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Entrevista a Máximo Pacheco‏

La doble vida de Máximo Pacheco
 
El nuevo ministro de Energía recorrió un desconocido camino para estar donde está: miembro del poderoso clan Matte, fue colaborador clandestino de la oposición a Pinochet, transportando a perseguidos políticos y organizando reuniones, incluso en su casa, a escondidas de su familia. Hoy, tras haber sido uno de los ejecutivos chilenos más encumbrados en el extranjero, dice que sigue pensando igual que a los 18 años.   

Por Rodrigo Fluxá fotos Sergio López
Diario El Mercurio, Revista El Sábado,

Máximo Pacheco Matte toma una hoja en su oficina en el piso 13 del Ministerio de Energía, a esta hora de la tarde, con todas la cortinas cerradas. En el encabezado dice: "¡Tan feliz que hace la marcha!". Se la acerca y lee:

-Esta tarde yo quisiera comentar por unos breves instantes lo que nuestro diploma significa. No creo que sea la consagración de un privilegio, ni tampoco creo que sea un título como ventaja para competir. Implica que debemos desarrollar los valores propios del trabajo y de los trabajadores, como el esfuerzo, la solidaridad y la creatividad. Significa no hacer del trabajo una competencia desleal o una ambición personal sin límites. 

Máximo Pacheco padre, después ministro, senador y emblema de la Democracia Cristiana, le comentó a Arturo Matte Larraín sus intenciones: quería casarse con su hija Adriana y, para evitar cualquier malentendido, estaba dispuesto a hacerlo con separación de bienes. Don Arturo, a esas alturas también ex ministro, senador y futuro candidato presidencial, dio su aprobación: confiaba en ese joven estudiante de Derecho. De ese matrimonio nacieron nueve hijos, siendo Máximo el primer hombre en 1953. Trece años después figuraba entrando a la embajada chilena en Moscú, que dirigía su padre en el gobierno de Frei Montalva, en plena Guerra Fría, con una orden al mérito de Lenin abrochada a la chaqueta.

-Se la había cambiado a un compañero en el colegio por un paquete de chicles. Era de su abuelo, la había ganado en la guerra. Mi papá la vio y se molestó muchísimo. Lo encontró inapropiado. Tuve que devolverla al día siguiente. Y, obviamente, los chicles ya no existían.

Los Pacheco estuvieron casi tres años en Rusia. Máximo fue inscrito en una escuela pública, conoció Siberia, participó de la rama de vóleibol del Dínamo de Moscú y hasta encontró polola, Natasha. Regresaron a Chile en 1968, cuando el padre asumió en el Ministerio de Educación. En el Saint George, su colegio, lo curas lo hicieron desfilar sala por sala contando su experiencia. "Terminaba cada intervención cantando el caballito blanco en ruso. Tenía una tremenda personalidad. No creo, eso sí, que el paso por Rusia haya sido lo que lo marcó políticamente. Fueron más bien los curas", cuenta Guillermo Geisse, su amigo. 

En 1968 y 1969 la congregación de la Holy Cross organizó trabajos de verano en el sur. Fue un golpe cultural para el grupo: el alumnado del colegio era de un origen mucho más conservador de lo que es hoy. "Fue un descubrimiento", dice Carlos Tironi, compañero de generación. "Era pobreza de niños a pie pelado, de gente que no comía carne. Llegamos con Máximo a Chanco y nos dijeron: ahí se quedan los de las juventudes comunistas, y sentimos miedo por las historias que escuchábamos en nuestras casas".

Los viajes, más bien pensados para descubrir alguna vocación sacerdotal, desembocaron en un movimiento político al interior del colegio, liderado por Rafael Guilisasti, ex presidente de la Confederación de Producción y Comercio, y el propio Pacheco. Era una generación muy dividida: en el otro bando estaban Lorenzo Gazmuri, Fernando Léniz y Gonzalo Rojas, presidente del centro de alumnos: "Nosotros, los momios -dice-, éramos mayoría, pero estábamos intelectualmente menos preparados. Ellos defendían el marxismo. Máximo era bastante brillante".

En julio de 1969 organizaron la semana de los estudiantes, que terminaba con un concierto de Víctor Jara. El show quedó trunco cuando otro compañero, Francisco Pérez Yoma, subió al escenario para golpear al cantante mientras cantaba "Preguntas por Puerto Montt", tema que aludía a su padre, Edmundo Pérez Zujovic.

