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La vida de los gigantes es dura. (El gigante que no para de crecer)‏



MARCELO SIMONETTI, DIARIO LA TERCERA, LUNES 17 DE MARZO DE 2014HTTP://VOCES.LATERCERA.COM/2014/03/17/MARCELO-SIMONETTI/EL-ROOKIE-DE-LAS-MANOS-GIGANTES/


La vida de los gigantes es dura. Me refiero a la vida de los gigantes de carne y hueso, no a la de los que habitan los cuentos infantiles. Nada está hecho a su medida. Ni la ropa, ni los cubiertos, ni las camas, ni los automóviles. Además, generalmente cargan consigo alguna patología que hace que su existencia sea aun más cuesta arriba. Sin ir más lejos, el hombre más alto del mundo, el turco Sultan Kosen, sufre cada vez que debe caminar. Sus articulaciones no se desarrollaron de la misma manera que el resto de su cuerpo -mide 2 metros y 51 centímetros- y, a sus 31 años, debe ayudarse de muletas cada vez que quiere desplazarse.
Recuerdo un texto maravilloso de la periodista Leila Guerriero. Se titula “El gigante que quería ser grande” y está incluido en uno de sus primeros libros de crónicas y perfiles, “Frutos extraños”. En él cuenta la vida de Jorge González, un gigante que llegó a medir 2 metros y 30 centímetros y que saltó de la apacible vida de El Colorado -un pueblito de 17 mil habitantes- a una existencia prácticamente de celebridad. Defendió a la selección argentina de básquetbol y poco después fue seleccionado en el draft de la NBA. Nunca jugó. Mientras se hacía unos exámenes para habilitar su ficha, le ofrecieron participar en el campeonato de lucha libre de la WCW (World Championship Wrestling). Los dólares lo obnubilaron. Ganaba 225 mil dólares por año. Pero a poco andar, su vida se derrumbó. Murió su madre y al cabo de un par de temporadas le rescindieron el contrato. Acabó postrado en una silla de ruedas, en el mismo pueblo que lo vio crecer, convertido en el oso del circo, según las propias palabras que le dijo a Leila Guerriero, un bicho raro al que todos querían ver, aun cuando él ya no podía sostenerse en pie.
El caso de Giannis Antetokoumpko es muy diferente. Con 19 años y algunos días, vive su mejor momento; sobre todo si se considera que hasta hace muy poco debía ganarse la vida en las calles de Grecia -hasta donde habían llegado sus padres como ilegales- vendiendo pañuelos junto a sus tres hermanos.
Fue ahí, en Atenas, donde Antetokoumpko se inició en el básquetbol. Y ahí también fue donde un dirigente del CAI Zaragoza -club español- lo vio y quedó deslumbrado. “Vi un video casero de muy mala calidad de la Liga júnior griega y hacía cosas que no eran ni medio normales para un crío de su edad. Tenía un potencial tremendo y quise ir a ver dónde estaba el truco”, le contó al diario Marca, Willy Villar, el dirigente en cuestión, quien viajó a Grecia para verlo en vivo y en directo y terminó fichándolo para el CAI Zaragoza.
Sin embargo, no alcanzó a jugar para el club español. Los Bucks de Milwaukee se interesaron en él y en junio del año pasado lo ficharon para su equipo como el número 15 del draft.
Así, Antetokoumpko se convirtió en el jugador más joven de la NBA. Y aunque la campaña de los Bucks ha sido mediocre -tienen el peor rendimiento de la liga-, nadie deja de hablar de Antetokoumpko, quien se ha parado de igual a igual ante figuras de la talla de un Kevin Garnett, de los Nets. Lo más sorprendente de todo es que desde que llegó a Milwaukee no ha parado de crecer. Cuando fue fichado medía 2,06 metros; y en diciembre había crecido hasta los 2,09 metros. Las proyecciones lo empinan por encima de los 2,14 metros. Y ni hablar de sus manos. En la NBA no existen más grandes que las de Antetokoumpko: ¡27 centímetros!, desde la punta del dedo mayor hasta la base de la palma.
Para muchos, está llamado a hacer historia. Ojalá una con final feliz. Sin silla de ruedas ni muletas. Una en la que, desde las alturas, Antetokoumpko recuerde cuan grande fue.

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