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El abrazo del alma


En el deporte también existe un número importante de fotografías que han conseguido rescatar para la posteridad el dramatismo y la gloria de la actividad, pero sin duda que ninguna tiene tamaña emotividad y poesía como la que tomó el argentino Ricardo Alfieri, en la cancha de River, el 25 de junio de 1978, cuando la tarde ya había caído y Argentina conseguía su primer título de campeón del mundo.
Conocida como “El abrazo del alma”, la fotografía muestra a Alberto Tarantini y al “Pato” Fillol de rodillas en el césped del Monumental, pecho contra pecho, mientras a espaldas del “Conejo” llega buscando ese abrazo uno de los 71 mil 483 hinchas que vio la victoria sobre Holanda, Víctor Dell’Aquila.
He leído un relato de Dell’Aquila en el que cuenta que él saltó al campo poco antes de que el árbitro diera el pitazo final, que esperó agazapado hasta que esto ocurriera y que entonces salió a buscar al único jugador de Boca Juniors -el club de sus amores- que estaba en la cancha, el “Conejo” Tarantini. Enfiló hacia él y cuando estaba a punto de alcanzarlo, el lateral argentino se tiró de rodillas al suelo para estrecharse con Fillol, ante lo que Dell’Aquila tuvo que frenarse, para luego sumarse a ellos abrazándolos con lo que podía, el cuello, la cabeza.
Alfieri tomó esa foto, pero la que hizo historia ocurrió segundos antes, cuando Dell’Aquila se frena y por efecto de la inercia las mangas del chaleco, vacías e inútiles (Dell’Aquila había perdido sus brazos a los 12 años, al electrocutarse y caer desde 15 metros), se extienden hacia los dos seleccionados como queriendo consumar ese abrazo imposible.
Lo más increíble de todo es que Alfieri no se dio cuenta de la foto que había tomado, sino hasta unos días después, cuando volvió a revisar los negativos en el laboratorio. Ocurrió que el día de la final -como bien lo cuenta en una columna el editor de fotografía Fabián Mauri-, junto con el pitazo final, Alfieri, al igual que el resto de sus colegas, corrió hacia el centro del campo buscando la foto del festejo. Sin embargo, quedó rezagado y jadeante. Mientras el resto lanzaba sus fogonazos sobre Kempes -el héroe de aquel día-, en la medianía del campo, Alfieri tuvo que conformarse con una escena al borde del campo que a nadie parecía importarle demasiado: ese abrazo entre Tarantini y Fillol.
“Don Ricardo volvió a disparar y siguió disparando hasta que la escena se ensució, cuenta Mauri. En argot de fotógrafo, una foto se ensucia cuando empiezan a aparecer elementos distractivos que no aportan nada a la imagen y más bien dificultan su lectura o su comprensión. En este caso, empezaban a llegar chicos, jóvenes hinchas que se habían colado al campo para abrazar a los jugadores y dar la vuelta olímpica”, cuenta Mauri.
Alfieri no le dio importancia a esas fotos sucias. Ni siquiera reparó en los brazos vacíos de Dell’Aquilla. De hecho, El Gráfico publicó al día siguiente la foto de Tarantini y Fillol solos, a dos páginas, bajo la leyenda de “¡Sí, Pato, somos campeones!”.
Sólo unos días después, en la soledad del estudio, entre el olor de los ácidos del revelado, Alfieri se habría de dar cuenta de lo que había registrado: una foto impensada, de un abrazo imposible.
La historia ha vuelto a la vida en estos días, con el spot que una gaseosa ideó y en el que Tarantini, Fillol y el propio Dell’Aquila levantan juntos la Copa del Mundo.

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