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Sicópata, cinépata, fuguépata por Camilo Marks



Diario El Mercurio, Domingo 02 de Diciembre de 2012
http://blogs.elmercurio.com/cultura/2012/12/02/sicopata-cinepata-fuguepata.asp

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Cinépata , de Alberto Fuguet, es un libro que se ama u odia de principio a fin; es Fuguet en su salsa, es Fuguet al cubo y, por lo tanto, no puede haber medias tintas para juzgarlo. Este autor, ya maduro, pero con mentalidad adolescente, inquisitiva, en permanente ebullición, nos habla sobre el cine, la pasión de su vida y lo hace en forma ardorosa, fanática, vehemente; para algunos, el entusiasmo se contagiará enseguida y querrán ver todas las obras analizadas en el volumen, aunque tengan que pasar 365 días encerrados o deambulando de sala en sala; para otros, la simple enumeración de títulos será anatema y por nada del mundo perderían un minuto en buscar lugares donde se exhiben esas películas. Cinépata viene de sicópata y claro, Fuguet es un obseso del séptimo arte, lo que queda en evidencia en sus ficciones y en el hecho de que él mismo es un importante realizador fílmico chileno. Y nadie en nuestro medio cultural conjuga ambas actividades con tanta solvencia.
El canon del novelista es enorme, en apariencia ilimitado, aunque luego descubrimos que consiste, en el 90% de los casos, en producciones norteamericanas que conoció desde niño, siguiendo después la pista a sus creadores. Todo comenzó en los 70, con figuras como Allen, Scorsese, Coppola y continuó con Fincher, Zemeckis, Ritchie y muchos más. La cinematografía francesa le tiene sin cuidado, salvo los nombres de Rohmer, Bresson o Malle; la soviética, la escandinava, la alemana, la japonesa, la italiana le importan poco o esa es la impresión que deja Cinépata . Por eso, llama la atención que, tras fusilar a Cameron y celebrar a Anderson, ponga por los cuernos de la luna a "Stromboli", una subvalorada cinta de Rossellini que dan ganas de volver a ver.
Más intrigante aún es el completo desapego que Fuguet muestra por determinados géneros que en Estados Unidos han llegado a la perfección: el musical, el western, el policial, los melodramas hollywoodenses de los 40 y 50, las adaptaciones literarias, en fin, la época de oro de los grandes directores y las míticas estrellas del pasado. Y en un aficionado al celuloide clase B y a desenterrar bodrios resulta extraña la apatía frente a los engendros bíblicos, las superproducciones históricas, los derroches colosales en filmes que hoy pueden ser insoportables, por más que haya multitudes que continúan disfrutándolos.
¿Importa algo todo esto? En absoluto. En Cinépata , ya lo dijimos, están los gustos y los berrinches de Fuguet frente a un vasto reparto de protagonistas y roles secundarios de la pantalla grande, en quienes se detiene con minuciosidad exasperante, con acalorada prepotencia, con amor idólatra. A ratos, uno se pregunta: ¿será para tanto?, ¿a qué viene tamaño despliegue?, ¿por qué darle semejante espacio a piezas que nunca llegarán al circuito comercial y que, para conseguirlas, es preciso llegar a recónditos sitios virtuales o realizar sospechosas transacciones? Sin embargo, todo lo que se haga para tener acceso a esas joyas -o bazofias- se justifica porque Fuguet, con la fiebre del misionero, nos ha convencido de que hay que verlas, en cualquier formato. Y este es el primer gran logro de Cinépata , un texto híbrido, nervioso, repleto de los tics y de los giros tan propios del escritor, que, al sazonar numerosos pasajes, son un valor agregado a lo que debe ser el trabajo más personal de Fuguet. Compuesto en base a capítulos interrelacionados, en una heterogénea mezcla de aventuras y reflexiones, el material podría haberse ido por las ramas, lo que nunca ocurre por el control que se ejerce sobre la narración.
Los fuguépatas estarán de fiesta: el tomo contiene guiones, un cuento en el que Matías Vicuña, héroe de Mala onda , acude a una sesión psiquiátrica aconsejado por su madre, homenajes a Andrés Caicedo, Cabrera Infante, Manuel Puig, críticas, conferencias, retazos autobiográficos que revelan a una personalidad frágil, generosa y sociable.
Con todo, lo verdaderamente emotivo de Cinépata es el elegíaco recuento de los elegantes teatros del centro de Santiago y los mamuts de barrio, donde daban funciones dobles o triples, cuando ir a la vermut o la noche constituía un panorama, una salida, tal vez la mejor entretención. Viniendo de alguien inmerso en la tecnología actual, esa añoranza, que se extiende a edificios, calles, plazas, puede parecer paradójica, aun cuando sea genuina y visceral.
Cinépata trae de regalo "Country Music", un DVD que reza "Written and Directed by Alberto Fuguet". ¿Qué más se puede pedir?

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