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Pearl Harbor criollo por Joaquín Fermandois



Diario El Mercurio, Martes 29 de Mayo de 2012 

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Cuando en 1957 me fasciné con la primera historia que leí acerca del ataque japonés a Pearl Harbor en 1941, pensé en lo que era mi paseo favorito, caminar las tardes dominicales junto a mi padre por el molo de abrigo de la bahía de Valparaíso. Me creció el temor de que los buques apaciblemente fondeados y apenas habitados por tripulantes desaprensivos podrían igualmente ser víctimas de un ataque fulminante y ¡adiós escuadra nacional! Algo de esto sucedió la madrugada de ese 27 de febrero del 2010 y, peor, no sólo afectó a una parte de la flota, sino a la población civil alcanzada por el terremoto y maremoto. El aparato del Estado se demoró horas y hasta días en reaccionar con leve efectividad.
¿Por qué sucedió? En estas últimas semanas provocó gran alboroto el video sobre la reacción de la "unidad de crisis" en la Onemi para el terremoto del 27 de febrero del 2010. Esto ha caído en la batahola política en vistas a las elecciones presidenciales (el país está un poco loco en este sentido). La polémica dinamiza la política, pero no produce un escenario para hacerse una idea justa de las responsabilidades y lecciones para el futuro. Y ¿qué puede ser probado por un video? Para la gente aparece como la prueba suprema de la verdad. Pero no es así. Como en el caso de la exigencia de hacer públicos los e-mails , no resulta justo mostrar en todas sus reacciones y cavilaciones a un equipo en los instantes de crisis.
Recordemos dos aspectos del 27-F. Por una parte -olvidan unos-, no existió una toma de decisión que nos revele voluntad de acción inmediata por sobre la confusión y la impresión o deseo de que "no es para tanto". Segundo -olvidan otros-, fallaron lamentablemente las instituciones que deben proporcionar la información para la toma de decisiones -Onemi, Armada y FACh entre otras-. Duele decirlo. Dejaron al mando a ciegas. ¿Descargar las iras sobre personal subalterno que se suponía al pie del cañón, con penas del infierno, incluida la cárcel? Suena a eso que en la teoría política se ha llamado el "despotismo asiático". Si algo salía mal, aunque fuera un acto frívolo, literalmente un funcionario pagaba con su cabeza. Sería apropiado decir que entre nosotros existe un dejo de este atavismo barbárico.
¿No hacer nada? ¿Esperar que "las instituciones funcionen"? En la historia de nuestras catástrofes hemos sido poco adeptos a una fórmula sabia y simple: una comisión ad hoc que sea combinación de especialistas, hombres y mujeres de trayectoria pública -que manifiesten algún "sentido de la objetividad"-, que después de un año entregue un informe acerca de qué falló; de quiénes no estuvieron a la altura de las circunstancias; sobre todo, que efectúe recomendaciones fundadas acerca de maneras y medios para reaccionar cuando ocurra de nuevo. Los estadounidenses pusieron una vara alta con la comisión que investigó la tragedia del Challenger en 1986, y pormenorizó las causas del estallido y la cadena de decisiones que a ello condujo. En teoría, con buena prevención se pueden evitar todos los accidentes de buses, trenes o aviones. En cambio estamos seguros de que terremotos y maremotos ocurrirán indefinidamente hasta la consumación de los tiempos. No es que el hipotético informe de una comisión corresponda a las Tablas de la Ley, sólo que sería un avance más real que algunas proclamaciones heroicas de redención.
Entretanto y mientras no tengamos bien afinado nuestro sistema de alerta, sería más prudente guiarse por lo que diga el PTWC, que desde Hawai en vano nos previno esa fatídica noche, y, además, en esos minutos mostró buena voluntad.

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