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Una cuestión de peso por Francisco Mouat




Diario El Mercurio, Revista Sábado, 26 de Mayo de 2012  http://blogs.elmercurio.com/revistasabado/2012/05/26/una-cuestion-de-peso.asp

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UEclesiastés es sabio. Hay un tiempo para todo: “Tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado; tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de buscar, y tiempo de dar por perdido; tiempo de rasgar, y tiempo de coser”. Hay también un tiempo para subirse a la pesa y otro para desentenderse de ella. Dejo fuera en esta vuelta a esa legión de ciudadanos para quienes pesarse no es tema en sus vidas. Ellos, malditos, tienen resuelto el problema. Son delgados y no engordan. Se comen un brontosaurio en el asado, le agregan pan, bebidas, postre y nada, la ingesta no les hace mella, acaban invictos. Y pueden volver a hacerlo a la semana siguiente; qué digo, al otro día, y la balanza permanece donde mismo. ¡Cómo lo hacen! ¡Qué pacto han hecho con el demonio!
Nosotros, los mortales que sucumbimos a un trozo de torta y quedamos quinientos gramos más pesados, los que comemos una manzana y subimos ciento cincuenta gramos, los que apreciamos un buen pan con mantequilla y pebre antes de almuerzo y sabemos lo difícil que es resistirse a él; nosotros hemos aprendido a golpes que pesarnos es someternos a un juicio físico y moral, y es por eso que no podemos hacerlo en cualquier momento de nuestras vidas. Eclesiastés: para que sea tiempo de pesarnos y controlarnos debemos estar preparados, concientizados, liberados de esa angustia y ese desasosiego que nos aturde y nos impide medir el impacto físico y sicológico de lo que echamos a la boca.
En época de control de peso con tecnología digital, precisa, los que luchamos contra los kilos forjamos un temperamento de hierro. Nos levantamos temprano en la mañana y lo primero que hacemos es caminar como un autómata hasta el baño y subirnos a la pesa. Después comienza el día, que en muchos sentidos puede condicionarse por la marca registrada en ayunas. Llevo casi dos meses escribiendo en un papel mi peso matinal. Es una obsesión que no sé hasta dónde me llevará. Pudiera estar volviéndome loco. Celebro cuando bajo más de doscientos o trescientos gramos en un día. Una vez bajé más de un kilo y apreté los puños como hace Sampaoli cuando la U mete un gol en la Copa Libertadores. Mi ánimo es de resignación cuando el peso permanece inalterable.
Y decididamente me frustro cuando subo, especialmente cuando no sé a qué atribuirlo y me he mantenido fiel al nuevo modelo alimenticio lleno de restricciones. Una amiga me dice que ella no se pesa todos los días porque tiene miedo. Aún no cumple treinta años y tiene miedo de pesarse en las mañanas. Pesarse, para ella, es confrontarse con sus zonas oscuras. Porque no nos contemos cuentos: esto del peso no es matemáticas ni geometría. Es física cuántica, química, sicología, un poco de biología y mucho de filosofía y castellano. En épocas de desmadre, uno decididamente no se sube a la pesa. ¿Para qué? ¿Para torturarse aún más de lo que ya nos tortura sabernos pesados y fofos? Ha habido momentos en mi vida en que miro con auténtico desprecio a los delgados, especialmente a aquellos que parecieran no hacer ningún esfuerzo para mantener controlado su peso. ¡Naturaleza injusta! Son los mismos que cuando se enteran de que estás en un trance delicado comiendo poco y sano, te dicen: “Cierra la boca. No hay otra receta para bajar de peso. Ah, y haz ejercicio, porque no sirve de nada bajar de peso sin ejercicio”. Lo dicen riéndose, sabiéndose ganadores en la materia, y nosotros leemos la ironía en sus rostros, porque en el fondo saben que probablemente fallaremos, que la posibilidad de caer en el pozo del descontrol es altísima, que mal que mal comer rico y abundante es un placer, y los seres humanos sucumbimos al placer porque es natural hacerlo. Es humano. Y aquí estamos, encaramados arriba de una pesa no sabemos hasta cuándo, luchando como el pescador de Hemingway en El viejo y el mar: “El hombre no está hecho para la derrota. Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado”.

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