-¿El mensaje social de los curas no les permeó a todos?

-Lamentablemente no. Había discusiones bien ásperas. Gente que no se habló en bastante tiempo, que se reconciliaron mucho después.

-¿Qué les decían desde el otro grupo?

-Que éramos inconsecuentes, que vivíamos en casas del barrio alto, con todas las bondades de la vida cómoda, que lo nuestro era solo un discurso. Había otro grupo cuyas familias habían perdido tierras en la reforma agraria y nunca se recuperaron de eso. Algunos se fueron del país cuando salió elegido Allende. El anuario de ese año ni siquiera se imprimió.

Pacheco comenzó a militar en el MAPU, grupo muy crítico a las políticas que, entre otros, impulsaba su padre. Trabajó para la elección del gobierno de la Unidad Popular, marchó y celebró el triunfo en el balcón de la FECh, el 4 de septiembre de 1970.

Dos meses después fue el orador en la ceremonia de egreso. Con el patio de su colegio repleto, tomó el papel con el "¡Tan feliz que hace la marcha!" de título.

-Debemos aprender, humildemente, de los maestros obreros, quienes, con la práctica de un trabajo rutinario, van adquiriendo verdadera sabiduría. Solo así lograremos reconciliar el trabajo manual con el intelectual. 

El discurso indignó a muchos de los asistentes; era, ante esa audiencia, un acto provocador.

-No quise mostrárselo a ningún cura ni profesor antes. Me encerré en mi pieza por dos días a escribirlo. Fernando Léniz fue a retar a mi padre por lo que dije.

Máximo Pacheco, 44 años después, en el sillón de su oficina, cortinas aún cerradas, lo sigue releyendo.

-Nos han gustado las camas blandas, la pieza temperada en invierno, la buena comida. Muchas veces caímos en la "dolce vita", sin inquietudes ni preocupaciones. Cuando botábamos un papel en el suelo, no pensábamos en el que se ganaba la vida recogiéndolo. Que este diploma sirva también para recordarnos todos los falsos valores que debemos dejar atrás. (...) Gabriela Mistral, que bien conocía a su Patria y a su pueblo, dice al comienzo de su Poema de Chile: "¡Tan feliz que hace la marcha!". Pero entendámoslo bien: en este momento es un pueblo el que ha decidido levantarse. ¡Ahí está la marcha! ¡Ahí está nuestro lugar!

-¿Qué piensa de esas palabras ahora?

-Que era un discurso allendista. De hecho, estaba contra el lucro.

-¿Cree aún en eso?

-Estoy muy orgulloso. A mí me encanta hacer esa pregunta cuando armo equipos de trabajo: ¿qué es lo que eres tú? 

-¿Y qué es usted?

-Siempre miré con cierta sospecha a esta gente que dice en la juventud que todos somos de izquierda y después se les pasa. Creo que mi vida tiene un común denominador. Lo más fácil sería decir que fue una locura de juventud, que todo el mundo piensa así a los 18 años. Pero yo sigo orgulloso de eso. Y lo que soy hoy se debe en gran parte porque fui eso.

-Pero dedicó buena parte de su vida adulta al lucro.

-Son las empresas que ganan dinero las que pueden sostener el crecimiento de un país, las que generan los empleos de la gente. En eso creo firmemente. No tengo contradicciones.

Recién salido del colegio, Pacheco estudió Ingeniería Comercial en la Universidad  de Chile. Allí decidió llevar su activismo al próximo nivel: con cinco compañeros -Guilisasti, Carlos Tironi, Ángel García, Juan Carlos Accorsi y Francisco Ossandón- se fue a vivir a una población en Peñalolén. "Levantamos nosotros mismos la casa. Era bien sacrificado", dice Tironi. "La micro nos dejaba en Arrieta con Tobalaba, y teníamos que caminar cuatro kilómetros para arriba. Éramos los encargados de repartir el pollo que entregaba el gobierno en la población. Leímos mucho a Marx. A los papás no les hacía mucha gracia la situación".

Una de las banderas de lucha era el plan de expropiaciones. A Pacheco le ocasionó problemas con su familia materna, los Matte, entonces dueños de la empresa papelera.

