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LA METAMORFOSIS DE CLAUDIA DONOSO


Desde los años ochenta Claudia Donoso ejerció un periodismo cultural que, en un estilo absolutamente inigualable, mezclaba análisis, humor, intensidad y emoción. Todos la celebraban, excepto ella. Un día se cansó, abandonó y se transformó. Hoy, convertida en artista visual, habla desde otra orilla.
por Rita Cox / Fotografía: Carolina Vargas
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Paula 1095. 12 de mayo de 2012

Fotógrafa de revista Hoy, luego periodista de Apsi, Caras y Paula, donde estuvo 12 años entrevistando con curiosdad ilimitada a una larguísima lista de artistas e intelectuales de este país. Dupla por más de 20 años de la fotógrafa Paz Errázuriz, con quien hizo el libro La Manzada de Adán(1990),  que luego derivó en obra de teatro; autora de la obra Los días tuertos, montada por el Teatro de la Memoria, y de la novela insectario amoroso (2004). Un día cualuiera de 2007, Claudia Donoso renunció a la pega, armó un bolso con lo mínimo, cerró su casa en Santiago, partió a Catapilco y no se supo más de ella. Desapareció del mapa. Se la tragó la tierra. Algunos de sus cercanos auguraron lo peor. Dos años estuvo en ese retiro-huidaautoexilio viviendo en la más estricta austeridad y, cuando regresó ya no era fotógrafa, ni periodista, ni entrevistadora, ni dupla creativa de nadie. Como Batman, personaje que la intriga, el viaje a las zonas más oscuras de sí misma la transformó en otra cosa, en artista visual, y como el personaje del cómic, lejos de ser una resurrección luminosa a secas, esta tiene todos los componentes de una mente compleja. La mente de Claudia Donoso.
Este 12 de mayo Claudia Donoso inaugura en la galería Casa E, de Valparaíso, una exposición de 44 collages. Trabajos de exquisita factura y perturbadoras imágenes. La muestra se llama Jolie Madame, en alusión a la cabeza femenina que recortó de un anuncio del perfume del mismo nombre que encontró en la contratapa de una revista L’Oeil de los años 60. Nueve obras insisten con esa cabeza, la de su madre muerta en 2011 según su imaginario, y duplicadas en alusión al dos, una de sus obsesiones: el dos de los padres, el de los hermanos, la pareja, los amigos. “Dos de unión, de tragedia, crimen pasional y crónica roja; imágenes tiptopeadas, porque estoy bien tiptopeada a nivel interno con el tema de la ruptura del de a dos”, dice.
Hay más que decir de Jolie Madame, título de un cuento de su tío, el escritor José Donoso. “Me sonaba, pero pensé que era otro, Gaspar de la Nuit, que también tiene nombre de perfume. Estuve a punto de cambiar el nombre de mi exposición, pero no voy a estar explicando ni defendiendo cosas estúpidas. Otra coincidencia más con mi tío”, aclara.
A Donoso no se le pasaba por la cabeza exponer hasta que fue “descubierta” por su amigo y dueño de Casa E, Emilio Lamarca, ex diplomático y ex director de la Dirección de Asuntos Culturales del Ministerio de Relaciones Exteriores (Dirac). Otro que vio su trabajo antes de enmarcarlo fue el poeta Armando Uribe, quien con esa voz de ultratumba que se le conoce, y esas palabras que suenan a definitivas, le dijo “usted no ha abierto un camino, sino una carretera. Usted se ha tomado una gran libertad, aunque más que libertad esto es libertinaje. Sus collages son libertinos”.
Para sus obras –las de esta exposición y las otras 30 que ya tiene listas, porque ya no puede parar de cortar y pegar– Donoso se ha acriminado con las tijeras y ha atacado publicaciones con fama de intocables, entre ellas las revistas Plaisir de France y Connaisance des Arts, la enciclopedia El tesoro de la juventud, libros de arte y fotografía. Donoso, que creció a los pies de la enorme biblioteca de su abuelo, el médico José Donoso Donoso, se reconoce hoy como “una asesina de libros maravillosos. Me lo he permitido, como un niño que llega y tijeretea, porque el atractivo de las imágenes es demasiado poderoso. Y cortar y pegar es otra manera de leer. También me acrimino con las revistas de la UDP, con textos de gente que uno admira y de temas importantísimos, pero me salto todos esos textos, recorto y boto todo lo escrito. La palabra escrita ya no más”.
