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Economistas


por Pedro Gandolfo 
Diario El Mercurio, Sábado 26 de Mayo de 2012   http://blogs.elmercurio.com/columnasycartas/2012/05/26/economistas.asp
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Crecí como adolescente y joven —como tantas otras personas— bajo el creciente prestigio de su figura. En Chile, a partir de mediados de los años 70, las lecciones que los economistas propinaban desde la cátedra, la televisión y la prensa parecían como el hallazgo —al fin— de un instrumento científico, un método de análisis riguroso, objetivo y confiable acerca de nuestra sociedad.
Explicaban que ésta se halla sujeta a “leyes” económicas semejantes a las leyes físicas, y que el comportamiento social se puede simular y predecir de acuerdo con modelos simples, combinando ciertas variables económicas y suponiendo estables las restantes. Ellos conocían la operación de esas leyes y aseguraban poseer la fórmula para emplearlas en servicio de nuestro bienestar. Una nueva luz de la razón, embriagadora como todas, vino a guiar nuestro entendimiento de los asuntos públicos y dotar a los gobiernos de una herramienta extraordinaria para la conducción del Estado. La “ciencia económica” (y ya no el derecho, la historia o la filosofía) se convirtió en la disciplina con mayor poder social.
Así, durante las últimas décadas, la elección del ministro de Hacienda fue casi tan importante en Chile como la del Presidente (algunos piensan que es más importante), la voz del titular respectivo sonaba como un oráculo y, en una pequeña parte, quizás, la elección de un Presidente “economista” obedezca al remanente de prestigio que el “ascenso social” de la economía experimentó a partir de la segunda mitad del siglo XX.
El gobierno del general Pinochet —en contraste con el mundo militar— sorprendió porque se convirtió en un gobierno de abundantes “profesores” —que sabían todo “por libro”—, y que, además, eran buenos profesores, pues explicaban muy claro las razones allí donde hasta hace poco se escuchaban tantas sinrazones. El discurso de “los economistas”, tan simple y fácil de seguir, sedujo a esta modesta sociedad de militares, abogados y poetas.
Su astro, desde luego, no ha declinado completamente, pero sus palabras se reciben hoy con alta dosis de escepticismo.
Las severas limitaciones del discurso económico se hicieron visibles de manera reiterada con las sucesivas crisis mundiales a partir de los años finales del milenio. Más que luz, en efecto, los análisis que provienen ahora desde la economía son titubeantes, confusos y, no pocas veces, contradictorios. Salvo algunos que conservan todavía una ya patética arrogancia, han perdido confianza en su capacidad de predicción, multiplican “los escenarios”, hacen permanentes “ajustes” a sus propios anticipos (un eufemismo para reconocer errores) o, simplemente, suspenden la opinión porque las “sinrazones” de antes —aquellas que contagian el análisis de impurezas— parecen más vivas que nunca, como si hubieran acrecentado su fuerza en el exilio.

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