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Cristóbal Bellolio presenta libro de Ricardo Lagos Escobar



El profesor de la Escuela de Gobierno, junto a Giorgio Jackson, presentaron el libro “El Chile que se viene”, compilado de reflexiones editadas por el ex Presidente Ricardo Lagos y el economista Óscar Landerreche.
En el Centro cultural Gabriela Mistral y ante más de 200 personas, entre ellas la ex primera dama Luisa Durán; el ex ministro de la Segpres José Antonio Viera-Gallo (PS); el ex canciller Alejandro Foxley (DC); el ex ministro de Defensa Francisco Vidal (PPD) y el senador Ricardo Lagos Weber (PPD).

La pulsión fundacional de Lagos y el imperativo de equidad
Agradezco a los editores de este libro la invitación a comentar. Hay mucho de simbolismo, creo, en la elección de los comentaristas. Evidentemente tiene un componente generacional. Yo cumplí hace poco los 32 años y Giorgio debe andar por los 24, 25 años. Ambos, además, somos animales políticos sin partido, lo que revela una contradicción de nuestro tiempo: vocación pública, incomodidad con las actuales estructuras. Me consta que muchos de los convocados a escribir en este libro están en la misma situación.

Dividiré mi reflexión en dos partes. La primera la titularé la pulsión fundacional de Ricardo Lagos Escobar. La segunda la llamaré observaciones al imperativo de equidad.

Como todos ustedes saben, las huellas digitales de Ricardo Lagos están impresas en varios proyectos políticos. El PPD, la renovación socialista, la Concertación. Imagínense como se debe sentir haber cofundado la coalición política más exitosa de la historia de Chile, tanto en términos de extensión de su mandato como en resultados a la vista. El problema de los fundadores es que se niegan a enterrar a sus creaturas. Es el sentimiento natural de apego que vincula al creador con su creación. De hecho, es la razón principal por la cual Ricardo Lagos Escobar todavía cree que la Concertación como tal tiene futuro. Cito textual del libro: “En lo personal, esperaría que la coalición que condujo a Chile durante veinte años y que supo encabezar una transición ejemplar, pueda estar a la altura de su historia para conducir, con ideas y acciones, esta nueva transición a la que Chile está llamado”. No estoy diciendo que Lagos esté equivocado. Quién sabe, quizás la Concertación esté recargando las pilas para volver fresca y renovada en un par de años, pero a mí me hacen más sentido las palabras talladas en el umbral del Infierno de Dante: “Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza”.

Sin embargo, aquí estamos. Convocados una vez más por Ricardo Lagos. Fue Eduardo Frei quien en la pasada elección presidencial reclamó para sí el título de puente entre generaciones. Pero es Lagos quien hoy día hace los méritos para serlo. Los coautores de este libro, comenzando por el propio coeditor Oscar Landerretche, pertenecen a esa nueva camada que recibe el testimonio y continúa la carrera. Lo interesante es que Lagos se resiste a dejarlos continuar sin su orientación y guía. Mucho se ha dicho y escrito acerca de la necesidad de las nuevas generaciones de “matar al padre”, pero este es un padre que no se deja matar fácilmente. ¿O acaso no les parece llamativo que un actor político que parece haber abandonado la primera línea después de haber ocupado todas las dignidades posibles esté escribiendo un libro llamado “el Chile que viene”? ¡Y no el que viene mañana ni pasado, sino el Chile del 2030! ¿Verá Ricardo Lagos con sus propios ojos ese Chile? Esperemos que sí, pero aunque no esté con nosotros llegado el 2030, lo que está haciendo hoy día tiene una vez más sencilla explicación: la vocación fundacional de Lagos.

En este sentido no puedo dejar de recordar el relato de Hannah Arendt acerca de la experiencia romana de la fundación como expresión prototípica de la acción política. Fundar es dibujar nuevos comienzos, es volver a empezar. De ahí la obsesión que algunos compartimos por emprender políticamente hasta el infinito. Ricardo Lagos deja de ser Ricardo Lagos si deja de imprimir sus huellas digitales en un nuevo proyecto, un nuevo comienzo, la acción política por excelencia. Algunos, como Piñera, son sobrevivientes. Están donde están porque contra la adversidad hacen valer sus recursos para imponer sus términos. Para ellos sólo hay presente, aquí y ahora, y el único camino para seguir avanzando es la victoria, a toda costa. Otros, como Bachelet, son navegantes. Son conducidos por la marea de la historia y las circunstancias y se hacen cargo, “sin pedirlo ni buscarlo”, de grandes desafíos que aparecen de súbito en el horizonte. Lagos, en cambio, no sobrevive ni navega: Lagos funda. Las historias comienzan con él y no se acaban sin él. Es, a mi juicio, la trampa de la Concertación. Sus padres fundadores no la dejar ir. No es su culpa Don Ricardo: el problema es que todavía no aparecen nuevos fundadores, constructores de horizonte, hijos del mismo ideal pero hermanos de otro afán. Porque como usted bien sabe, cada día tiene su afán. La épica original de una cruzada no es transmisible por decreto. Ni siquiera por tradición oral. Los vínculos culturales que provee la tribu de origen requieren de reafirmación a través de nuevas batallas. Los nuevos clivajes amenazan con seguir difuminando aquel que dio sentido a la coalición más exitosa de la historia de Chile. Lo sabe bien Giorgio. Lo que ha ocurrido este año bien puede redefinir las lealtades y prioridades políticas de una generación.