-Fue malo, porque efectivamente la comandaba mi tío Jorge Alessandri, el ex Presidente, hermano de mi abuela. De hecho, él no fue a mi matrimonio, seguramente por eso.

-¿Nunca intentaron presionarlo para que moderara sus posiciones? 

-Fueron muy respetuosos. Mi madre lo pasó realmente mal. Le dolió, porque lo tomó como que estaba renegando de la familia. Nunca fue capaz de entenderlo como opción política ideológica. Lloró conmigo, me hizo llorar. Decía: ¿por qué lo haces?, ¿qué te da vergüenza de vivir aquí? Nunca entendió que no era un mero acto de rebeldía, no era un portazo. Era seguir una idea.

-¿Le daba vergüenza vivir dónde vivía?

-No, pero cuando íbamos a trabajos de verano, volvía a la casa, a mis sábanas limpias, al bienestar, y me pasaban muchas cosas. Mi papá me pidió muchas veces ir a conversar con el grupo, pero no me gustaba la idea. Lo veíamos como a alguien de la vereda del frente. Pero fue. Llegó con mi mamá detrás, que traía una cara de tristeza infinita.

-¿Qué les dijo?

-Nos dijo: muchachines, están eludiendo lo que les corresponde. Nos hizo ver que estas cosas de bases, de poder popular, no era nuestro lugar; que nuestro lugar estaba en las bibliotecas, sin importar la idea que defendiéramos.

-¿Y qué le dijeron de vuelta?

- Creo que nadie habló. Yo, ciertamente, no dije nada.

Carlos Tironi quedó marcado con la visita. "Don Máximo era una figura a nivel nacional, fue un discurso muy elocuente, solemne. Dijo textual: 'Ni Marx ni Lenin habrían ocupado su tiempo en poblaciones haciendo política'. En el fondo, le preocupaba que 'Maximito' no estuviera aprovechando sus posibilidades totalmente".

Antes de un año, Pacheco había vuelto a Vitacura, más agobiando por su ritmo de actividades, que por la aparición de su papá: había sido designado como delegado del MAPU en la población La Faena, y con apenas 20 años trabajaba como jefe de gabinete de la Dirinco, órgano del gobierno de Allende que fijaba más de mil precios de la economía chilena. Tras el golpe de Estado se refugió varias semanas en el domicilio de su entonces polola, la diseñadora Soledad Flanagan, cuya madre era acérrima derechista, pero que entendió la gravedad de la situación. La casa de Peñalolén fue desarmada y la Facultad de Economía se dividió en dos. Jorge Bande era su compañero y amigo desde el Saint George: "Máximo se dio cuenta de la dimensión del problema que enfrentábamos. Miguel Otero organizó un sistema de fiscales en la universidad para ver qué alumnos podían y quiénes no podían seguir estudiando según lo que pensaban. Nuestro interrogatorio fue como de la Gestapo. Nos decían: 'Sabemos que ustedes son cabros de bien, pero dennos nombres de gente realmente subversiva'".

Pese a eso, Pacheco decidió mantenerse activo en política, desarrollando labores de logística en paralelo a su trabajo formal, en una agencia de publicidad que él mismo había creado. Jaime Gazmuri era su superior directo en el partido: "Por su perfil, era muy útil para el trabajo, levantaba menos sospechas. Y si algo pasaba, siempre esperábamos que su padre podría abogar por él. Hizo algo muy valiente y poco común: incluso cuando era alto ejecutivo seguía colaborando. Poníamos la vida de mucha gente en sus manos, era de total confianza".

Una de las principales labores de Pacheco era buscar casas seguras para las reuniones entre los buscados por los aparatos de seguridad del régimen. Llegó a organizarlas en la de sus padres.

-¿No le daba susto poner a su familia en riesgo?

-Nunca he hablado de esto, pero fue muy irresponsable de mi parte. No me quedaba opción. Había una reunión muy importante con Carlos Lorca, que era diputado socialista, y en las otras casas había problemas de seguridad, movimientos extraños. Así que hice los arreglos. Mi madre no tenía idea: vio llegar a gente y creyó que eran maestros de la construcción. Lorca, que era un gallo joven, venía muy demacrado, mal vestido, no pasaba desapercibido en el barrio. Mi mamá lo vio y me dijo: 'Máximo, ¿le puedes decir a esa gente que te ayude a subir la estufa Comet al segundo piso? Fue cómico; entre todos tuvimos que subirla a mi pieza. Y ahí se hizo la reunión. Partí diciendo: 'Se darán cuenta, compañeros, que no son las circunstancias normales para reunirnos'.

