Joe Black, Diario El Mercurio, Domingo 16 de marzo de 2014
La Sagrada Escritura
"Lo que he visto en amplios sectores del oficialismo no es una genuflexión ante Michelle Bachelet, como debiera ser, sino que, por el contrario, una adoración a lo que yo denominaría un "falso ídolo": El Programa..."
Se ha producido un fenómeno extrañísimo durante los primeros días del nuevo gobierno.
Lo normal era que los partidarios de un régimen entrante idolatraran un poco a su líder, quien era la persona que había conseguido el triunfo en las urnas y que, por lo tanto, era el o la causante de todas las cosas buenas que vendrían en los próximos cuatro años.
Siempre fue así en el país.
Hasta ahora.
Porque lo que he visto en amplios sectores del oficialismo no es una genuflexión ante Michelle Bachelet, como debiera ser, sino que, por el contrario, una adoración a lo que yo denominaría un "falso ídolo": El Programa.
"Estamos todos firmes detrás de El Programa", "lo que nos une es el cumplimiento de El Programa", "mientras no nos apartemos de El Programa no tenemos nada que temer", son frases que he escuchado profusamente en los últimos días.
El bendito programa se ha transformado en la "sagrada escritura" de la coalición gobernante.
Un amigo miembro de la ex Concertación me contó que circuló la idea de que en el primer cajón del escritorio de cada ministro y subsecretario se depositara una versión impresa en papel de oro y empastada en cuero de wagyú de... El Programa. Así, las autoridades lo tendrían siempre a mano, como ocurre cuando uno guarda la billetera en los veladores de los hoteles y se encuentra con la Biblia.
Lo que me preocupa es que El Programa parece ser, más que la hoja de ruta de un proyecto político, el texto sagrado de un culto integrista; de algo así como "La Iglesia del Evangelio del Programa de la Nueva Mayoría".
Es complejo, porque si antes uno era democratacristiano, socialista, pepedé o, incluso, meramente bacheletista, uno podía considerarse como parte del "lote". Pero ahora no. Hoy, para estar "dentro" hay que hacer la profesión de fe en El Programa y, quizás, participar en algún rito de iniciación que desconozco.
Pero ¡ay de aquellos que osen poner en duda la infalibilidad de los dogmas escritos en cada capítulo y cada versículo de El Programa!
"El que no cumpla El Programa deberá asumir su responsabilidad", sentenció esta semana, en una entrevista, Guido Girardi, uno de los principales clérigos del culto al programa.
¿Cuál podría ser la penalización para alguien que ponga en duda la verdad revelada por El Programa?
La excomunión, por cierto.
Ya lo sufrió Camilo Escalona. Durante la campaña presidencial dijo en un par de ocasiones que hablar de asamblea constituyente era similar a fumar opio.
"¡Hereje, blasfemo!", se escuchó que gritaban desde la Nueva Mayoría. "¡Crucificadle!", chilló uno de los más fundamentalistas.
El resultado es que el pobre Camilo, el gran Camilo, uno de los Padres Fundadores de la Concertación, fue condenado al infierno de la política, que implica quedar excluido de cualquier cargo público.
Me da un poco de susto lo que veo. Los talibanes de El Programa son tantos y tan irreductibles que los creo capaces de avanzar sin transar y sin dejarse apaciguar ni siquiera por la santa madre y pontífice, Michelle Bachelet.
Lo normal era que los partidarios de un régimen entrante idolatraran un poco a su líder, quien era la persona que había conseguido el triunfo en las urnas y que, por lo tanto, era el o la causante de todas las cosas buenas que vendrían en los próximos cuatro años.
Siempre fue así en el país.
Hasta ahora.
Porque lo que he visto en amplios sectores del oficialismo no es una genuflexión ante Michelle Bachelet, como debiera ser, sino que, por el contrario, una adoración a lo que yo denominaría un "falso ídolo": El Programa.
"Estamos todos firmes detrás de El Programa", "lo que nos une es el cumplimiento de El Programa", "mientras no nos apartemos de El Programa no tenemos nada que temer", son frases que he escuchado profusamente en los últimos días.
El bendito programa se ha transformado en la "sagrada escritura" de la coalición gobernante.
Un amigo miembro de la ex Concertación me contó que circuló la idea de que en el primer cajón del escritorio de cada ministro y subsecretario se depositara una versión impresa en papel de oro y empastada en cuero de wagyú de... El Programa. Así, las autoridades lo tendrían siempre a mano, como ocurre cuando uno guarda la billetera en los veladores de los hoteles y se encuentra con la Biblia.
Lo que me preocupa es que El Programa parece ser, más que la hoja de ruta de un proyecto político, el texto sagrado de un culto integrista; de algo así como "La Iglesia del Evangelio del Programa de la Nueva Mayoría".
Es complejo, porque si antes uno era democratacristiano, socialista, pepedé o, incluso, meramente bacheletista, uno podía considerarse como parte del "lote". Pero ahora no. Hoy, para estar "dentro" hay que hacer la profesión de fe en El Programa y, quizás, participar en algún rito de iniciación que desconozco.
Pero ¡ay de aquellos que osen poner en duda la infalibilidad de los dogmas escritos en cada capítulo y cada versículo de El Programa!
"El que no cumpla El Programa deberá asumir su responsabilidad", sentenció esta semana, en una entrevista, Guido Girardi, uno de los principales clérigos del culto al programa.
¿Cuál podría ser la penalización para alguien que ponga en duda la verdad revelada por El Programa?
La excomunión, por cierto.
Ya lo sufrió Camilo Escalona. Durante la campaña presidencial dijo en un par de ocasiones que hablar de asamblea constituyente era similar a fumar opio.
"¡Hereje, blasfemo!", se escuchó que gritaban desde la Nueva Mayoría. "¡Crucificadle!", chilló uno de los más fundamentalistas.
El resultado es que el pobre Camilo, el gran Camilo, uno de los Padres Fundadores de la Concertación, fue condenado al infierno de la política, que implica quedar excluido de cualquier cargo público.
Me da un poco de susto lo que veo. Los talibanes de El Programa son tantos y tan irreductibles que los creo capaces de avanzar sin transar y sin dejarse apaciguar ni siquiera por la santa madre y pontífice, Michelle Bachelet.
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