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Los cambios geográficos tras el 27-F permitieron que surgieran nuevos ecosistemas costeros

Ciencias

por Richard García
Diario El Mercurio, Jueves 03 de Mayo de 2012

Uno de los efectos más sorprendentes del terremoto y maremoto del 27 de febrero de 2010 ha sido la aparición de playas y especies de flora y fauna en áreas que el levantamiento de murallas costeras había erradicado o donde incluso nunca habían existido antes.
Así lo revela un estudio conjunto de la Universidad Austral y la Universidad de California en Santa Bárbara (UCSB), que publica hoy la revista PLoS ONE y que aborda el impacto del fenómeno geológico entre Pichilemu y Lebu.
"En algunos lugares en que no había playa -porque antes del terremoto el agua llegaba hasta la muralla de contención durante la marea alta- se ha producido una recolonización de áreas arenosas, que además se están repoblando con plantas de dunas", destaca Eduardo Jaramillo, ecólogo de la Universidad Austral y principal investigador del trabajo científico. Uno de los ejemplos es la playa de Punta Lavapié, donde emergieron fondos rocosos luego del gran movimiento sísmico.
Eficientes carroñeros
No desconoce que en algunos lugares el terremoto y maremoto causaron estragos en la población de pequeños crustáceos de las áreas intermareales, pero a largo plazo el efecto de recuperación es sorprendente.
Esa pequeña fauna marina está principalmente compuesta por pulgas y chanchitos de mar, y otros crustáceos muy pequeños conocidos como isópodos. Todos ellos juegan un importante rol como carroñeros de los desechos orgánicos de las playas y también sirven de alimento para otras especies mayores, como algunas aves costeras y peces de importancia económica, como la corvina y el róbalo.
Las barreras artificiales construidas por el ser humano, dice Jaramillo, se han transformado en el principal enemigo de esa biodiversidad. "Si tu construyes una muralla o defensa costera en la parte superior o media de una playa, no sólo reduces su tamaño, sino que además afecta a todo el sistema de dunas, incluidos animales y plantas que allí residen".
Tras el terremoto, en las áreas donde las playas se han restaurado también aumentó la presencia de aves costeras que se alimentan de crustáceos pequeños. Es el caso del chorlo de la playa, que vive del chanchito de mar.
Al investigador también le preocupa que las nuevas áreas recuperadas por el mar no subsistan en el tiempo. Y cuenta, por ejemplo, que en la playa de Llico se están haciendo rellenos con tierra colorada.
Las playas son el mejor filtro para contener el aumento del nivel del mar y aquellas a las que se les construyen murallas se erosionan más rápido que a las que se les permite seguir su expansión natural.
Las murallas de contención, explica Jaramillo, sirven más como un atractivo para los turistas que como una efectiva defensa contra los maremotos. Por eso, dice, más que construir estas barreras que alteran los ecosistemas es preferible respetar las áreas en las que no se debe construir.

Trabajo pendiente
La casualidad le ha permitido al ecólogo Eduardo Jaramillo hacer una comparación del estado de las playas antes y después del terremoto. Originalmente había iniciado un proyecto Fondecyt para estudiar el impacto del desarrollo costero en las playas arenosas del hemisferio norte y sur. "Tras el terremoto modifiqué los objetivos del proyecto y Fondecyt me lo aceptó. Fue una apuesta. Las autoridades tuvieron visión y me apoyaron", cuenta.
Ahora tiene uno nuevo, por cuatro años más, con el que abordará el impacto de la recolonización de la costa rocosa, para lo cual han marcado con pernos cuadrantes de 50 por 50 metros, que le permitirán hacer un seguimiento de esas áreas.

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