por Hernán Büchi
Diario El Mercurio, domingo 2 de diciembre de 2012
La libertad y responsabilidad individual, el valor del emprendimiento, la creación de empleo y riqueza, la existencia de un gobierno eficiente y limitado -que mantiene el orden público, respalda a los más necesitados y genera normas estables y predecibles- son el corazón de los principios que desde siempre han unido a los partidarios de gobierno y que han permitido notables avances de Chile.
Sin embargo, en el último tiempo los planteamientos se han apartado de dicho ideario y han enfatizado conceptos propios de quienes creen en un Estado de Bienestar con énfasis en lo redistributivo.
Curiosamente, ello sucede cuando ha quedado claro con la crisis Europea que esa estrategia no sólo no permite salir del subdesarrollo, sino que tampoco es viable en países de ingreso medio superior.
Así es como se mencionan cada vez con más frecuencia, como propósitos primarios, la búsqueda de la igualdad y el control de supuestas acciones abusivas de las empresas.
Peor aún, se proponen y concretan políticas que apuntan supuestamente a resolver esos problemas: más impuestos y gasto público, mayores y más complejas regulaciones que requieren una creciente burocracia.
El origen del problema, que a pesar de ser incorrecto ha calado en algunos, parece estar en la idea de que la economía de mercado, si bien eficiente para crear bienestar, es intrínsecamente injusta, ya que perjudica a los más pobres y su motor es la avaricia de los empresarios que, sin control, acentúan diferencias. Así, sería inmoral y por tanto difícil de defender y respaldar.
Los hechos prueban que ello es falso. Más aún, son tan contundentes que lo realmente inmoral sería no permitir que se cree bienestar lo más rápido posible.
En Chile el esquema de economía abierta con eje en el sector privado ha generado en los últimos 30 años el progreso más acelerado de nuestra historia.
Los mayores beneficiados han sido los más pobres, y en muchas áreas se han acercado a lo que antes sólo era privilegio de los ricos. La baja en la mortalidad infantil y el aumento en la esperanza de vida esconden un progreso mucho mayor para el grupo más desvalido. Los más favorecidos ya tenían buenos niveles desde hace tiempo.
Los aumentos de cobertura en todos los niveles de educación son aumentos de los más pobres. El quintil más pobre pasó de una presencia casi inexistente en educación superior, a un valor que hace veinte años era propio del segundo quintil más rico.
La eliminación de la desnutrición infantil es un avance de los pobres; los ricos no la sufrieron. La cobertura de agua potable es un avance de los desvalidos, pues ellos eran los que no la tenían.
Si hace veinte años sólo los ricos tenían teléfono, hoy todos acceden a él. Bienes durables propios de los acomodados hoy son comunes a todos. Incluso los autos están permeando los grupos de menos ingresos. Hoy -aunque pueda discutirse sobre calidad- la población entera tiene el mismo acceso a la salud, que antes era menor para los más pobres. El sueño de la casa propia llega a los más modestos.
La lista puede extenderse, pero el punto es claro: más allá de las cifras, los pobres han mejorado mucho y en aspectos sustantivos se han acercado a los más pudientes. Lo realmente injusto sería truncar este proceso e impedir que el avance continúe.
Detrás de esta mejoría está el espíritu empresarial, guiado por la búsqueda de utilidades, lo que más que ser un hecho negativo, garantiza que su accionar sea querido y buscado por los ciudadanos y un avance en el bienestar de todos.
Con ellos hay más educación y salud, menos desnutrición, más vivienda, más teléfonos, más autos, mejor alimento, más expectativas de vida, etc.
Es cierto que el nudo de relaciones entre empresas y consumidores es cada vez más complejo, pero ello no es sinónimo de más abusos, sino de más oportunidades. Lo lógico no es desconfiar del proceso que crea bienestar, sino facilitar los acuerdos y su comprensión. Ser enemigo de la actividad empresarial es condenar a los pobres a la miseria. ¿Puede algo ser más inmoral?
Es por ello muy valioso que en el reciente simposio de los partidarios del Gobierno se escucharan planteamientos defendiendo las bases del progreso.
Si se concreta un cambio de dirección, la coalición tiene los chances de encantar de nuevo a sus seguidores más leales. Pero eso no es todo; sería también muy beneficioso para el país, ya que al sentirse avergonzada de sus ideales, el eje de la discusión se inclinaba hacia ideas quizás atractivas pero erróneas, que llevan al camino del populismo y el estancamiento, que tantos perjuicios causó en el pasado.
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