Hugo Chávez un año después
Un año después de la muerte de Hugo Chávez, en muchas calles de esta Venecuba (fusión de dos revoluciones de iguales signos e intereses), se escucha este grito-consigna: “Maduro vete ya”. Al presidente, que aún muchos consideran ilegítimo por las denuncias de fraude que se producen a la hora de su elección, ahora se le pide la renuncia.
Y se basa este pedido en la difícil situación que se vive en todos los órdenes del cuadro histórico. Esto ha dejado de ser un país para convertirse en un moderno feudo petrolero, un ex país regido por un mando-poder a cargo de una militarada de corte liberal-positivista que concentra todos los poderes y que tiene en Nicolás Maduro su expresión de civilidad, para efectos de la necesaria justificación a nivel nacional e internacional.
Estamos ante una sociedad regida por un poder central militar de cobertura civil que mantiene el control total de los beneficios que arroja una economía petrolera, que tiene a USA como su principal mercado, y con cuyos ingresos se adelanta la compra-venta de una población que pueda formar parte de las nóminas que se presentan como militancia revolucionaria. Esto, a la larga, garantiza la cobertura democrático-electoral del régimen de imposición socialista, que cada vez toma mayor extensión en el plano teórico y propagandístico.
En la práctica, se registra una profunda y continuada quiebra de toda la producción no petrolera y a una dependencia general de la economía de puertos. Y, a su vez, el manejo que hace este gobierno del presupuesto nacional pasa por el filtro de la corrupción que forja la burguesía bolivariana. De allí la escasez de dólares para las importaciones. La resultante es el bajo staff de artículos básicos de la cesta alimentaria, situación que se ha agravado en los últimos meses y no da señales de recuperación.
A la escasez se suma la inflación, el desempleo, la inseguridad, la represión y la ausencia de una administración de justicia que responda a los lineamientos de un país democrático.
Para Chávez, desde un inicio estuvo claro que debía aumentar la inversión en los militares, para forjar unas Fuerzas Armadas que garantizaran la permanencia de la llamada revolución bolivariana. Los oficiales bien comprados son grandes revolucionarios. Pero a la vez no previó todo lo relativo a la sucesión presidencial.
Chávez, como todo héroe-caudillo aferrado a lo mítico-religioso, se considera excepcional e indispensable. En su visión podría leerse el “Sólo yo puedo con Venezuela” y, por ello, a la hora de su enfermedad, cuyo tratamiento y cuidados fueron ejercidos y controlados exclusivamente por los cubanos, se le impuso abusivas cargas, como la campaña electoral del 2012, que puede calificarse como un criminal sacrificio.
Este hombre no podía con el peso de su enfermedad, pero estaba obligado a ganar unas elecciones para garantizar la continuidad de una tal revolución. Y el 8 de diciembre de 2012, ya agotado por el desarrollo de la enfermedad, se le trae desde La Habana para que cumpla la misión de postular a su sucesor. Una escena sin precedentes ni registro en la historia republicana del continente.
Quedó claro en ese momento, que el propio Chávez y la alta dirección de Venecuba no tenían resuelto el problema del sucesor y que no había en el plano político de la llamada revolución bolivariana otro dirigente con sus rasgos caudillistas. Por ello, se ven obligados a echar mano de Maduro, a sabiendas de sus limitaciones, pero contando con su incondicionalidad.
De allí que el mando-poder militar no cuenta con una capacitada y acertada voz que cumpla con la trasmisión del mensaje de la civilidad y ocupe -en el plano público- la coordinación del mando-poder. Por ello, a esta hora la realidad venezolana está definida y determinada por la incertidumbre. No es posible saber hacia dónde vamos ni si será posible que el desastre nos invada todos nuestros espacios.
A un año de la ausencia de Chávez, hace acto de presencia la violencia como uno de sus mayores legados. Desde el comienzo de su conspiración sabe que su revolución sólo podría triunfar por la vía violenta.
Por eso se dedica a destruir lo que quedaba de institucionalidad en las Fuerzas Armadas, para convertirlas en una franquicia armada al servicio de la revolución bolivariana, gritar Patria o Muerte y constituir unas milicias dispuestas a defender la tarifa-revolución con sus vidas.
Por ello, a la hora de la protesta pacífica de los estudiantes iniciada hace un mes contra la inseguridad y la escasez, la única respuesta ha sido una represión brutal, para hacer bueno el tantas veces repetido mensaje de Chávez: esta revolución es pacífica, pero armada.
Actualmente se registran cerca de 20 muertos, dos centenares de heridos, cerca de 100 presos, mil personas sujetas a presentación con juicios abiertos. Y nadie puede decir a esta hora hacia dónde va este ex país. Triste el legado violento de Chávez. Necesario el balance sobre estos 15 años de tragedia supuestamente socialista.
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