Carlos Lorca desapareció en junio de 1975.

A Pacheco le fueron asignando misiones cada vez más complejas. También en 1975 le solicitaron recoger a un hombre afuera del colegio Patrocinio San José en Bellavista. El individuo tendría el diario La Segunda bajo el brazo y él debía preguntarle: '¿Sabe usted qué micro tomar para ir a Vicuña Mackenna?'. "La persona era Ezequiel Ponce, el hombre fuerte del PS que quedaba en Chile", dice Gazmuri, que coordinó la reunión. "Yo iba a viajar y necesitaba saber qué mensaje llevar al extranjero. Nos hicimos cargo de la seguridad, sabíamos que Ponce podía estar cercado".

Pacheco lo subió en su Fiat 600 y lo llevó al punto de encuentro. Al regreso, Ponce le pidió un favor.

-Me dijo: 'Compañero, quiero convidarlo a una cerveza'. Nunca me había pasado algo así, la idea era que todo fuera muy rápido. Yo tenía órdenes de no parar bajo ninguna circunstancia, pero este caballero, que yo no sabía quién era, se puso porfiado. Me dijo que era bajo su responsabilidad. Pensé: ¿adónde puedo llevar a este viejo, un lugar donde nadie me reconozca? Bajando por la Kennedy, me acordé que había una fuente de soda al llegar a Vespucio. Estacionamos, arreglé unas mesas en el fondo y lo que me dijo que me marcó: 'Usted se debe dar cuenta de que estoy próximo a morir y me produce una gran alegría que hayan jóvenes como tú que sigan esta lucha. Yo ya he hecho mi parte'. Estaba súper depre, se sentía acorralado. Lo detuvieron a las tres semanas, supe después.

-¿No lo hizo replantearse su participación? 

-Yo tenía conciencia del peligro. Lo hacía muy seguido, era parte de mi vida. Y pasé grandes sustos. Dos veces me detuvieron patrullas, una trasladando a una persona. Otra vez llevando microchips con información para mandar al extranjero. Tuve que decir que eran de un cliente de la agencia. Obviamente mi condición social ayudaba: buena corbata, buena chaqueta, buen trabajo, auto propio. Esta cuestión se jugaba todos los días, funcionaba mirando si me estaban siguiendo. Mi señora sabía. Mis padres no, aunque mi papá debe haberlo sospechado.

Pacheco colaboró en decenas de otras operaciones, pero hasta hoy es reservado con los involucrados. El partido dejó de utilizarlo cuando su padre fundó la Comisión de Derechos Humanos; por su alto perfil, se daba por entendido que su hijo sería vigilado. Él protestó y terminó resignándose. Nunca, eso sí, pudo olvidar las palabras de Ponce.

-¿Sintió que tomó la posta que él le pasó esa vez?

-Sé a lo que vas. Fue una historia muy importante, porque fue muy humana, profunda. Un mensaje muy verdadero, de alguien valiente y a mí me matan las personas valientes, me emocionó el contenido de ese liderazgo.

-¿Pero sintió que siguió esa posta?

-Sé a lo que vas...


- La vida no es un pote de dulce de membrillo.

Máximo Pacheco va en un auto a un encuentro con escolares en el museo MIM, y lo repite.

-Me lo decía siempre mi mamá, de una forma simple, pero bonita: no es un pote de dulce de membrillo. Uno no puede esperar que todo salga según lo planeado, la vida no sale siempre perfecta del envase. Yo, de joven, soñaba con ser un gran economista de la Corfo, un técnico del Estado, y terminé haciendo casi 40 años cosas muy distintas a eso.

Luego de la agencia de publicidad, Pacheco trabajó en el Banco Osorno, en el Banco de Talca como segundo de Sebastián Piñera, y luego como gerente general de Leasing Andino, su salto definitivo al primer mundo de los ejecutivos en Chile.

-Viniendo de unas de las familias más poderosas del país, ¿cuánto le importa la plata?

