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Los recursos de un profesor jubilado...‏



Una pareja de adultos mayores
domiciliados en una sencillo chalet
ubicado en la tranquila calle Los Jardines
de la Comuna de Ñuñoa, escuchan el timbre.
El dueño de casa, con sus noventa años a cuesta,
aunque de aceptable condición física todavía,
y que en esos momentos salía a la calle
disponiéndose a dirigirse en su auto
hasta el Comité Olímpico a recoger
unos documentos, mira con cierta desconfianza
a un par de mozalbetes que se presentan
con planilla en mano y una falsa credencial 
que los identifica como censistas.
El anciano, jubilado con más de medio siglo
como profesor de educación física
-ligado al deporte como dirigente
del Comité Olímpico- bonachón de fondo,
padre de familia, abuelo, vence su escepticismo
y hace pasar a los supuestos encuestadores.
Ya en el interior, el escenario cambia:
los jovencitos son los malos de la película.
Sacan una pistola y con la cacha del arma
golpean arteramente al anciano,
dándole dos sendos golpes 
en el cráneo dejándolo medio mareado
y con intenso dolor.
Los delincuentes aprovechan la ventaja
para proceder a robar lo que pillan.
Su botín es escuálido:
sesenta mil pesos, dos celulares,
prácticamente nada más
encuentran de valor.
Se trata de una pareja de jubilados
de avanzada edad, clase media a la antigua,
vida austera, un sencillo pasar.
El ex profesor de educación física
e instructor básico de defensa personal,
recupera la total conciencia
y logra equilibrar las acciones
haciendo uso de alguna 
de las llaves de judo que por
tantos años enseñó a sus alumnos
y que ya está incorporado a su ADN
imposible de ser borrado.
Los atacantes dejan botada la planilla
de censistas en el living.
Sus falsas credenciales
son encontradas en el antejardín
tras partir raudos en un taxi
manejado por un tercero
con rumbo desconocido.
En estos momentos, 
después del propio llamado
del dueño de casa al 133,
Carabineros llega hasta el lugar
para asistir a las víctimas,
tomar la declaración
de los testigos, 
y realizar el peritaje respectivo
en busca de huellas y otros
indicios que contribuyan
a dar con el paradero
de los antisociales.
Los medios de prensa
escritos, radio y televisión
comienzan a llegar hasta
la casa en calle Los Jardines
de la Comuna de Ñuñoa, 
para intentar recabar información
tanto por parte de la policía 
como de los vecinos, acerca de
de este nuevo hecho delictual
(que, entre paréntesis, empaña una vez más
la sana convivencia que todos anhelamos)
a fin de completar la cuota cotidiana 
informativa en el nicho crónica policial
de sus respectivos medios.
Al interior
don Lucho Moreno,
con su cabeza ensangrentada,
no logra descansar.
Con su cara casi irreconocible
a causa de los hematomas,
relata una vez más 
con su tono 
de radical de viejo cuño 
y dicción de profesor de Escuela Normal,
los incidentes del violento atraco
del cual fue involuntario protagonista.
Algunos de sus alumnos,
Old Georgians del viejo 
Saint George's College de Pedro de Valdivia,
institución a la que don Lucho Moreno
sirvió como profesor de Educación Física, 
por unas tres décadas, lo recuerdan 
con su cara medio somnolienta,
el pito colgando en el pecho,
la parte superior de un buzo
a punto de ser dado de baja,
polvoriento y sin pretensiones,
que pareciera haberlo acompañado
durante prácticamente la totalidad
de su carrera docente y que merecería
estar en las vitrinas del Comité Olímpico
o en el Museo de la Moda, como símbolo
de la indumentaria del profesor de gimnasia
de aquella época, mucho antes del boom
de la vestimenta contemporánea
que incorpora la más sofisticada tecnología
y los más exorbitantes precios.
Don Lucho Moreno, uno de los
tres mosqueteros (que como corresponde
eran cuatro: Carmona, Restovic, Moreno y Cabello).
Claro que él era el verdadero mosquetero,
el instructor de esgrima, que en una movida
magistral casi en el ocaso de su vida,
hace huir a los asaltantes,
con una magistral Touché en las balls,
para admiración de la ciudadanía toda
y la alegría de la legión de sus queridos alumnos
quienes propagan a la velocidad del rayo,
vía Twitter, Facebook y demás redes sociales 
que los Viejos Estandartes, apolillados y todo,
todavía flamean con dignidad, coraje y orgullo.

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