Sobre el escritorio de su casa-taller tiene repartidos ojos, brazos, piernas, manos, fracciones de mujeres desnudas, insectos (otra de sus obsesiones), lámparas, piletas de agua, joyas y fragmentos de pinturas clásicas; recortes que esperan ser ensamblados, pegados y aplastados por el rodillo de madera y mármol que alguna vez fue parte de la cocina de un desaparecido boliche. También están las bandejas blancas de cartón, esas para pasteles y empanadas que usa como soporte para algunas de sus obras y en las que a veces escribe a mano textos breves, de letra irregular e infantil, que caen en picada hacia un lado.
¿Las bandejas son una cita a Nicanor Parra o simple coincidencia?
Cuando compré las bandejitas, dije “ah, qué tonta, las mismas bandejitas de Parra”. A los dos segundos me importó nada. Las bandejas me parecieron atractivas y punto. Me interesa el lujo del cartón, algunas las pinto doradas y quiero armar ahí unos barroquismos con las ondulaciones que tienen. Nicanor tiene por ahí una frase, bastante famosa, que dice algo así como “diga caballo y no corcel”. Bueno, yo digo corcel.
con Claudio Bertoni, que también hace collage, ¿sientes una cercanía?
Nuestros trabajos son muy distintos, pero tengo una enorme afinidad con él, porque me gusta su actitud artística. Es un artista de tomo y lomo; lo que hace es parte de su vida cotidiana y vida verdadera. Bertoni es Bertoni y hace las cosas como es él. Mis collages son como soy yo. En ambos hay un gozo, una sensualidad, un erotismo raro, oscuro y sombrío.
En tu generación hay harto artista cuyo movimiento natural sería el de inscribirse en alguna zona del arte. ¿Dónde te inscribes tú?
Odio la palabra inscribirse. Yo estoy totalmente desinscrita de todo, porque soy genuinamente marginal. Lo mío es el anti collage contemporáneo, que pega cosas para producir un roce. Yo compongo sin evidenciar el recorte, sino que armo formas que son bellas. Soy anacrónica. Me aburre eso de la “deconstrucción de los discursos” y todo ese mundo teórico. En mi entorno, no tengo ninguna obra disruptiva, porque me interrumpe a mí. Vivo en tres metros cuadrados y me gusta tener cosas que me acompañen bien. No puedo tener a mi lado una cosa chillona que me esté todo el tiempo levantando el dedo, acusándome de que valgo hongo, culpabilizándome.
Para Claudia Donoso el collage es obra visual y salvación. Habla de este como una sedación para su carácter adictivo y un canal directo al inconsciente. “Soy nada racional y he padecido todos los costos de eso, pero igual me he adscrito a esa irracionalidad y trato de estar lo más posible en eso. Cuando se me interrumpe ese canal soy profundamente infeliz y me dan unas terribles crisis de pánico. Me mejoro cuando logro hacer un collage. El otro día estaba con un estrés espantoso, corté una cabeza de culebra del National Geographic –revista que en cuanto a calidad de imagen es baja estofa para mí–, logré hacer un collage y me calmé”
Solucionaste a través del collage. La distancia total de la locura, donde ya no es posible solucionar nada.
Exacto. Te autodestruyes a ti misma. Te empiezas a cortar los dedos y las cejas. El collage despliega los contenidos de tu memoria, de la caja negra. Los collages pueden ser un parche león que no sé cuánto puede durar, porque lo que a mí me gustaría realmente es no hacer nada, ni siquiera collage. Llegar a un punto que fuese más allá de tener que solucionarme con “obras” o con una acción. Estar despierta y bien. El collage es una etapa superior a la compulsión por la carrera de caballo, por la cocaína o el trago. Desearía poder encumbrarme a un estadio donde mis materiales fueran aún más libres que los del collage. No sé lo que es.
Durante gran parte de tu vida has escrito. ¿Cómo te ha resultado esto de dejar de pensar en texto y pensar en imágenes?
La fotografía fue muy importante para mí durante un buen tiempo. Me formé como reportera gráfica durante cuatro años en la revista Hoy y luego sacaba fotos para los artículos que escribía. Después de eso me dediqué al periodismo escrito y dejé de tomar fotos, porque me junté con la Paz Errázuriz y era ella quien las tomaba y yo quien escribía. Se separaron los roles muy taxativamente. Pero mi apetito por las imágenes ha sido muy fuerte siempre. Mi escritura, la deInsectario amoroso, está llena de imágenes. Ese libro fue catalogado como novela, pero en verdad es poesía.
