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¿Diálogo, negociación o imposición?‏



Donde no cabe la certeza, solo queda la posibilidad de ensayar ordenadamente un ir y venir de razones...

No hay diálogo sin definir y exponer con la máxima inteligibilidad las propias razones, 
y sin estar abierto a escuchar los argumentos del otro (y "escuchar" quiere decir aquí 
estar dispuesto a admitir la posibilidad de verdad y conveniencia 
en lo que el otro expone y propone con claridad). 

Si los pseudodialogantes no pueden, o no quieren, 
explicitar con claridad y transparencia sus "razones" ("la ambigüedad") 
o no se hallan dispuestos a considerar las opiniones del otro 
como auténticas razones ("la sordera"), más bien nos encontramos 
ante una negociación que ante un diálogo. 

En la negociación, la palabra, "el logos", 
es solo un medio para transar intereses 
y no para hallar la solución más razonable, 
conveniente o verosímil. 

En la palabra "diálogo", 
el prefijo "dia" (a través) apunta precisamente 
a la búsqueda o hallazgo en común 
de una solución o conclusión razonable para todos 
(aunque conjetural, por cierto), y no a buscar 
la posición gananciosa para su facción o grupo.

Columnistas
Diario El Mercurio, Sábado 29 de marzo de 2014

Defensa del diálogo

"Resulta paradójica la inflación del uso de la palabra "diálogo" en Chile últimamente y, no obstante, resta la sensación de hallarse lejos todavía, en cualquier ámbito, de iniciar un diálogo verdadero..."


Es una de las palabras más significativas que heredamos de la antigüedad griega y posee, por lo mismo, una prosapia, un pedigree , una densa arqueología y desarrollo. La "dialéctica", esto es, el método de contraponer razones opuestas en busca de la conclusión más verosímil y conveniente, es una constante en el vasto mundo de lo contingente y opinable. Así lo han entendido los grandes maestros del pensar: donde no cabe la certeza, solo queda la posibilidad de ensayar ordenadamente un ir y venir de razones.

La raíz de la palabra diálogo - logos - es central no solo para la comprensión del mundo cultural de la Grecia antigua, sino también para la del Occidente cristiano hasta nuestros días (Juan I, "En principio era el logos , y el logos se hizo carne y habitó entre nosotros"), hasta el punto de que para muchos (George Steiner, por ejemplo) nuestra cultura es predominantemente "logocéntrica". Pero no cualquier conversación, cualquier intercambio de palabras u opiniones es un "diálogo". No hay diálogo sin definir y exponer con la máxima inteligibilidad las propias razones, y sin estar abierto a escuchar los argumentos del otro (y "escuchar" quiere decir aquí estar dispuesto a admitir la posibilidad de verdad y conveniencia en lo que el otro expone y propone con claridad). Si los pseudodialogantes no pueden, o no quieren, explicitar con claridad y transparencia sus "razones" ("la ambigüedad") o no se hallan dispuestos a considerar las opiniones del otro como auténticas razones ("la sordera"), más bien nos encontramos ante una negociación que ante un diálogo. En la negociación, la palabra, "el logos", es solo un medio para transar intereses y no para hallar la solución más razonable, conveniente o verosímil. En la palabra "diálogo", el prefijo "dia" (a través) apunta precisamente a la búsqueda o hallazgo en común de una solución o conclusión razonable para todos (aunque conjetural, por cierto), y no a buscar la posición gananciosa para su facción o grupo.

Por ello resulta paradójica la inflación del uso de la palabra "diálogo" en Chile últimamente (parece que el país hubiese entrado en una "manía dialogante") y, no obstante, resta la sensación (si nos atenemos a la tradición de pensamiento a la que me acabo de referir de manera somera) de hallarse lejos todavía, en cualquier ámbito, de iniciar un diálogo verdadero. La educación pública chilena es, sin duda, donde aquel más se requiere y donde su naturaleza se halla en mayor peligro de derivar en mera negociación.

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