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Cuento chino


"Me impresionó ver cómo crecían nuevos edificios demoliendo manzanas completas de otros viejos, y cómo sobre los escombros, un ejército de hombrecitos como hormigas, separaba ladrillos viejos de ladrillos nuevos. Me impresionó la prepotencia con la que transitaban los autos negros, pasando por encima de la gente como si fueran animales que debían hacerse a un lado..."


Hace diez años fui a trabajar a China por primera vez. Aterricé en Shanghái, donde me esperaba un auto oficial para llevarme a Nanjing, ciudad donde realizaríamos el proyecto.

Me impresionó mucho el contraste entre la opulencia y un mundo de pobreza y esclavitud que se arrastraba oscuro bajo lujosas autopistas pintadas de blanco, decoradas con flores en sus bordes, tan perfectamente cortadas que parecían de plástico.

Me impresionó ver cómo crecían nuevos edificios demoliendo manzanas completas de otros viejos, y cómo sobre los escombros, un ejército de hombrecitos como hormigas, separaba ladrillos viejos de ladrillos nuevos.

Me impresionó la prepotencia con la que transitaban los autos negros, pasando por encima de la gente como si fueran animales que debían hacerse a un lado.

Me impresionó ver miles de casas idénticas al costado de la carretera, y al preguntar si serían todas iguales, durante todo el trayecto, tener como respuesta que no, que por dentro todas eran distintas...

Me impresionó lo diferentes que éramos, lo difícil que era comunicarse, incluso comer, y no entendía qué era lo que en verdad estaban haciendo al llevar arquitectos desde tan lejos, si su realidad necesitaba otras cosas más importantes, previas a la arquitectura. La actitud de los chinos era entonces sumisa y expectante con respecto a qué haríamos. Todos eran tan iguales como las casas al lado del camino. 

Han pasado diez años, las cosas han cambiado bastante y yo he vuelto muchas veces. Siempre con más dificultad y miedo por la soledad que siento al desenvolverme en ese contexto. La última vez fue hace unos días, y por primera vez los comprendí y los admiré, no por el resultado del mundo que construyen, que me parece equivocado, sino porque tienen un proyecto que paso a paso van cumpliendo. Y aunque en la forma me parezca errado, veo con hechos el esfuerzo de transformar física y socialmente un país, que en poco tiempo ha transitado de la Edad Media a pensar el futuro. Todo lo que conocí como imágenes de proyecto se ha realizado a una velocidad y con una decisión que en el mundo occidental no existe, y no solo en lo que se refiere al espacio que habitan.

La gente también ha cambiado en estos diez años. Ahora miran a los ojos, tienen opinión, conocimientos, talento y frescura. No por casualidad el Pritzker 2013 es chino. Los jóvenes se ven y se visten bien, se preocupan por aprender y se lo creen. Tienen cuento y se preparan para el futuro.

Nosotros, en cambio, no sabemos a dónde ir, estamos confundidos y vamos rellenando con parches. Las consecuencias saltan a la vista. 

Desde que empecé a ir a China se han construido ciudades, aeropuertos, puertos, universidades, parques... Mientras, acá seguimos discutiendo si hacemos o no un puente, si hacemos o no una represa, si cuidamos o no el medioambiente, sin un proyecto con diferentes alternativas.

No solo es asunto de recursos. Nos falta creer en algo por lo que estemos dispuestos a ir adelante, a pesar de las encuestas, a pesar de lo políticamente correcto, a pesar de los caprichos personales del presidente de turno.

Pese a lo que me cuesta, admiro la fuerza y perseverancia de China, que ha conquistado hasta el último rincón del porvenir, porque tiene y se cree el cuento.

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