Fernando Luchsinger cuenta que al llegar al poblado de San Juan Bautista, en bahía Cumberland vio varios cachorros de Lobo Marino Fino de Juan Fernández retozando en las estructuras del muelle, otros flotando cabeza abajo y asomando sólo sus aletas posteriores. Los más osados surfeando en las rompientes. Algunos incluso transitaban por el camino. Se les veía muy confiados y curiosos, tanto que costaba imaginar que estas escenas estuvieron a punto de no existir. La hermosa piel y la grasa de los lobos marinos, que los protegía de las duras condiciones marinas, los llevó casi a la extinción a manos de peleteros estadounidenses.
En la isla Alejandro Selkirk, la más alejada de las tres del archipiélago, las matanzas de lobos marinos batieron un récord. Antecedentes indican que a comienzos del siglo 19, las faenas de catorce barcos loberos consiguieron casi tres millones de pieles en apenas siete años de trabajo. En 1880 el lobo fino se declaró extinto, pero por fortuna lo volvieron a ver en 1965. Ahora las nuevas generaciones juguetean frente a nosotros nuestro, ajenas a su pasado y a toda preocupación...
El nuevo tesoro submarino de Juan Fernández
Fernando Luchsinger
Diario El Mercurio, Revista del Domingo, 16 de marzo de 2014
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