¿Ya no trabajas con Paz Errázuriz?
Estuve más de 20 años al servicio de la fotografía de la Paz, a quien admiro sobre todas las cosas. Ahora trabajo sola.
¿Sigues escribiendo? 
Dejé de escribir completamente, apenas escribo mails. Antes tenía una cierta correspondencia con un par de personas, donde la cosa se jugaba en el lenguaje escrito. Ahora me carga escribir. Solo escribo algunas cositas en estas bandejitas de pasteles y escribo pésimo.
¿Y cómo son esos textos comparados a lo que escribías antes?
No hay ni una sola imagen. El collage cambió mi escritura y eso me gusta. En realidad es mentira que no estoy escribiendo, pero ahora lo hago de otra manera. Uno sabe, se conoce, estaba repitiendo la fórmula: el fraseo, los tres adjetivos, el punto y coma. Estaba cansada de mi propia voz. Cansada de mi propio rintintín.
Diego Maquieira, Fernando González, Bruno Vidal, Stella Díaz Varín, Claudio Bertoni, Carla Cordua, Thomas Daskam, Nicanor Parra, Germán Marín, Miguel Serrano, Francisco Coloane, Adolfo Couve, Alejandro Jodorowsky, Armando Uribe, Enrique Lihn. A todos esos escritores, artistas y pensadores chilenos fundamentales del siglo XX entrevistó Claudia Donoso y en cada texto dejó en evidencia su obsesión por el mundo de la creación, las luces y sombras de la existencia humana. A varios entrevistó más de una vez. Con varios estableció lazos apasionados que solo la muerte pudo interrumpir.
Cuando se leen tus entrevistas da la impresión de que hubieses querido meterte hasta en los huesos de estos personajes. 
Sí, y era un tormento. Entrevistaba a gente que me interesaba, artistas con una obra compleja, recibía a una persona completa y tenía que reducir a un formato acotado su espíritu y lo que yo había percibido. Como decía Couve, había que hacer “que la cosa corriera, que la cosa corriera” como sin ningún esfuerzo. Cada entrevista era un ataque de nervios, un mes de pujos. Además, me sobreidentificaba, porque yo también tengo esas cosas dentro y me confundía personalmente con algunos entrevistados. De hecho, con Enrique Lihn, con Adolfo Couve, con la Stella Díaz Varín quedé confundida para toda la vida. A los tres los conocí entrevistándolos.
¿Te sentías cómoda en el rol de entrevistadora? 
No, porque a pesar de la curiosidad, sentía una cuestión como de servidumbre. Estaba al servicio de otros artistas para dar cuenta de su obra, y mientras tanto yo no podía hacer mi obra.
Muerte y resurrección en Catapilco
Desde que llegó a Santiago, de regreso de su reclusión voluntaria en Catapilco, donde tiene una pequeña parcela de “agrado-desagrado”, sin agua, ni huerta, ni frutales, Claudia Donoso se instaló en un departamentito del subsuelo de la que fuese la casa del pintor Camilo Mori y centro operativo del Grupo Montparnasse, en Bellavista. Allí llegó junto a su inseparable perra Peta, invitada por el matrimonio compuesto por Josefina Vial y Camilo Mori hijo, la nueva dupla, ahora de tres cabezas, de Donoso y a quienes ella ha dedicado su exposición. Fueron ellos quienes sin imaginar en qué derivaría, le regalaron un montón de las revistas francesas ya mencionadas, como también el rodillo de madera y mármol, y una petaquita que perteneció a Mori padre y que su nueva dueña tiene ahí, de adorno, pues ya no prueba el alcohol. Con los Mori-Vial es que Donoso también ve la teleserie, como lo hacen las familias bien avenidas.
¿Por qué dejaste todo y te fuiste a Catapilco?
Estaba agotada de mí misma, de mi propio historial y todo lo que eso significa para una persona de más de cincuenta años como yo. Me cargó ser consecuente con ese historial y decidí suprimir todos los debiera: yo debiera publicar otro libro, yo debiera seguir escribiendo porque dicen que lo hago bien y yo debiera progresar en esa escritura. Me había desapegado de mi instinto, había perdido toda moral y me había envilecido. La identidad que había armado no me hacía eco con mi sentimiento interno y eso se manifestaba en un profundo desagrado hacia todo. Me fui a Catapilco porque decidí no hacer nada que no tuviese ganas de hacer. Y no hice nada durante dos años. Si me daban ganas de levantarme, ya era mucho. Dormí cientos de horas. Podría no haber sobrevivido, porque no hacer nada durante todo ese tiempo te puede causar graves estropicios, sobre todo si estás en una situación de extremo aislamiento, que es lo que todos desaconsejan.
