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El nuevo centro



por Miguel Laborde

Diario El Mercurio, sábado 16 de junio de 2012

Las ciudades retratan a sus habitantes; al recorrerlas uno entra en su historia, su intimidad, su modo de ser. El triunfo de la clase media chilena, con el Partido Radical y el general Ibáñez del Campo como símbolos, dio origen a un Barrio Cívico que se impuso sobre la ciudad que había sido afrancesada y aristocratizante. El estatismo tomó forma y se llevó el centro de la ciudad, desde la Plaza de Armas hasta el entorno de La Moneda.
Medio siglo después, en los años 80, surge el poder de los grupos económicos privados, uno que comenzará a instalarse justo en el estratégico punto donde se unen las comunas históricas de Santiago Oriente: Providencia, Las Condes y Vitacura. Justo un siglo después que en Nueva York, comienza a perforar el cielo las altas torres acristaladas, unas junto a otras.
Era cosa de tiempo que el último gran paño de ese sector, el de los antiguos terrenos de las Cervecerías Unidas, fuera el escenario de un megaproyecto. En ese momento era posible imaginar que en Santiago de Chile emergería un nuevo centro, moderno y de alturas de acero y cristal, símbolo del creciente desarrollo de la economía chilena, signo de sus logros como centro global de negocios y servicios, muy bien asociado con un variado centro gastronómico.
Así lo vio, y parece que nadie más, el empresario Manuel Cruzat Infante, personaje que parece salido de esas novelas que retratan, justamente, el despertar de Nueva York como metrópoli mundial, con emprendedores audaces capaces de apostar a largo plazo, sin medir la rentabilidad inmediata, atrapados por un sino interior de aventura y adrenalina. Por desgracia, sus empresas CB pagarán el precio de sus altas apuestas y no se alcanzará a configurar ese nuevo centro que habría sido, con una red de espacios públicos peatonales proporcional a su densidad de comercio y oficinas, un fenómeno mundial en la vida de las urbes de nuestro tiempo. Quedará fuera de este escenario el único chileno que parece capaz de inventar ciudades, como Curauma en la Quinta Región.
Nos quedaremos con lo que hay, una trama demasiado compacta de edificios, sin espacios suficientes ni para vehículo ni para peatones; razón suficiente como para que la legislación haga imposible que vuelva a perderse otra oportunidad similar. Porque puede suceder, en cada una de nuestras capitales regionales, que comiencen a crecer las torres sin un plan maestro, sin un programa de inserción y diálogo con la ciudad, sin hacerse responsables de cómo van a funcionar los nuevos barrios.
Tiene belleza la torre del Costanera Center. La postura de cristales está dejando a la vista los juegos de luces que se producen y reflejan, su esbeltez es elegante y amplios y altos son los espacios interiores; pero ese no fue nunca el tema en discusión. Lo que hay que reconocer, en esta realidad que nos retrata, es que no fuimos capaces de pensar en equipo -autoridades, empresarios, arquitectos, urbanistas y ciudadanos-, como para llegar a construir, contándose con recursos y con profesionales de calidad como es el caso, un escenario nuevo en esta América del Sur que mira hacia el Pacífico, preparándose para el diálogo Asia-Pacífico en línea con Sidney, Auckland y Nagasaki.

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