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A veces hay anemia en la inteligencia y en muchas ocasiones hay anticuerpos que combaten el pensamiento‏


Diario El Mercurio, Miércoles 05 de marzo de 2014

Democracia morbosa

"Resulta importante que la presencia de Nicolás Maduro en el próximo cambio de mando no dé lugar a equívocos..."

Cerca ya del centenario de tan notable texto orteguiano, nuestra propia democracia se apresta para cumplir, desde el 11 de marzo, con la condición fundamental del morbo que el ilustre madrileño describía por allá por 1917.

Decía Ortega: "Vivimos rodeados de gentes que no se estiman a sí mismas, y casi siempre con razón; quisieran los tales que a toda prisa fuese decretada la igualdad entre los hombres; la igualdad ante la ley no les basta: ambicionan la declaración de que todos los hombres somos iguales en talento, sensibilidad, delicadeza y altura cordial".

Quizás no se logre en los primeros cien días, tal vez ni en mil, pero la intención es esa, y la vamos a padecer.

Ortega lo veía venir, lo veía avanzar y hubo un momento, ya en plena Segunda República española, en que hubo de pronunciar su famoso rechazo: "No es esto, no es esto".

¿Hay intelectuales en Chile que puedan enfrentar hoy, con esa misma radicalidad, el igualitarismo, la secularización, el sectarismo, la banalidad y la corrupción que caracterizan el ADN de concertados y comunistas?

Varios de los llamados a esta tarea, al leer estas líneas, ya se sienten eximidos: no es para tanto lo que viene, afirman; "yo, ante todo, soy demócrata", sostienen, olvidando que ya Ortega los fulminó, afirmando que "el plano a que la idea democrática se refiere no es un primer plano, no es un 'ante todo' ".

Pero ese es en buena medida el problema de la democracia chilena: la izquierda tiene comunicadores que repiten consignas y posan de intelectuales, y la derecha tiene intelectuales que prefieren posar de demócratas.

Y, entonces, la pobre democracia queda librada por completo, sin complemento alguno, en manos de los partidos. Apenas hay luces desde la filosofía y la historia, desde las artes y la literatura, que les indiquen a los hombres del Parlamento de qué se trata todo esto. Y, cuando algunos intelectuales lo hacen, sus comentarios provocan tal escozor en quienes solo esperan alabanzas, que los aludidos replican con molestia. Varias veces he recibido el mismo comentario proveniente de parlamentarios amigos: "Esas críticas solo nos dañan". Obvio: los que así hablan únicamente están pensando en su prestigio y en sus votos, no en hacer las cosas bien. Los "gracias por sacar roncha" brillan por su ausencia.

Y que no vengan los políticos a rechazar por definición ese aporte, porque no hay uno solo que al terminar sus días no quiera verse citado en textos, alabado por la historia, halagado por las letras.

Hace más de 15 años, un grupo de profesores de la Universidad Adolfo Ibáñez fundó Intus-Legere, una revista que recordaba la capacidad de los intelectuales de leer dentro, de usar la inte-ligencia. Y aún existe esa publicación, a pesar de la desviación pragmática que ha caracterizado a aquella corporación.

Leer dentro de la democracia, leer sus defectos, contarles a sus actores cómo se ven las cosas desde los libros y el pensar reposado, esa es una tarea sin la cual el régimen democrático deviene en pobre mecanismo. También es cierto que el sectarismo izquierdista con frecuencia minimiza o anula a los intelectuales de signo humanista. Pero si algo caracteriza al pensador de verdad, es que no son los límites los que lo determinan, sino las posibilidades las que lo estimulan.

Sí, hay escasez de proyectos en los partidarios de una sociedad libre; pero, sobre todo, a veces hay anemia en la inteligencia y en muchas ocasiones hay anticuerpos que combaten el pensamiento.

Parece más cómodo cerrarse a esas influencias, descalificarlas. Pero si esa actitud prima, solo se conseguirá ayudar a que se consolide la democracia morbosa que otros van a administrar y a malgastar.

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