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El magnífico legado de la ciencia árabe y un recuerdo del 'Gato' Cortés (profe de Historia en el Saint George's)‏



Confieso mi ignorancia
por Nicolás Luco
Diario El Mercurio, Lunes 11 de Junio de 2012
http://blogs.elmercurio.com/cienciaytecnologia/2012/06/11/confieso-mi-ignorancia.asp


Cuando hace un año entrevisté al doctor Moammmad Fathy Saoud,
presidente de la Fundación Qatar, dijo que quería recuperar el sitial
de la ciencia árabe e islámica: sus años de gloria en el siglo IX y
hasta el XIII. Me abrió los ojos.
Bueno, yo ya sabía que gracias a los árabes y musulmanes Europa
accedió a los grandes textos griegos; Averroes comentó a Aristóteles
antes que Tomás de Aquino. Nuestros números son árabes, ellos
inventaron el cero. Yo sabía. Me lo enseñó "el Gato" Cortés, mi profe
de Historia, que en paz descanse.
Escribo esto después de visitar con mi mujer el Museo de Ciencia y
Tecnología en Estambul, inaugurado hace cinco años.
El Instituto de Historia de la Ciencia Árabe Islámica, de Fráncfort,
Alemania, ayudó a montarlo. Yo creo que también los alemanes les
pasaron plata. Como pagando una deuda de reconocimiento, como si
asumieran la culpa de tantos europeos que ignoraron o francamente
robaron las ideas de los científicos del mundo musulmán.
En el atrio está escrito lo fundamental, los principios de la ciencia.
Dos de ejemplo:
"Aprende del pasado, pero no aceptes todo sin comprobarlo, los humanos
se equivocan". ( Ibn al-Haithan, año 1040 )
"Está muy bien invertido todo el tiempo que dediques a preparar y
ajustar tus instrumentos de medición". ( Ibn Yunus, 1009 ).
Yo le atribuía esas ideas a Francis Bacon, de fines del siglo XVI.
Estambul demuestra que el mundo árabe y musulmán construyeron la gran
investigación científica.
Europeos copiones, dan ganas de decir. ¡Qué Renacimiento y qué ocho
cuartos! Ladrones, traductores del mundo occidental que se adjudicaron
las grandes obras musulmanas que volcaban al latín. Bueno, por ahí se
dice que, como a todas las civilizaciones, les llegó la declinación y
eventualmente el legado pasó a otros.
Los turistas pasan rápido por salas de astrolabios, de relojes, de
instrumentos quirúrgicos. Un profesor turco me antecede, se detiene en
cada texto. Dan ganas de tomarlo del brazo, leer juntos las
explicaciones junto a las vitrinas.
De astronomía, el mapa del cielo, el cálculo de las rutas de planetas;
en geografía, los viajes y descubrimientos, mapas; en navegación,
barcos, brújula, medición del tiempo. Ni Euclides habría imaginado
dónde llevarían los árabes la geometría. Y luego, el estudio de la
óptica, la refracción. La oftalmología, la anatomía, la medicina
(aparatos oftalmológicos finísimos, instrumentos quirúrgicos).
Desarrollaron la trigonometría, tablas trigonométricas. Minerales,
química, técnicas militares, arquitectura...
Recién en la Toledo del siglo XII se empiezan a traducir las obras,
pero los grandes trabajos árabes, integradores de los conocimientos de
su vasto imperio, habían empezado en el siglo VIII.
Me basta entrar a Santa Sofía, con su cúpula genial del siglo VI,
imposible para la época, para sobrecogerme por la ingeniería.
Mi mamá era muy bondadosa, pero pienso que un poquito prejuiciada
contra la cultura árabe. Tal vez por eso, en mis años en el Pedagógico
de la Universidad de Chile miré de soslayo un edificio blanco,
pequeño, el Centro de Estudios Árabes. No sabía a qué se podía dedicar
fuera de enseñar el idioma. Ahora sé. (Steve Jobs, por lo demás, era
50% árabe).
La Fundación Qatar monta en Doha, lo vi, laboratorios y cátedras para
resucitar el genio dormido.

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