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Partir con el pie izquierdo y la estúpida arrogancia fundacional


HÉCTOR SOTO, DIARIO LA TERCERA, SÁBADO 29 DE MARZO DE 2014HTTP://VOCES.LATERCERA.COM/2014/03/29/HECTOR-SOTO/TODO-DE-NUEVO/HS

La fantasía de hacer borrón y cuenta nueva vuelve a infiltrarse en el discurso y en el ethos de la política chilena. Al punto de que, hasta ahora, el gobierno se jacta más de lo desandado que de lo andado. ¿Cuál es la idea? ¿Ganar tiempo o tratar de recapacitar un poco porque no está muy claro por dónde avanzar?
Chile vuelve a tropezar con la misma piedra contra la cual se costaleó varias veces en el pasado. Esa piedra se llama arrogancia fundacional y es la que mueve a los gobiernos a creer que deben partir de cero, para demostrar que efectivamente vienen con ganas de cambiar las cosas.
Más que de una pretensión ilusoria, en realidad se trata de una estupidez. Cuando la rueda ya ha sido inventada es una tontería estudiar si va a ser o no necesario que las sigamos haciendo redondas en el futuro. Los gobiernos pasan y el país queda. A Chile le costó demasiado volver a jugar en la liga de los países que corren en la misma dirección de la historia, como para que cualquier iluminado ponga en entredicho no lo que funciona mal y que debemos corregir, sino lo que funciona bien y que hay que mantener. El brain storming puede ser un buen método para generar nuevos enfoques y desbloquear la creatividad en las organizaciones. Pero no es un buen método para gobernar.
El estrés a que está sometido, por ejemplo, el sector educacional en este momento es una vergüenza. Zarandeado por una torrentosa ola de vaguedades y prejuicios, de consignas y metas utópicas, de lugares comunes y medias verdades, de errores y malos diagnósticos, los colegios municipales esperan que el maná caiga del cielo, la educación particular subvencionada siente tener el cuello en la guillotina y el sistema universitario está dividido entre los establecimientos estatales que afilan sus garras para la temporada de captura que viene y los establecimientos restantes que aún no saben si la vida les será perdonada. Increíble.
Eso -la incertidumbre, la falta de respeto a lo que existe, el delirio de suponer que hasta aquí nomás llegó el esquema de educación mixta que Chile ha tenido siempre- está significando lisa y llanamente maltrato a un sector que necesita, es cierto, de muchas reformas para corregir deficiencias e inequidades, pero también de mucha certeza y clarificación, de mucho reconocimiento y resguardo para estimular aquello que se está haciendo bien y que es lo que hacen algunos colegios municipales, algunos colegios particulares subvencionados (incluso algunos que lucran), algunas universidades estatales y algunas universidades privadas tradicionales y no tradicionales. Algunos y algunas, no todos ni todas. Grábenselo en la cabeza: la calidad se mide por resultados y no es estamental. Una reforma que no sea capaz de identificar y reivindicar a esos “algunos” partirá con el pie izquierdo y rebajará los estándares de calidad del sistema. Sólo la frivolidad o la patanería puede inducir a pensar que en materia de educación todo se arregla con lucas más o lucas menos. Grábenselo también en la cabeza: el problema de la educación es mucho más que de lucas.
Lo más curioso en todo esto es que, tal como la candidatura de Michelle Bachelet puso primero la carreta delante de los bueyes, al plantear una reforma tributaria para recaudar fondos para financiar una reforma educacional que nadie sabe cuánto va a costar, en definitiva la economía se va a desquitar y van a ser las platas las que determinen qué, cuándo y cuánto se va a reformar. En otras palabras, serán los recursos disponibles los que repongan el debate a la esfera de la sensatez, la continuidad y el sentido común. Lo cual, siendo tranquilizador, es también lamentable. La manera correcta de desarmar los disparates no es negándoles el financiamiento, sino exponiéndolos al fuego de la crítica y de las pruebas empíricas para sacarlos, si es que no resisten, de una vez por todas de la discusión.
El dilema de fondo
Al final, por lo visto, Julio Durán tenía razón cuando en su célebre fuga histórico-filosófico-política decretó que Chile era un país pendular. Tendemos a ir de un extremo a otro. Nos debe gustar el borrón y cuenta nueva. En alguna zona nos compra la fantasía terriblemente adolescente e inmadura de volver a empezar, de partir de cero, como si fuera posible y como si el pasado fuese un sombrero que uno se puede sacar o poner.
La última vez que las políticas públicas se embriagaron con la chicha fundacional fue en el episodio del Transantiago. El diagnóstico fue que el mercado de las micros amarillas, que no le costaba un peso al Estado y llevaba a la gente a todas partes, era tonto, miope, regresivo y anacrónico. Todavía estamos pagando -porque cuesta una salvajada mantenerlo en pie- la altanería de ese error. Hoy no faltan los círculos preocupados de que no se vayan a estar preparando otros transantiagos en educación y otras áreas. Ojalá no sea el caso.
Es cierto que no es por puro gusto que el gobierno le presta ropa a este constructivismo tan del siglo XX. Lo hace para tranquilizar a un sector muy poco renovado de la antigua izquierda y muy poco experimentado de la nueva izquierda que, por distintas vías, siguen comulgando con la utopía del cambio de modelo político, social y cultural. Como si a estas alturas hubiera otro. Pero ¡al diablo con el modelo y todas sus venalidades y miserias! Vayamos al encuentro del nuevo Estado social, no está claro si en sus versiones chavista, kirchnerista, habanera o coreana, porque, vaya novedad, ninguno tiene un desempeño presentable. La pulsión rupturista y estatista, sin embargo, persiste. El ministro Eyzaguirre habla de las universidades estatales como si fuesen la única fuente de investigación, elaboración cultural y conciencia crítica del país. El senador Quintana apela a las retroexcavadoras para instar a demoler los pilares de lo que él llama el sistema neoliberal. Obviamente que hay percepciones encontradas a este respecto y la Nueva Mayoría no las ha dirimido ni las quiere tampoco dirimir. La ambigüedad en este plano la favoreció en la campaña y la sigue favoreciendo ahora, que es gobierno. Otro cuento es que la indefinición no favorezca al país.
La cuerda, sin embargo, no se podrá seguir estirando por mucho más. El gobierno tendrá que definirse y haga lo que haga, a diferencia de lo que ocurrió en las cuatro administraciones concertacionistas, ya no podrá culpar a la derecha que, para estos efectos, pasó a ser irrelevante.
¿Por dónde seguir, entonces? El dilema económico que Samuelson en su libro planteaba entre cañones o mantequilla, lo tendrá en el plano político la Presidenta Bachelet, al hacerla optar entre las retroexcavadoras para demoler o las grúas para seguir construyendo…

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