¿Y tú fuiste en contra del consejo? 
Sí. Me fui para desprogramarme completamente, para hacer una metamorfosis sin saberlo. Eso lo puedo decir ahora, retrospectivamente, pero en su momento me desorganicé hasta un punto que la gente más cercana estaba aterrada y me daba por interdicta. Ahí es cuando te encuentras más sola que nunca, cuando la gente que se supone más cercana es con la que menos cuentas. Pero no me fui al hoyo. Como decía Adolfo Couve, soy como el conde de Montecristo, que lo amarran, tiran al fondo del mar y sobrevive.
“Me fui a Catapilco porque decidí no hacer nada que no tuviese ganas de hacer. Y no hice nada durante dos años. Si me daban ganas de levantarme, ya era mucho. Dormí cientos de horas. Me fui para desprogramarme completamente, para hacer una metamorfosis sin saberlo”.
A propósito de historial, ¿cuánto te pesa ser parte de la familia Donoso, de José Donoso? 
La familia Donoso es bien maldita. Cuando hice las conversaciones grabadas con mi tío Pepe, me decía que le cargaban los poetas malditos, porque se creían malditos y el más maldito de todos era él. Él, que no tomaba trago, que tomaba leche con plátano, que vestía ternos ingleses. Y resultó, efectivamente, ser el más maldito de todos. Hay toda una mitología familiar que es muy poderosa y que está en sus novelas y que viví desde chica, porque me crié con mi abuela en la casa del Obsceno Pájaro de la Noche. La Pilar, mi prima, se quedó metida dentro de la novela y en ese sentido fue la más fiel de todas las hijas, la más Donoso. Yo no me quise quedar allí dentro y creo que hasta el momento he salvado el pellejo, aunque tampoco estoy tan segura. El suicidio me parece perfecto para el que lo considere y es apestoso que se culpabilice a quien lo ejecuta. Es una salida digna.
¿Qué te pareció su libro?
Extraordinario. Con La Pilar teníamos relaciones intensas y cuando apareció el libro la llamé y al tiro nos pusimos bien porque estábamos peleadas. Me morí de amor por ella de nuevo, nos hicimos cómplices una vez más. Pensé que el libro la salvaría, que podría agarrar un hilo liberador, pero no fue así. Antes de su salida de escena, estábamos otra vez peleadas; no nos hablábamos desde hacía como un año. Y como no le perdono a la gente que se muera, no fui a su entierro.
¿Cuándo terminó tu período de hibernación? 
Duró hasta que me caí, me pegué en la cabeza contra unas piedras y tuve un TEC cerrado. Eso me produjo una especie de big bang que me soltó todas las piezas que estaban apretadas en la cabeza y pude verlas todas flotando, y ver la posibilidad de juntarlas de otra manera. Después de eso comencé a hacer collages.
¿Coincidió este autoexilio con la muerte de tu amiga, la poeta Stella Díaz Varín? 
Tiene que ver con todas las muertes. Son tantas las muertes, tengo mucho muerto en el cuerpo. No me da ni un cuco y eso es una gran conquista para mí, aunque es algo que va recrudecer, ya que a esta edad se te empiezan a morir los amigos.
Es algo que te ha pasado.
La Stella me decía “no quiero ser amiga tuya porque vos tení yeta. Todos tus amigos se te mueren”. He tenido muchos amigos a quienes he acompañado en sus últimos años: Enrique Lihn, Lucho Prieto, Adolfo Couve, a quien conocí en sus últimos años, le escribí el prólogo de su libro La comedia del arte y le hice varias entrevistas que hasta yo encuentro buenas. Así ha sido, la última amiga muerta fue la Stella. No les perdono que se mueran. Me viene una cosa como de olvido, los castigo por morirse, a lo mejor los tengo castigados y por eso no publico los libros, hasta que se me pase la bronca.

¿Qué libros?

Tres libros que tengo ahí: de Couve, José Donoso y Stella Díaz Varín. En la freudiana podría decir que no quiero publicar, porque no soy capaz o me aterra asumir el riesgo. O porque no sería capaz de soportar el éxito que tendrían esos libros. Pero resulta que simplemente no tengo ni las más mínimas ganas de publicarlos hasta nueva orden y punto.

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