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Soplan vientos distintos



Hernán Büchi 

Diario El Mercurio, Economía y Negocios, domingo 16 de marzo de 2014

Nos gusta pensar, especialmente en política, que con solo expresar nuestra voluntad la realidad seguirá nuestros deseos. Por ello no es extraño que al ver nuevos rostros en los mandos del país algunos quieran concretar sus anhelos, sean o no merecidos.

Pero como bien sabían los antiguos marinos, no bastaba que la tripulación cambiara al capitán para poder desviarse a su antojo de la ruta de navegación y acortar el tiempo en el mar. La habilidad para comprender y enfrentar los vientos, las corrientes y sus cambios primaban sobre sus deseos. Los que no lo comprendían alargaban el sufrimiento del viaje o perecían en el mar.

Con los nuevos rostros, los vientos dentro de La Moneda han cambiado, pero mucho más importante si queremos llegar a destino es analizar dónde está el país y cómo se mueven las corrientes que nos rodean. El mundo desarrollado ha superado las peores consecuencias de la crisis del 2008 y se recupera. Simultáneamente, el mundo en desarrollo modera su crecimiento y el menor precio de las materias primas y financiamiento más caro y más escaso lo está afectando, incluyendo a Chile.

En Latinoamérica los gobiernos que más se han vanagloriado de despreciar su alrededor desafiándolo han sido los más afectados. Argentina y Venezuela comparten una larga historia de decadencia. A mediados del siglo XX eran lejos los más avanzados del continente y superaban a muchos que hoy juegan en la liga de los desarrollados.

En la última década se beneficiaron de excelentes precios de sus commodities , lo que les permitió sostener un discurso populista supuestamente a favor de los pobres y contra la desigualdad y perder una gran oportunidad. Hoy, agotada la bonanza, se manifiestan en forma cruel las consecuencias del despilfarro. Los hechos muestran cómo en esos países los más desvalidos son los que más sufren y ni la manipulación de las cifras puede disfrazar esa realidad.

En apariencia hoy están actuando en forma diferente: mientras Maduro insiste en profundizar su error siguiendo el consejo de sus asesores cubanos, la Argentina intenta aceptar que la situación no es buena. Pero la falta de convencimiento para corregir el rumbo se multiplica con la impericia y el resultado es incierto. Propone pagar su deuda con el Club de París pero lo condiciona a inversiones de sus países miembros, sin reconocer todo lo que deberá cambiar para ello.

Chile no ha caído en esos extremos, pero también nos ilusionamos con vientos muy favorables que ahora amainan y giran. Desde fines de los 90 nuestra productividad dejó de crecer lo necesario para satisfacer expectativas en aumento. El primer gobierno de Bachelet fue beneficiado por el precio del cobre, el que más que se duplicó aun considerando el titubeo de la crisis del 2008. Ello creó el espejismo que todos pueden mejorar, sin preocuparnos si conviene esforzarse, invertir y emplear.

El gobierno saliente hizo un intento inicial para facilitar un nuevo impulso de progreso. El cobre que siguió subiendo y la recuperación de la caída del 2009, le dieron una buena partida. Pero el entorno político y malas decisiones que se inician con Barrancones y terminan con el paro portuario, desdibujan el esfuerzo. No debiéramos sorprendernos que hoy la fuerza de la economía chilena es menor a la deseable. El mundo está cambiando y nosotros hemos perdido vigor. Olvidamos que para tener derecho a progresar debemos trabajar permanentemente.

El Imacec de enero sorprendió con el magro 1,4%, pero la tendencia viene de antes; en mayo pasado los pronósticos de crecimiento para 2014 rondaban el 5,0% y hoy solo alcanzan a 3,8%. El tipo de cambio está superando todas las apuestas y si bien su alza es parte de la solución, tiene la contracara de menores aumentos de bienestar iniciales. El IPC de febrero de 0,5% simboliza esa realidad al erosionar el poder adquisitivo.

El segundo gobierno de Bachelet haría bien en enfrentar esta realidad, ya que no lo salvará el precio del cobre. En su plan de gobierno no hay nada que dé una luz sobre si pretende reimpulsar el progreso y cómo lo haría. Solo se menciona que con mayor paz social el ambiente para el crecimiento será mejor. De ello parece desprenderse que tratarán de aplacar a los más vociferantes inclinándose ante ellos; como ya sabemos ello solo puede traer una escalada de protestas e incertidumbre.

Sus tres propuestas emblemáticas -reforma a la constitución, reforma radical al sistema tributario y más atribuciones a los burócratas, y el camino a la estatización de la enseñanza-, chocan con lo que hoy necesitamos con urgencia: relanzar la productividad y que la sociedad chilena vuelva a valorar la creación de riqueza.
Solo si los líderes políticos comprenden que la realidad es distinta a sus deseos y actúan en consecuencia podrán lograr que todos prosperen, especialmente los que están más atrás. Si no lo hacen es posible que la búsqueda de una mayor igualdad termine en un empeoramiento de las condiciones de todos.

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