para acariciarle el cabello. "Quédate un rato más", me insistió, pero yo sabía que en ese momento ya no había nada más que decir, que los diálogos forzados no sirven de nada y hacen más daño que bien. A veces es mejor saber dar media vuelta y volver por nuestros propios pasos.
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