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Esta suma de desaguisados incomprensibles puede ser el resultado de haber reducido los partidos a una personalidad y las ideas reflexivas a un programa‏

Diario El Mercurio, Domingo 23 de marzo de 2014

Peligro a la vista

"Los chascarros en los nombramientos de gobernadores y subsecretarios pueden ser el resultado de un problema grave: la sustitución de los partidos por la adhesión a una líder; el reemplazo de las ideas reflexivas por un simple programa..."

¿Qué pudo haber ocurrido para que el gobierno en vez de presentarse escoltado por un grupo de personas capaces y bien formadas -en la política o en la universidad, poco importa- haya tenido en sus filas a quienes, a los pocos días, debió obligar a renunciar?

Si bien el ministro del Interior consideró innecesario explicar el asunto -quizá careció de una explicación o, poseyéndola, consideró que era mejor guardársela- urge encontrar alguna. ¿O acaso no es suficientemente relevante saber cómo y de qué forma se pueblan los cargos del Estado, los que administrarán los asuntos comunes?

En una democracia en forma, la función de profesionalizar la política y seleccionar los liderazgos, incluso los menores que ocuparán cargos en el Estado, le pertenece a los partidos. Los partidos no solo cumplen la función de enarbolar ideas, sino que también ejercen la tarea, más o menos informal, pero casi siempre eficiente, de profesionalizar la toma del Estado. Para ejercer esa tarea los partidos requieren contener y ordenar los inevitables intereses que hay en su seno. Cuentan para ello con proyectos que permiten a las personas postergar sus apetitos y esperar el turno que merecen.

Y eso es lo que falló aquí.

Las renuncias bochornosas de esta semana, y las que ocurrieron antes, son síntomas no de flojera moral sino, lo que es incluso peor, de un deterioro de los partidos en Chile.

Al devaluarse las ideas que hasta hace poco los animaban y al desvanecerse los proyectos ideológicos que los hacían soñar, los partidos perdieron parte importante de su ethos y ya no cuentan con un recurso imprescindible para contener los intereses que se abrigan en su seno. Una vez que el partido pierde su identidad -o lo que es lo mismo, el sentido de su posición en la arena política-, ¿de qué puede alimentar su ethos, esa fuerza muda que contiene la conducta? Carentes de ideas que confieran sentido a su quehacer, los partidos se transforman, sin quererlo, y a veces sin saberlo, en una simple suma de intereses. Y cuándo solo cuentan los intereses, ¿por qué extrañarse que el mérito se desvanezca?

Pero, se dirá, la anterior es una explicación obviamente falaz. Nada de eso pudo ocurrirle a un puñado de partidos que acaban de acceder al poder, ganar una elección presidencial y obtener la mayoría parlamentaria. ¿Acaso eso no prueba su vigor?

No, en absoluto.

Porque lo que ocurre, todo hay que decirlo, es que la reciente elección presidencial no la ganaron los partidos y sus proyectos (unos y otros como lo mostraron los estudios de opinión no suscitaban la confianza de la gente), sino que la ganó Michelle Bachelet, una personalidad provista de un programa. Y los partidos -como consecuencia de su debilidad- se rindieron frente a esa personalidad y a ese programa.

No es raro entonces que algunos partidos estén perdiendo la capacidad de contener y profesionalizar la política, no obstante haber recién ayer ganado el Estado.

Por supuesto, en todos los partidos modernos (es decir, allí donde hay democracia de masas) el poder está en manos de quienes, por decirlo así, realizan el trabajo continuo y de tiempo completo que la política hoy día requiere. Y es evidente que la militancia más esforzada de los partidos espera una retribución personal cuando llega la hora del triunfo. Pero ordinariamente nada de eso significa que, una vez alcanzado el Estado, el partido pueda nominar a cualquiera que haya sido suficientemente fiel. Cuando los partidos tienen proyectos de largo plazo o ideas más o menos sistemáticas, tienen también una cierta ética que controla sus decisiones.

Pero cuando no hay proyecto ideológico, sino solo un programa y cuando todas las virtudes de la política amenazan reducirse a la lealtad a la líder, como está ocurriendo en Chile, ¿qué queda entonces al interior de los partidos sino intereses y laxitud?

Puede sonar exagerado, y ojalá lo sea, pero esta suma de desaguisados incomprensibles puede ser el resultado de haber reducido los partidos a una personalidad y las ideas reflexivas a un programa. 

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