-A ver, primero, hay mucha desinformación al respecto. No todos los Matte eran multimillonarios. Mi padre vivía, como ministro, con lo que hoy sería el equivalente a 800 mil pesos. ¿Cómo viven nueve hijos hoy con 800 mil pesos? Mi mamá, en las noches, después de bañar y dar de comer a los niños, se sentaba a hacer escrituras a mano para una notaría que pagaba por página. En mi casa, en mi infancia, se comía lenteja, acelga, guiso, no se comía mucha carne. 

-¿Cómo varió su relación con la plata después?

-Hay gente que no sabe ganar plata y gente que sí. Mi papá no sabía y yo sí. De joven empecé a ir a Tattersall a rematar quesos. Compraba lotes de 20 kilos, los partía en 40 pedazos y los salía a vender envueltos en papel de mantequilla. Siempre tuve esa cosa llena de energía, de ganar plata. Así pagué mis estudios, así me compré ropa. Y eso lo llevo con mucho orgullo. A mí, en materia de plata, me ha ido muy bien, pero también he gastado bastante.

-Dijo en una entrevista que se transformó en yuppie.

-¿Eso dije? Un yuppie bien raro, porque mantuve mis amistades de corte más bien progresistas.

Guillermo Geisse trabajó con él casi 20 años: "Le gustaban los negocios, es un Matte, pero no sentía contradicción con sus ideas políticas. Si su padre ya era una oveja negra del clan, él era la oveja negra-negra. Vivió entre dos mundos de manera muy pragmática, sin hacerse complicaciones. En Leasing Andino trataba con la dirección del Banco de Chile, que era gente muy pinochetista, pero nunca tuvo un problema. Hasta fue recibido por Pinochet una vez. Pero nunca dejó de ayudar a la causa. Cuando yo, trabajando con él en el Banco de Talca, fui relegado a Freirina, él fue a visitarme varias veces. Y eso, en ese mundo, significaba un riesgo grande. Hoy puede resultar más normal un empresario con tendencia de izquierda, pero en ese tiempo era algo único".

Por lo trasversal de sus contactos, Pacheco se transformó, ya en los 80, en un hombre de gran utilidad para la oposición a Pinochet: llegaba donde nadie más podía. Se hizo muy amigo de Ricardo Lagos.

-¿Nunca se sintió discriminado entre sus pares ejecutivos?

-Mi papá era muy conocido en los ambientes sociales. Y la gente era cuidadosa con eso. Ahora, no faltaba nunca el desubicado que decía algo, pero siempre en minoría.

-Cuesta imaginarse al orador de ese discurso en el Saint George no respondiendo.

-Hay que entender que era muy complicado, lo más difícil del mundo era opinar. Me ponía muy nervioso cuando se hablaba de política, me limitaba a escuchar en esos círculos. Me mordí muchas veces la lengua.

-¿Nunca le hicieron sentir que estaba mal que alguien de izquierda tuviera plata?

-Un millón de veces, y aún ahora. Piensan que si uno es de izquierda, no sabe vivir bien, ni puede tener buen gusto, o que la buena comida es exclusiva de ellos. Lo encuentro aberrante. Para mí fue notable cuando, años después, tuve que pedirle una reunión al Presidente Lagos para decirle que me iba a ir a trabajar a International Paper. Yo estaba colaborando con su gobierno y creí que se iba a molestar, pero me dijo: 'Tú tienes la gran oportunidad de darles un tapaboca a todos los que piensan que los grandes ejecutivos están al otro lado'. En gran medida, por eso me fui al extranjero por casi 10 años. Allá llegué a ser vicepresidente de una multinacional y nadie había escuchado nunca del Saint George o de la familia Matte.

La única interrupción en la ascendente carrera de Pacheco fue en 1990. Patricio Aylwin, gran amigo de su padre, le ofreció la vicepresidencia de operaciones de Codelco, con la modernización de la empresa como gran foco. Viajó junto con el Presidente a una visita oficial a Moscú. Ahí se dio cuenta de cuánto habían cambiado las cosas; sus ex compañeros de colegio le hicieron una comida. Todos ellos, incluida Natasha, su ex polola, trabajaban en empresas privadas.