Dicho esto me paso al segundo tema. El libro de Lagos y Landerretche sostiene que Chile enfrenta un imperativo de equidad. Correctamente, sostienen que existe una fuerte correlación entre el nivel de desigualdad de los países y una serie de indicadores sociales que revelan desarrollo humano y calidad de vida. O como dice el libro: “A mejor distribución, mejores indicadores sociales y económicos. A peor distribución, peores indicadores sociales y económicos”. Me tomaré la libertad de hacer algunas observaciones sobre este punto. Preliminarmente diré que no toda correlación implica causalidad: que menor desigualdad vaya acompañada de mejores índices sociales no necesariamente quiere decir que sea la menor desigualdad la que produce esos índices. Esa es justamente la crítica que recibe en la literatura académica la obra “The Spirit Level: Why Equality is Better for Everyone”, a partir de la cual Ricardo Lagos construye parte de su argumento. En todo caso esta no es una crítica que afecte la validez de dicho argumento. Mi observación de fondo es que dicho argumento, que reconstruye la vieja tesis utilitarista de Jeremy Bentham, no es la principal razón por la cual Chile se enfrenta a un imperativo de equidad. El principal argumento contra la desigualdad, a mi juicio, es que ésta se explica en gran parte por las contingencias arbitrarias e inmanejables de la fortuna. Es decir, en que vivimos un sistema donde reina la desigualdad injusta, aquella que no se produce en base al mérito real sino a las posiciones de origen de los jugadores. El niño que nace en Vitacura no elige gozar de una vida de privilegios, así como el que nace en La Pintana no escoge las privaciones y segregaciones que experimentará a lo largo de su existencia. La principal injusticia que azota el alma de Chile es que la cuna determina, casi siempre, el destino. No me cabe ninguna duda de que tanto Ricardo Lagos como Oscar Landerretche comparten este diagnóstico y son igualmente críticos respecto de esta situación. Si un liberal como yo puede verlo desde la vereda del liberalismo-igualitario, con mayor razón es evidente para dos pensadores que provienen de la tradición socialista. Pero no quería dejar pasar la oportunidad de subrayarlo.

Cuando Ricardo Lagos hizo público su documento original a principios de año yo me encontraba viviendo en Londres. Motivado por una invitación de Enzo Abbagliati convoqué un grupo de chilenos que se encontraba también en Reino Unido para analizar el texto. Entre ellos estaba Daniel Brieba, que escribe también en esta compilación. Parte importante de nuestras conclusiones estuvieron en esta línea: el argumento consecuencialista que levanta Lagos funciona como una buena razón para reducir la desigualdad. También lo es el argumento de Landerretche que asume correctamente que la desigualdad significa desperdiciar toneladas de talento y oportunidades de crecimiento país. Es más, con ellos se podría incluso convencer a quienes se resisten a atenuar el rol de la suerte en la distribución de las recompensas sociales. Pero coincidimos en que el imperativo de equidad debe descansar sobre un fundamento normativo independiente que no depende de relaciones empíricas eventualmente contingentes.

Termino mis minutos respaldando la tesis central del libro: lo que estamos viviendo como país no es algo exótico. Dejamos atrás varias carencias estructurales típicas del mundo subdesarrollado y ahora transitamos hacia las demandas de un país que aspira al desarrollo, como muy bien lo explica Oscar Landerretche en el capítulo final. Entiendo que la generación que representa Ricardo Lagos fue educada en la lógica de gradualidad, tanto porque cargaban con el trauma de la violencia y la intolerancia política como porque aprendieron que la democracia exige acuerdos amplios y sustentables. Por lo mismo no me seducen las voces autoflagelantes ni el infantilismo revolucionario. No creo que ellos tengan las herramientas para hacer frente al potentísimo mundo conservador que se resiste a abandonar sus privilegios y sus cuotas de poder. Este esfuerzo, en cambio, me parece recorre la senda correcta: políticas públicas interrelacionadas con un paradigma de desarrollo moderno en mente, ajustado a la experiencia chilena, de la mano de un padre fundador y de una… ni tan joven ni tan promesa a estas alturas. Muchas gracias. 

Este es el texto íntegro del comentario de Cristóbal Bellolio realizado el 6 de diciembre de 2011 en el lanzamiento del libro editado por Ricardo Lagos y Oscar Landerretche "El Chile que se viene. Ideas, miradas y perspectivas para el 2030".


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