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Vacunado de parisitis...‏



Edwards, Jorge 
Diario El Mercurio, Viernes 14 de Marzo de 2014
http://blogs.lasegunda.com/redaccion/2014/03/14/la-independencia-real.aspLa independencia real
Poco antes de entregar su cargo, el Presidente Piñera dijo que el país había mejorado en sus cuatro años de ejercicio delpoder ejecutivo. El asunto se podría discutir, como todas las cosas de este mundo, pero estoy en principio de acuerdo, y satisfecho, además, de haberme encontrado al frente de la embajada de Chile en Francia, situación que tiene indudables privilegios y momentos de gran calidad diplomática, internacional, incluso estética, pero que no carece de sinsabores, estrecheces y problemas espinudos que sólo se conocen desde adentro. Los amigos quedaban encantados y yo les solía decir: “Es mucho más cómodo ser amigo del embajador, que ser el embajador en persona”. Algunos sonreían y otros más bien se ofendían. Muchas de las despedidas han sido auténticas, cariñosas, de amistad verdadera, y eso me ha conmovido.
Me han hecho preguntas difíciles y no siempre las he sabido contestar. ¿París? París ha cambiado mucho y sigue siendo el mismo. Mantengo la fascinación de los años juveniles, pero ya me siento vacunado de la enfermedad conocida en novelas de los años veinte como “parisitis”. He descrito los síntomas en muchas de mis páginas y los he padecido, y quizá gozado, en largas temporadas. Me despido con afecto del diarero de la esquina, de la joven más bien frondosa que me atiende en la “auberge” de al lado, del dueño delbistró del frente, socio de su hijo y del cocinero. Pienso que los chilenos, los hispánicos en general, deberíamos aprender del sentido práctico y natural de los franceses, de su sentido del humor, de su cordialidad, muy diferentes de los lugares comunes que circulan por ahí.
Conservaré imágenes de subir por una escalera aparatosa en el Quai d’Orsay o en el Hotel de Ville, entre espadas desenvainadas, con un vago temor a tropezar y hacer el ridículo, y recuerdos de conversaciones admirables, de encuentros, de sorpresas. He saludado a la viuda de André Malraux en “L’Opéra Comique”, a la salida de una opereta de Reinaldo Hahn, y he encontrado a otra viuda, Aurora Bernárdez, a quien conocí junto a Julio Cortázar hace la friolera de 52 años, sentada en la primera fila de una sala donde yo decía unas palabras. Cosas idas y vividas, como decía un viejo prohombre brasileño, recuerdos del pasado. Un chileno me saluda desde las nebulosas del tiempo y una joven se acerca, un poco ruborizada, y me dice que su madre es lectora mía. ¡Saludos a su madre!, le digo, y ni siquiera alcanzo a preguntarle cómo se llama.
Sebastián Piñera aumentó los índices de crecimiento del país, controló la deuda pública y la inflación, creó puestos de trabajo, tal como lo había anunciado, hasta llegar a niveles muy cercanos al pleno empleo. Si ustedes piensan que todo eso es muy fácil, me atrevo a sugerirles que piensen un poco más, que le den una segunda vuelta al tema. Alguien, una persona influyente en la izquierda francesa e hispanoamericana, en una carta notable, me dio una clave: se demostró, dijo, que para conseguir una alternancia política no era necesario hacer una revolución ni dar un golpe de Estado. Parece que no fuera mucho, pero es mucho.
¿Y por qué Madrid?, me pregunta mucha gente. Porque todavía no pienso jubilar como escritor, respondo, y porque el aire de Madrid me sienta bien. Porque en la literatura no hay jubilación, o los únicos que lo jubilan a uno son los lectores: los pacientes, desocupados, distraídos lectores.
Ahora, en mis primeras mañanas de libertad, me doy el lujo de leer y releer a Octavio Paz. Participé a comienzos de la semana en una mesa redonda sobre la Alianza del Pacífico, formada durante los años recientes, los del gobierno de Sebastián Piñera, por Chile, Perú, Colombia y México. Fue la última de mis actividades como embajador, ya que nadie me regaló los minutos habituales de los descuentos. Me inspiré en mi intervención en los conceptos del poeta sobre la soledad y la comunión. La integración latinoamericana siempre será un proceso difícil, lento, en el que habrá que luchar a brazo partido contra prejuicios, fantasmas, inseguridades. A pesar de eso, el de la Alianza del Pacífico ha empezado a resultar bien. Cuenta con un optimismo de base, con una buena disposición espontánea, que antes no existía. Algunos han dicho que el movimiento está manejado por el imperialismo. La predisposición de América Latina al uso de palabras huecas, de terminachos que impresionan a la gente impresionable, sigue siendo fuerte.
Pero el fenómeno real, esencial, es exactamente lo contrario. Cuando las economías, las culturas, las sociedades latinoamericanas eran compartimientos estancos, que sólo se relacionaban con los grandes centros mundiales y no se miraban entre ellos, la integración era casi imposible. En cambio, un signo de nuestro desarrollo relativo, de nuestra modernización, de nuestra independencia, es que ahora nos interesa, desde luego, lo que ocurre en Nueva York y en París, pero también lo que pasa en China, en la India, en Crimea y en África del Sur. Y somos capaces, desde Chile, de mirar con interés hacia México, hacia Panamá y Costa Rica, hacia Colombia y el Perú. Hay inversiones chilenas en el Perú y peruanas en Chile, lo cual es un síntoma positivo. En cuanto a la sentencia de La Haya sobre nuestros límites marítimos, se podría sostener, con razones valederas, que dejó contentos a todos y descontentos a todos. El fenómeno, por raro que a ustedes les parezca, no es tan malo. Se dobla una página antigua, amarillenta, y mejora la atmósfera del Cono Sur. La atmósfera real, no la de los pensadores utópicos y palabreros. Y cruzo los dedos, por mi parte, para que esa atmósfera siga mejorando.

1 comentario:

  1. La columna de Jorge Edwards apareció en el Diario La Segunda
    y no en el Diario El Mercurio, como apareció por error.

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