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Es necesario plantear con prontitud un programa convincente en lo técnico y viable en lo político. El tiempo -y las cifras económicas- apremia.‏


Diario El Mercurio - Domingo 23 de marzo de 2014

¿Ahora puro cumplir?

"Los paliativos ofrecidos, tales como la rebaja de la tasa máxima sobre las rentas personales y la depreciación inmediata de las inversiones en activos fijos, son insuficientes y controversiales. Cumplir el programa puede resultar más cuesta arriba de lo que sospechan los muralistas callejeros..."


"Ya poh... ahora hay que puro cumplir el programa", reza un revelador cartel callejero. Desde los tiempos de la Unidad Popular que no veíamos a un gobierno asumir el poder tan presionado por las ilusiones que despertó su programa de campaña. Y el poder de la calle -tan mimada por los actuales partidos de gobierno cuando fueron opositores- se apresta a hacer valer sus deseos, con la misma energía que los empoderados consumidores exigen hoy de sus proveedores cumplir sus promesas publicitarias.

En verdad, el Programa -así, en mayúscula- no existe. En general, el documento expone un catálogo de intenciones y, a la hora de enunciar políticas, prefiere recurrir a las consignas. Las promesas más vistosas, una nueva Constitución y educación gratuita a todo nivel, presentan enormes complejidades técnicas y políticas. El Gobierno ha pospuesto la definición de qué hacer con la primera y se ha comprometido a aclarar su plan respecto de la segunda en sus primeros cien días. Probablemente, en el día 101 resulte evidente la imposibilidad de satisfacer todas las ansias ideológicas y materiales que ha levantado el tema. Las correspondientes controversias dificultarán mucho el avance del programa, aunque el Gobierno teóricamente cuente con las necesarias mayorías parlamentarias.

En cambio, la reforma tributaria -cuyo proyecto se anuncia para fin de mes- podría en principio permitirle al Gobierno mostrar en un plazo relativamente breve el cumplimiento de uno de sus objetivos programáticos clave. Elevar desde 20% a 25% la tasa de impuestos sobre las empresas (que ya subió desde 17% en el gobierno de Piñera), además de recaudar cerca de un tercio del total esperado, es técnica y políticamente fácil de implementar. El problema es que el compromiso presidencial incluye además el término del incentivo a la reinversión de utilidades -el FUT- y de varios de los regímenes especiales para las pymes. Los paliativos ofrecidos, tales como la rebaja de la tasa máxima sobre las rentas personales y la depreciación inmediata de las inversiones en activos fijos, son insuficientes y controversiales. Nuevamente, en este campo, cumplir el programa puede resultar más cuesta arriba de lo que sospechan los muralistas callejeros. 

Entre tanto, puede el nuevo gobierno hacer alardes de autoridad, descabezando servicios públicos o revirtiendo decisiones de su antecesor, pero su desempeño dependerá crucialmente de que pueda infundir confianza entre los empresarios y los consumidores. Para ello deberá plantear con prontitud un programa convincente en lo técnico y viable en lo político. El tiempo -y las cifras económicas- apremia. 

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