Comenzó su gestión en Codelco con unas desafortunadas declaraciones: dijo que podía funcionar con la mitad de los trabajadores. Lidiar con los sindicatos fue parte importante de su trabajo: los líderes lo recuerdan por ser un tipo razonable y por un gran cuchillo que colgaba arriba de su escritorio. Algunas veces, cuando los recibía, lo sacaba de la pared y se ponía a jugar con él. Junto con Jorge Bande tuvieron que enfrentar un escándalo mayúsculo: el desfalco de Juan Pablo Dávila. "Fue una experiencia extrema, muy expuesta. Terminó saliendo muy bien posicionado, como un solucionador de problemas", dice Bande.

Tras eso fue contactado por la empresa Carter Holt para defender sus intereses en una larga disputa judicial con el grupo Angelini. Sus contactos eran de alto nivel: subía el Everest con Andrónico Luksic y navegaba con su amigo Bernardo Matte. Fue el primer concertacionista en entrar al CEP y ayudó a recolectar fondos para la campaña de Lagos, pero no operó en primera línea del gobierno. "Creo que es tolerante y sabe dialogar con ambos mundos, empresarial y público", dice su hija Paula. "Mi papá no es contradictorio, tiene consistencia con sus ideales. No sé traicionó a sí mismo ni a nadie".

Pacheco vivió 10 años en el extranjero, en Brasil y en Bélgica, como ejecutivo de IP: tenía línea directa con el ex Presidente Lula. Dos de sus cuatro hijas se casaron con hijos del senador Jorge Pizarro. Una de ellas vivió en Nueva York en la misma época que Michelle Bachelet.

A mediados de 2013, Pacheco les escribió un correo a sus conocidos: les dijo que volvía a Chile


Recién jurado como ministro de Energía de Bachelet, Pacheco se encontró de frente con Patricio Aylwin. Al verlo, solo atinó a decirle:

-Don Pato, mi papá...

El ex Presidente, entendiendo que se cerraba un círculo, le respondió:

-He pensado todo el día en él.

Máximo Pacheco Gómez falleció en 2011. Su hijo viajó para el funeral. Habló de sus cualidades y de cómo siempre todo el mundo se refería a él como "don". Mencionó a su madre, fallecida 11 años antes y a su hermano Jorge, quien se suicidó en 1985 en la oficina de su padre, el gran dolor de su vida, la máxima expresión de la teoría del dulce de membrillo que su madre, quien jamás superó ese golpe, solía repetir.

-Una marca a fuego, sobre todo por la falta de explicaciones. Tenía 25 años, polola, estudiaba Derecho. Mi padre lo encontró en su oficina. Su reacción fue tremenda: le tomó la mano y rezó un padrenuestro al lado de su cuerpo.

-¿Usted rezó?

-Yo ya había perdido la capacidad de la fe.

Una de las primeras llamadas para felicitarlo por el cargo fue del padre Gustavo Ferraris. El panorama que le pintó fue desolador.

-Me dijo: 'Máximo, tu tarea es extraordinariamente difícil, por el tipo de sociedad que hemos estado construyendo. Cada persona está pensando siempre en sí misma, nunca se ponen en los zapatos del otro'. Para resolver el tema de la energía se necesita generosidad, y eso, como país, está perdido. La gente quiere ver a Ricky Martin hasta las tres de la mañana, quiere tomarse una Coca Cola helada y quiere estar cargando su celular, pero nadie quiere construir centrales en ninguna parte. ¿Cómo hacemos eso? Al principio creí que era un ministerio técnico. Después pensé que era de orden social: hay 20 mil chilenos que aún no tienen acceso a la electricidad. Pero cada vez me convenzo más de que hay un tema de generosidad de fondo, de todos los sectores, de acabar con los vetos que no permiten avanzar. Esto tiene que ser un proyecto común. El mundo social y el empresariado son dos mundos que no se conocen, no se comunican, actúan en base a caricaturas y prejuicios, y eso nos hace ver el futuro con muchas dificultades.

En su primer mes en el cargo, Pacheco se reunió con los grupos que han liderado las manifestaciones contra HidroAysén y otros proyectos energéticos. Invitó a una reunión a Gabriel Boric para tratar la situación del gas en Magallanes, pero también para conocer a los nuevos actores políticos, para saber de dónde pueden venir los ataques. El diputado dice: "Me causó buena impresión. Sabía que venía del mundo de las altas empresas, pero parece entender que Chile ha cambiado. Reconozco y respeto su labor en la dictadura, pero eso ya no basta: eso, como capital político, ya está agotado".

Pacheco concuerda.

-¿Le ve utilidad a su pasado? ¿Se lo sacaría en cara a los jóvenes?

- Jamás, jamás, jamás.

Pacheco ha sentido el cambio en primera persona: por primera vez en su vida su segundo apellido, más que abrirle oportunidades, genera desconfianzas.

-Es cierto. Ahora me dicen Máximo Matte, con intenciones evidentes. Lo hablaba con el Presidente Lagos y me dijo que me preocupara cuando me dijeran Mínimo Matte.

-Hay un consenso en que uno de los problemas del país es ese, lo cerradas que son las élites y el escaso margen que existe para la meritocracia. ¿Usted concuerda?

-Entiendo lo que han querido decir Heraldo y Eyzaguirre. Pero es fundamental entender la vida como redes; es tu grupo, es el lote con que te relacionas. Ahora, hay que buscar la forma que todo el mundo construya redes, ver qué tan altas son las barreras de entrada a esas redes.

-¿Son altas en Chile?

-Son altas y hay que bajarlas. El problema sigue siendo el Triángulo de las Bermudas: La Dehesa, Las Brisas y la Parva. Ese triángulo hay que abrirlo. Que los mundos se encuentren.

-Pero parece cada vez menos probable que hayan experiencias como la suya en Peñalolén. ¿Dónde estudiaron sus hijos?

-Claro, hemos retrocedido. Yo creo que hay mucha gente que no conoce ni el centro de Santiago. Yo los eduqué en el Saint George. Fue una discusión que tuvimos. Estoy contento, pero obviamente miré con ojos largos el Manuel de Salas y el Instituto Nacional.

-Cuando la Presidenta dice que la lucha número uno es contra la desigualdad, cuando impulsa una reforma tributaria, ¿cree que los empresarios se sienten atacados?

-Es más complejo que eso. Se ha instalado una desconfianza y crítica muy fuerte contra lo que tiene poder: económico, político, eclesiástico. Una cierta desconfianza hacia los poderosos. Yo creo que la Presidenta hablaba de un concepto más amplio, una cuestión de sociedad chilena, en varios frentes: igualdad de género, regional, de las minorías. 

-Pero en lo económico, usted, como cercano a los grandes grupos económicos, al uno por ciento más rico, ¿cree que entienden ese cambio?

-Yo creo que aquí hay enormes desafíos. Hay que cuidar a la gente y tratarla bien. Preocuparse de los temas ambientales, de gestión social, con los consumidores.

-Pero hoy las señales son contradictorias: el caso La Polar, el caso Cascadas...

-Algo que está siendo profundamente cuestionado. Todo eso es una vergüenza, no puede volver a ocurrir en Chile. Le han hecho un daño profundo a la imagen del empresariado y hay que buscar la máxima severidad, porque se ha instalado una idea de que hay abusos extendidos y que no se sancionan. Pero no se hace de un día para otro. Para allá vamos: el que se equivoque en leer lo que está pasando en esta área, va a pagarlo muy caro.

-Hubo críticas cuando asumió, por su cercanía con el grupo Matte, estando el tema de HidroAysén en medio. ¿Lo pensó antes? 

-Las entiendo. Pero no se me ocurrió ningún tipo de inhabilidad. Mi relación con Bernardo y Eliodoro Matte es de séptimo grado. La gente busca cualquier argumento. No me afecta en nada. Me lo decía un activista la otra vez: que no haya trabajado para empresas energéticas, que no haya estado en el directorio de ninguna, que ya tenga mis lucas, genera una garantía de independencia.

Máximo Pacheco se para y apunta las ventanas de su oficina: las cortinas ya están arriba, y en vez de paredes hay solo ventanales. Se ve la bandera frente a La Moneda, las micros pasar, los edificios vecinos: la ciudad funcionando.

-Será así. Total transparencia.

Su jefe de gabinete abre la puerta. El ministro le pregunta:

-¿Tú saliste del Saint George?

-No -responde.

Es de un particular subvencionado.

-Yo les dije: la cuota del colegio se completa conmigo acá.

Cierra la puerta de la oficina. Lo espera José Miguel Insulza afuera, amigo de los tiempos del Mapu, ex del Saint George.

El papel del discurso está sobre el sillón. 

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